Cardenal Baltazar Porras Cardozo
En los días santos se produce en muchos un “desbordamiento”, un ir más allá, muchas veces sin entender exactamente el porqué que nos hace reflexionar y buscarle sentido a lo que parece absurdo. La devoción al Nazareno, por ejemplo, “desborda” lo que aparece a la vista. Para unos es superchería, para otros es algo superficial sin arraigo, para otros es masoquismo ya que afianzarse en algo sufriente camino de la muerte no tiene sentido.
Sin embargo, para el creyente, nos “desborda” el sentido de Dios, a quien siempre concebimos como el todopoderoso. El amor de Dios a las criaturas es tal que sólo despojándose de todo viso de poder, no encuentra sino en la debilidad, en el entregar la vida hasta la muerte, el verdadero rostro de Dios. Siendo débil nos ofrece a los mortales la posibilidad de acceder a lo trascendente, desde nuestra condición frágil, ser fuertes en el uso de la libertad para optar libremente. Es casi un sinsentido, queremos un dios dócil, un juguete que satisfaga nuestros deseos e incapacidades. El amor verdadero es el que es capaz de entregar la vida hasta la muerte para que los otros tengan vida y en abundancia. Complicado, verdad, pero real.
Por ello, el desborde, la afluencia multitudinaria del recorrido del Nazareno por las calles de Caracas o de cualquier ciudad o pueblo en medio de esta pandemia, es preludio de lo que tenemos que hacer para que la fraternidad, la igualdad, el destierro de toda división que produzca inequidad, nos conduzca a consolidar una sociedad más fraterna, pacífica y justa. El pueblo sencillo nos da la clarinada. Sale a la calle, ora e implora, el bien y la paz que nos es arrebatada por quienes nos manipulan. El Nazareno no termina caído en la cruz. Es quien nos abre las puertas de la vida y de la resurrección, para lo que estamos hechos.
En palabras del Cardenal Martini, “pidamos al Señor y a nuestra Señora que vivieron la dramática y seria revelación del Padre en la pasión del Hijo, que la impriman en nuestro corazón, que nos ayuden a comprender lo pagamos que seguimos siendo en nuestro concepto de Dios: queremos un Dios que nos pruebe, pero que al mismo tiempo nos salve antes de que las cosas vayan mal, que no tenga en nosotros la confianza tan total que tuvo en Jesús. De una manera espontánea y pagana, volvemos siempre, sin quererlo, a una imagen de Dios a nuestro servicio, al servicio de nuestro poder, de nuestro éxito, no a un Dios al que podemos y debemos confiarnos totalmente, tal como Jesucristo se confió. Dios es para nosotros como un mar al que lanzamos, aunque con algún pequeño instrumento de salvamento, porque de este modo, si el mar no nos sostiene, conseguiremos salvarnos. Jesús nos pone ante nuestro paganismo y nos pregunta: ¿Estás dispuesto a abrir el corazón al Dios del Evangelio y a todo lo que comporta esa aceptación?”.
En pandemia la debilidad se vuelve fuerza y oportunidad. No nos dejemos robar la necesidad de Dios, de Jesús, aunque nos quieran cerrar los templos. Los del corazón y la esperanza siempre deben estar abiertos.
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