DOMINGO DE PENTECOSTÉS

María Coronada en Pentecostés

Cada 31 de mayo, la Iglesia celebra la Fiesta de la «Visitación» que la Santísima Virgen María, encendida de la caridad del Espíritu, hiciera a su prima santa Isabel. Este año, a coincidido con el Domingo solemne de Pentecostés, la cual nos pudiera parecer ser una festividad sin ningún tinte mariano. Ciertamente, Pentecostés es la fiesta de la Iglesia. No obstante, no hemos de olvidar qué María es Madre y Modelo de la Iglesia. Asimismo, al celebrar el domingo anterior la Ascensión del Señor se nos preparaba en la primera lectura tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,1-11), para el gran acontecimiento de Pentecostés.   Desde el día de la Ascención, los apóstoles se reúnen en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo; y allí estuvo en todo momento la Madre de Jesús y nuestra Madre.

De igual modo, encontramos en el Evangelio de Lucas, autor también del Libro de los Hechos, que al narrar tanto la Anunciación del Señor, como la Visitación de María a su prima santa Isabel, sobresale en ambas, la manifestación portentosa del Espíritu Santo. De hecho podemos afirmar con toda razón que María, la Esposa del Espíritu Santo, ha  sido la primera discípula en recibir una Efusión extraordinaria y única del Espíritu Santo en el momento de la Encarnación, o sea, un Pentecostés. Sin María no hay Pentecostés.

María aparece siempre de modo discreto y sin querer ser el centro de atención, no obstante, Aquel que ha mirado la humildad de sus Esclava, ha querido que todos los pueblos la aclamen como la Bienaventurada. Esto es lo que una vez más se repite hoy, cincuenta días después de haber celebrado la resurrección del Señor. El día en que celebramos la «Pascua madura» que nos entrega su fruto más delicioso: el Espíritu Santo, es el día en que encontramos a su preciosísima Esposa, coronada y revestida de gloria y majestad por el mismo Dios, hacedor de todas las cosas.

Por eso, hoy hemos de pedir una vez más en comunión con toda la Iglesia, el don que el Señor ha hecho a sus discípulos para continuar su misión: el Espíritu Santo. Él es el aliento de vida que el Resucitado quiere «soplar» sobre cada uno de nosotros, para re-crear en nosotros el proyecto originario de la santidad. Y es por ello que al recibir el Espíritu Santo, hablamos de un nuevo nacimiento, un nacimiento en el Espíritu.

¡Te invito en este día, con gran alegría y esperanza en el Señor, a invocarlo y recibirlo confiadamente junto, y de manos de María, nuestra Madre, Madre del Pentecostés, la Estrella de la Evangelización!

Feliz Pentecostés!

P. Reinaldo Gámez

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