EL CAMINO DE LA VIDA, 17 de Marzo

«Señor, mudaste mi lamentación en júbilo; mi renunciamiento en resurrección de vida» (Sal 30, 12; Jn 5, 29).

1. — «Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere» (Jn 5, 21). Jesús, Hijo de Dios, tiene el mismo poder que el Padre: dar la vida al hombre que yace en la muerte del Esta es su misión de Salvador: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10). Pero, ¿Qué tiene que hacer el hombre para  recibir en sí la plenitud de esta vida? «Quien escucha mi palabra —dice Jesús— y cree al que me envió, posee la vida eterna y… ha pasado ya de la muerte a la vida» (Jn 5, 24). Se requieren dos cosas. La fe: creer en Dios, creer en Cristo Hijo de Dios; fe que los Judíos rechazaron, y, rechazándola, rehusaron y persiguieron al Salvador. Juntamente con la fe se requiere la escucha de la Palabra, lo cual implica el renunciamiento de sí  mismo para adherirse al Evangelio, para ponerse en seguimiento del Señor. Y el Señor indica las exigencias que han de marcar este seguimiento: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su  hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí… El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 37. 39). Jesús ofrece la abundancia de la vida, pero pide la generosidad de la adhesión, la totalidad del amor y, por lo tanto, del renunciamiento. Lo quiere todo: el corazón, la voluntad, los afectos más  íntimos,  la  casa, la familia, los bienes, y hasta la vida. Sus palabras no pueden ser interpretadas como simples modos de decir; son exigencias concretas impuestas a su seguimiento. No se ha de tener miedo en escucharlas, aun en el caso de que hubieran de trastornar nuestra propia vida. No a cada cristiano se le pedirá todo, ni siempre, ni en la misma forma y medida; pero a todos se  les pide que estén dispuestos a sacrificar cualquier afecto, cualquier cosa, hasta la propia vida cuando sea necesario, si han de ser enteramente fieles en la escucha y seguimiento del Señor. «¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a  la  vida!» (Mt 7, 14), dijo Jesús, y no era intención suya hablar hiperbólicamente. Pero el camino angosto del renunciamiento lleva a la plenitud de la vida en Dios, porque el  que pierde  por él la propia vida, la encontrará.

2.— Dios no ha creado al hombre para el sufrimiento, para el renunciamiento, sino para la felicidad, para la vida; y no para una felicidad y una vida efímeras, como son las terrenas, sino para las eternas, indefectibles, que sólo en él pueden hallarse. Sin embargo, Dios se oculta a los sentidos del hombre, mientras que las cosas terrenas le acosan y halagan por todos los lados, induciéndole a buscar en ellas la propia felicidad. De aquí se sigue cuán necesario es regular y mortificar los sentidos, frenar su desmesurada tendencia a gozar, buscando satisfacciones en las criaturas. A quien desea alcanzar la plenitud de la, vida en Dios, san Juan de la Cruz, en plena línea con el Evangelio, le pide que se acostumbre gradualmente a renunciar «a cualquier gusto que se le ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para honra y gloria de Dios… por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto ni le quiso, que hacer la  voluntad  de su Padre, lo cual llamaba él su comida y manjar» (S I, 13, 4). Se trataba, pues, de cifrar el propio gozo y gusto, no en los placeres sensibles, que satisfacen el egoísmo, el amor propio, el apego a las criaturas, sino en la voluntad de Dios, en lo que agrada a Dios. El hombre espiritual debe esforzarse por desviar su tendencia a gozar, apartándola de los bienes terrenos para dirigirla decididamente hacia Dios, hasta poder repetir con Jesús: «hago siempre lo que le agrada» (Jn  8, 29).

Hablando de su misión, Jesús afirmaba: «Mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn 5, 30). Análogamente, la manera de juzgar del cristiano, sus preferencias, su conducta son justas cuando busca siempre, en todas las cosas, la voluntad de Dios, lo que agrada a Dios y le da gloria, aunque le sea costoso a la naturaleza y exija un renunciamiento. De este modo, el hombre se priva de muchas satisfacciones sensibles, terrenas, pero adquiere una libertad de espíritu, cada vez mayor, que le capacita para usar de las cosas y amar a las criaturas sin convertirse en su esclavo, sin dejarse detener por ellas en su camino hacia Dios.


¡Oh Señor!, ser discípulo tuyo significa ser todo tuyo, pertenecer plenamente, estar perfectamente unido a ti, ser una sola cosa contigo, no vivir ya nosotros, sino vivir tú en nosotros, significa la unión perfecta contigo. ¡Oh Dios mío, cuánto debo desear ser discípulo tuyo! Es la mayor gloria que puedo darte: «La gloria de Dios está en que os hagáis discípulos míos y deis fruto»; y en eso está también lo mejor para mí… ¡Oh Señor, ayúdame a hacer lo que se necesita para éso!… ¿Qué significa negarse a sí mismo para seguirte? Significa olvidarse a sí mismo, prescindiendo de sí mismo; no ocuparse de sí, como si uno no existiese; entonces es cuando uno no tiene ni interés, ni provecho propio, ni gusto, ni voluntad„ ni nada; deja uno de existir, ni se ocupa uno lo más mínimo de sí mismo…, es un olvido total. Pero, ¡oh Señor!, si  ya no busco mi bien, ¿no buscaré ya absolutamente nada?… ‘Este corazón, esta mente vacíos de sí mismos, ¿permanecerán así de vacíos?… No, ni pensarlo siquiera por un instante. Si me vacío de mí mismo es para que tú me llenes de ti Dios mío; si me olvido de mí mismo, es para no pensar más que en ti. (C. DE FOUCAULD, Meditaciones sobre el Evangelio).

¡Oh Señor!, el cristiano es un seguidor tuyo. Le asiste tu gracia, pero, a ejemplo tuyo, le es necesario el sufrimiento. Señor, un religioso, un sacerdote, un cristiano debe ser amigo de la cruz. Caminando a tu luz, tendré siempre presente el pensamiento de que aquí abajo no tenemos ni tiempo ni lugar para buscar satisfacción ni placer.

Caminando como cristiano hacia la felicidad eterna, nunca llegaré a encontrar la felicidad en este valle de lágrimas. Sin embargo, ¡oh amado Maestro!, nuestros pensamientos están a veces confusos; estamos siempre a la espera de hallar alguna complacencia personal, de escuchar una palabrita de alabanza, de gozar de una pizca de estima, de alcanzar alguna amistad en nuestro ambiente, de gustar de algún consuelo o dulzura en la oración. Señor, dame el consuelo y la satisfacción, si ellos contribuyen a mi salvación; pero dame, sobre todo, el amor y el gusto de la mortificación y de la cruz. (E. POPPE. Intimidades espirituales).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para la Cuaresma y Semana Santa, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D

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