Principales Servicios y Actividades
Bienvenido a este espacio donde podrás encontrar los principales enlaces e información sobre nuestras actividades
Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
Bienvenido a este espacio donde podrás encontrar los principales enlaces e información sobre nuestras actividades
«Que yo viva con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo» (Tt 2, 13).
1.— El tiempo pasa y no vuelve más. Dios ha señalado a cada hombre un tiempo determinado para realizar el plan que se ha prefijado sobre él: el tiempo de la vida terrena. Y éste es para cada uno «el tiempo propicio, éste es el día de la salud» (2 Cr 6, 2), en el cual hay que trabajar asiduamente para cooperar con la gracia a la propia santificación. Pasado este tiempo, ya no habrá otro; y el tiempo mal empleado se ha perdido para siempre. Así es nuestra vida: un continuo fluir, un incesante correr del tiempo que ya no vuelve. En la eternidad, por el contrario, no sufriremos cambios: todo será inmutable. Cada hombre permanecerá fijo en el grado de amor que haya alcanzado en el tiempo; si ha conseguido un alto grado de amor, su gloria y su amor eternos gozarán de la misma altura; pero si su caudal de amor es exiguo, no dispondrá de más por toda la eternidad. Acabado de fluir el tiempo, ya no es posible ningún progreso. «No nos cansemos de hacer el bien —nos exhorta S. Pablo—, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras haya tiempo hagamos bien a todos» (GL 6, 9-10). Cada año que pasa es un aviso para atesorar el tiempo presente, santificándolo por medio de la caridad. «Se trata de dar a cada instante el máximo amor, de hacer eterno el instante que huye, dándole el valor de la eternidad» (Sor Carmela del Espíritu Santo, p. 182)[1].
La caridad santifica todas las acciones, aun las más banales e indiferentes, dándoles un valor de vida eterna. Y no sólo eso, sino que «la misma caridad nos apremia a vivir más y más para aquel que murió y resucitó por nosotros. Por eso ponemos toda nuestra voluntad en agradar al Señor en todo… para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena, merezcamos entrar con él en las bodas y ser contados entre los escogidos» (LG 48). De este modo al fin de la vida habremos realizado los designios de Dios sobre nuestra alma y habremos alcanzado el grado de amor que Dios espera de cada uno de nosotros y con el cual le amaremos y glorificaremos por toda la eternidad.
Para crecer en el amor, solamente disponemos de la breve jornada de esta vida terrena, y si queremos hacerla fructificar todo lo posible, necesitamos una fuerte dosis de energía no sólo para hacer obras buenas, sino para realizarlas con todo el corazón, venciendo la pesadez y pereza natural. De esta manera el amor crecerá sin medida, y con Santa Teresa del Niño Jesús podrá el alma decir a Dios: «Vuestro amor me previno desde la infancia, creció conmigo, y ahora es un abismo cuya profundidad me es imposible medir» (Historia de un alma, 10, 38: pp. 374-375).
2.—Pero ¿cuáles son las obras buenas que cada uno debe cumplir? Únicamente las que le son indicadas por la voluntad de Dios; sólo éstas tienen el poder de santificarlo. «Es preciso —decía Jesús— que yo haga las obras del que me envió mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar» (Jn 9, 4). Para esto se encarnó: «Heme aquí que vengo… para hacer ¡oh Dios! tu voluntad» (Hb 10, 7); y para esto vivió: «¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Para Jesús la vida tiene una sola finalidad y una sola preocupación: la voluntad, los intereses, la gloria del Padre.
Ponerse a seguir a Cristo significa hacer revivir en nosotros esta actitud suya de fondo, por la que estamos convencidos de que la sola cosa que tiene valor es la de «ocuparse en las cosas del Padre». Pero ¡cuántas veces, por el contrario, se disipa la existencia del cristiano en mil direcciones, en mil futilidades, cosas caducas que pasan con el pasar del tiempo y que no hacen más que marcar la vanidad de la vida terrena! Sólo el tiempo dedicado a Dios y al cumplimiento de su voluntad no pasa; se fija en Dios haciendo al hombre partícipe de su misma inmutabilidad. Entonces el fluir del tiempo no echa un velo de tristeza sobre la existencia del hombre, sino que le colma el corazón de alegría porque le va poniendo cada vez más cerca su encuentro eterno con Dios. Sea, pues, cada año un paso adelante hacia nuestra verdadera patria, y cada día esté señalado con la espera ansiosa del Señor: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
«Parece, Señor mío, que descansa mi alma considerando el gozo que tendrá, si por vuestra misericordia le fuere concedido gozar de Vos. Mas querría primero serviros, pues ha de gozar de lo que Vos, sirviéndola a ella, le ganasteis. ¿Qué haré, Señor mío? ¿Qué haré, mi Dios? ¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos, Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos! ¿Por ventura, Señor, desamparasteis al miserable, o apartasteis al pobre mendigo cuando se quiere llegar a Vos? ¿Por ventura, Señor, tienen término vuestras grandezas o vuestras magníficas obras? ¡Oh, Dios mío y misericordia mía! ¡Y cómo las podréis mostrar ahora en vuestra sierva! Poderoso sois, gran Dios. Ahora se podrá entender si mi alma se entiende a sí, mirando el tiempo que ha perdido, y cómo en un punto podéis Vos, Señor que le torne a ganar. Paréceme que desatino, pues el tiempo perdido suelen decir que no se puede tornar a cobrar. ¡Bendito sea mi Dios!
«¡Oh Señor! Confieso vuestro gran poder. Si sois poderoso como lo sois, ¿qué hay imposible al que todo lo puede? Quered, Vos, Señor mío, quered, que, aunque soy miserable, firmemente creo que podéis lo que queréis, y mientras mayores maravillas oigo vuestras y considero que podéis hacer más, más se fortalece mi fe y con mayor determinación creo que lo haréis Vos. ¿Y qué hay que maravillar de lo que hace el Todopoderoso? Bien sabéis Vos, mi Dios, que entre todas mis miserias nunca dejé de conocer vuestro gran poder y misericordia. Válgame, Señor, esto en que no os he ofendido. Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido, con darme gracia en el presente y porvenir, para que parezca delante de Vos con vestiduras de bodas, pues, si queréis podéis» (STA. TERESA DE JESUS, Exclamaciones).
¡Oh Dios mío!, mi vida entera está marcada con gracias y favores concedidos a quien es completamente indigno de ellos. No tengo necesidad de creerlo, pues larga es la experiencia que tengo de los cuidados providenciales que tú me has prodigado. Año tras año me has ido llevando adelante, apartando las insidias de mi camino, y me has confortado, aliviado, dirigido y sostenido. ¡No me abandones, Señor, cuando mis fuerzas vengan a menos!
Tú no me abandonarás: puedo confiar tranquilamente en ti. Tú serás leal conmigo hasta el final, si es que yo, aunque pecador, lo seré contigo. Puedo, pues, descansar tranquilo entre tus brazos y dormirme en tu regazo. Dame y acrecienta en mí —sólo esto te pido— la sinceridad hacia ti que selle nuestro pacto mutuo y sea garantía para mi corazón y para mi conciencia de que no te olvidarás de mí, el último de tus hijos. (J. H. NEWMAN, Maturitá cristiana).
[1] Sor Carmela del Espíritu Santo, carmelita descalza, fallecida el 23 de julio de 1949. En 1954 se imprimió su vida acompañada de una serie de escritos y de algunos apuntes de la dirección del P. Gabriel, que fue su director espiritual en el Carmelo. Cfr. Suor Carmela dello Spirito Santo, Carmelo S. Giuseppe – Roma, 1954.
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.