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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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«Señor, dame inteligencia para entender tu palabra. Y la guardaré de todo corazón» (SI 119, 34).
1.— Decía Jesús a propósito de los escribas y fariseos: «Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen» (Mt 23, 3). Jesús no duda en reconocer la autoridad de los doctores de la ley, cuya misión era instruir religiosamente al pueblo, y recomienda seguir sus enseñanzas; es un ejemplo de cómo ha de obedecerse a todos los que tienen un oficio de dirección y magisterio aunque tal vez no lo ejerciten dignamente. Por otra parte Jesús pone abiertamente en guardia contra la conducta de los doctores de la ley y descubre su fallo fundamental: «dicen y no hacen».
Todos los hombres pueden pecar de incoherencia, pero si ésta es condenable en todos, lo ha de ser en grado sumo en aquel que o por el oficio que ejercita o por la vida que ha abrazado, tiene la obligación estricta de confirmar con sus obras la doctrina que enseña y que profesa. Conocer suficientemente el campo de las realidades espirituales sin preocuparse de llevar a la práctica esa teoría, crea situaciones deformantes; se discute de virtud y de santidad y se actúa a un nivel de pasiones y de vicios no combatidos, hasta el punto de no sentir el absurdo de un comportamiento que está negando con los hechos lo que afirman las palabras. Esta «incoherencia» 0amenaza especialmente a los «practicantes», sin excluir a los consagrados, reduciéndoles así a una vida mediocre, despreciada de los hombres y condenada por Dios. «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3, 15-16). Muchas veces en la raíz de este comportamiento se esconde una mentalidad legalista, parecida a la de los fariseos, que hará consistir la virtud en no traspasar los límites del pecado, procurando por otra parte que en este marco encaje todo lo que satisface al egoísmo, y no comprometerse en nada a más de lo que es estrictamente obligatorio. Con este programa la vida espiritual pierde impulso, energía; se diluye en una tonalidad incolora, se cierra dentro de unos horizontes estrechos, donde ya el ideal no brilla y la llama del amor se apaga.
Dios no quiere ser servido a base de un frío legalismo, sino con todo el corazón, por amor; y el amor auténtico da sin medidas, da sin reservas, gastándose completamente.
2.— El Concilio lamenta que los católicos, poseyendo toda la verdad revelada por Dios y todos los medios que la gracia ofrece…, no la aprovechen para vivir con el fervor debido; razón por la cual el rostro de la Iglesia aparece menos refulgente ante el mundo y el crecimiento del Reino de Dios se retarda» (UR 4). Es ésta una constatación que nos obliga a pensar seriamente; la incoherencia y la mediocridad no sólo impiden la santidad personal sino que perjudican también a la Iglesia. A fuerza de tantos comentarios e interpretaciones, el Evangelio es demasiado poco conocido y vivido como Cristo lo predicó. Al amparo de la oportunidad y de la prudencia el Evangelio de la caridad, de la renuncia y de la pobreza se reduce muchas veces a fórmulas de vida tan mezquinas que suscitan la crítica e ironía de los mundanos y escandalizan a los sencillos.
Es necesario abrir el corazón al Evangelio para aceptarlo íntegramente, tal como Jesús lo anunció. Se necesita meditar profundamente las palabras del Señor: «dicen y no hacen», y tener la valentía de revisar nuestra propia vida a la luz de esas palabras. ¡Cuántas cosas buenas se dicen, cuántas verdades se conocen y se afirman, y sin embargo no calan y no se traducen en práctica; quedan perdidas en el campo de las ideas. Ser ejecutores de la verdad, ser realizadores del Evangelio, ser testigos de Cristo son las metas hacia las cuales urge tender incesantemente. «Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías delante de mi vista… —grita el Espíritu Santo por boca de Isaías—. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo» (Is 1, 16-17). La conversión cuaresmal exige una profunda purificación del egoísmo; exige que se destierre de nuestras acciones el mal de la incoherencia y de la tacañería; que se haga el bien con toda generosidad, que la justicia sea antes interior que exterior y siempre practicada con amor. El cristiano no puede ser un acróbata que hace cabriolas entre lo lícito y lo prohibido, o un calculador que pesa con balanza exacta sus aportaciones; el cristiano está llamado a ser una criatura que vive en el amor (Ef 5, 1), sirviendo a Dios con corazón de hijo y al prójimo con entrega fraternal. Solamente así estará asegurado el fervor en cada cristiano particular, lo mismo que en las comunidades y en toda la Iglesia, y resplandecerá su santidad «que se debe manifestar en los frutos de la gracia que el Espíritu produce en los fieles» (LG 39).
Dice el Señor: «¿Por qué recitas mis preceptos, y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza, y te echas a la espalda mis mandatos? Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios. (Salmo 50, 16-17. 21. 23).
Señor, tú creaste a los seres espirituales, las cuales, conforme a su naturaleza, debían participar de tu felicidad. Pero la respuesta que te dieron fue la rebeldía. Muchos, primero de entre los ángeles, y luego de entre los hombres, se levantaron contra ti para servir a otro ideal. ¿Para qué nos creaste sino para hacernos felices? ¿Tal vez porque al crearnos podrías añadir algo a tu propia felicidad? ¿Y cómo podremos ser nosotros felices si no es sirviéndote a ti? Sin embargo, hemos pretendido ser felices de una manera muy distinta de la que tú quieres: te hemos abandonado para forjarnos nuestra propia felicidad.
¡Dios mío, qué pago te damos los hombres, y yo en particular, con el pecado! ¡Qué horrible falta de gratitud es la nuestra!
Tú tienes derechos sobre mí: te pertenezco completamente, Dios mío. Eres el Creador todopoderoso: yo soy obra de tus manos y propiedad tuya…, mi único deber es servirte.
Reconozco, Dios mío, haber olvidado hasta ahora, y seguir olvidando, todo esto. Son innumerables las veces que he obrado como si fuera dueño de mí mismo, portándome como un rebelde, buscando, no la tuya, sino mi propia satisfacción. Me he endurecido hasta el punto de no darme cuenta ya de mi error, de no sentir ya horror por el pecado, de no odiarlo ya y temerlo, como debiera. El pecado no produce en mí ni aversión ni repugnancia: al contrario, en lugar de indignarme como de un insulto dirigido a ti, me tomo la libertad de juguetear con él, y aunque no llego a pecar gravemente, me adapto sin gran dificultad a faltas más leves. ¡Dios, qué espantosamente distinto estoy de como debiera ser! (J. H. NEWMAN, Madurez cristiana).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para la Cuaresma y Semana Santa, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.
Hermoso escrito, muy edificante. Le entrego mi debilidad al Señor, mis pecados, mi egoísmo y mi mezquindad para que sea absorbida por el. Te pido que quites de mi todo legalismo y poder servirte a ti y a mis hermanos con pureza de de intención y por Amor a ti. Amén!
Me encantan estas reflexiones porque me ayudan a descubrir mis errores, hay cosas que no percibo sino que las perciben otros en nosotros, y con estos escritos más es la mismísima voz de Dios hablándome.
Dios les bendiga 🙏🙏.