EL NOMBRE QUE SALVA, 2 de Enero

«Yahvé, Señor nuestro, ¡cuán magnífico es tu nombre en toda la tierra!» (Ps 8, 1).

1.— Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús, im­puesto por el ángel antes de ser concebido en el seno» (Lc 2, 21). Este nombre no fue elegido en la tierra sino en el cielo y fue anunciado por voluntad de Dios tanto a María como a José. A María había dicho el ángel: «darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús­» (ib. 1, 31); y a José había explicado: «él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Ningún nombre, como éste asignado al Hijo del Altísimo, expresa tan cabal­mente la realidad profunda del que lo lleva. Jesús, como dice su nombre, es por naturaleza el Señor que salva.

«Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Hc 4, 12), declara S. Pedro después de haber curado en el nombre de Jesús al tullido que pedía limosna a la puerta del templo. «En nombre de Jesucristo Nazareno… éste se halla sano entre vosotros. Por la fe en su nombre… éste ha sido consolidado» (Hc 4, 10; 3, 16). Pedro, que es la piedra fundamental de la Iglesia, es quien primero anuncia la eficacia salvadora de Jesús: sobre él está cons­truida la Iglesia, en su nombre son bautizados los hombres, redimidos del pecado, hechos hijos de Dios y con­ducidos a la vida eterna. «En ningún otro hay salvación» (Hc 4, 12).

Jesús mismo había dicho: «Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre… Pedid y recibiréis» (Jn 16, 3-24). El Padre nunca rechaza a quien le pide en nombre de su Hijo. No es el nombre en sí mismo lo que vale, sino lo que el nombre expresa y significa; y el nombre de Jesús es omnipotente porque designa el misterio, el poder, la misión del Hijo de Dios hecho hombre para ser el Salvador del mundo. Invocar con confianza su santo nombre de apelarse a su Encarnación, a su Pasión y muerte, a su Resurrección; esta invocación es siempre eficaz porque sube a Dios apoyada en los méritos infinitos de Jesús Salvador.

2.— San Pablo presenta la gloria del nombre de Jesús como recompensa a su prodigioso anonadamiento: «Se anonadó, tomando la forma de siervo…, se humilló hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y bajo la tierra» (FI 2, 7-10). EI nombre significa también aquí la dignidad altísima de Cristo, infinitamente superior a toda dignidad creada, fren­te a la cual todas las criaturas deben tributar homenaje de adoración, reconociendo que «Jesucristo es Señor», es Dios. Todas las criaturas del cielo y de la tierra, los án­geles, los hombres y el universo entero son llamados a proclamar y adorar la divinidad de Jesús y alabar su santo nombre. Diríase que todo el mundo calle y detenga por un momento su carrera para oír y glorificar aquel Nombre santísimo en que se cifra la mayor gloria de Dios y el mayor bien de los hombres: «toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (ib. 11).

«El Señor —afirma el Concilio— es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones» (GS 45). En Jesús encuentra la huma­nidad todo aquello que necesita y de que se siente se­dienta: la paz, el perdón, el amor, la libertad, la alegría, la salvación eterna. San Bernardo no se cansa de cantar las glorias del nombre de Jesús: «Este dulcísimo nombre brilla predicado, alimenta rumiado, unge y mitiga los ma­les invocado… ¿No fue con el resplandor de este nombre excelso con que Dios nos llamó a su admirable luz? … ¿No te sientes fortalecido cuantas veces lo recuerdas? … Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón. Pero es también medicina. ¿Está triste alguno de vosotros? Pues venga Jesús a su corazón… ¿Cae al­guno en pecado? ¿Corre por esto desolado a la muerte por la senda de la desesperación? Pues invoque este nombre vital y al punto respirará de nuevo aires de vida» (Sermones sobre los Cantares, 15, 5-6: BAC 130, pp. 90-91).

¡Oh Jesús, amor de los corazones, fuente viva, luz de las inteligencias, tú superas toda alegría y todo deseo!

No hay canto más suave ni música más agradable ni pen­samiento más dulce que Jesús, el Hijo de Dios.

¡Oh Jesús, esperanza de los arrepentidos, cómo te compa­deces de los que te invocan, cómo eres bueno para con quienes te buscan! ¡Qué no serás para quienes te encuentran!

No hay palabras para expresarlo ni forma alguna de con­firmarlo. Sólo quien lo ha experimentado puede saber lo que encierra amarte a Ti, ¡oh Jesús!

A Ti, oh Jesús, te canten nuestras voces, nuestras vidas sean tu expresión y nuestros corazones te amen ahora y por siempre.

Sé Tú, Jesús, nuestro gozo y nuestro premio: sé nuestra alegría ahora y por los siglos de los siglos.

En el nombre de Jesús, ¡oh alma mía!, como en precioso vaso, tienes siempre a mano un excelente contraveneno de efi­cacia salutífera infalible; tienes un reconstituyente vigoroso, un eficaz remedio contra todas tus dolencias. Que tu nombre ¡oh Jesús!, esté siempre en el fondo de mi corazón y al alcance mis manos, a fin de que todos mis afectos y todas mis acciones vayan dirigidas a ti. A ella me invitas con estas pa­labras: «Ponme por sello sobre tu corazón, por sello sobre tu brazo»… En tu nombre, ¡oh Jesús!, tengo remedio para corregir­me de mis malas acciones y para perfeccionar las defectuosas, como también una medicina con que preservar de la corrupción mis afectos o sanearlos, si ya estuvieran corrompid­os. (S. BERNARDO, Sermones sobre los Cantares).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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