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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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«Se conozcan en la tierra tus caminos… Alábente, ¡oh Dios!, los pueblos, celébrente los pueblos todos» (Ps. 67, 3-4).
1.— «El era la lámpara que arde y alumbra», decía Jesús hablando del Bautista, «y él dio testimonio de la verdad» (Jn 5, 35,33). Lo mismo se debería afirmar de cada uno de los cristianos: «Lámpara encendida y luminosa» por la fe viva capaz de iluminar a los demás, por el amor capaz de calentar los corazones fríos e indiferentes. Su fe y su amor deben dar testimonio de la verdad y del amor de Dios no sólo con la oración y con actos estrictamente religiosos, sino con toda la vida. Lo cual no es posible sino cuando el creyente tiende incesantemente a Dios, y lo busca en cada una de sus acciones y en toda su actividad.
El Concilio Vaticano II, dirigiéndose a los seglares, les recomienda que «al cumplir como es debido las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen unión con Cristo de su vida personal, sino que crezcan intensamente en ella realizando sus tareas según la voluntad de Dios» (AA 4). El cristiano tiene el deber de llevar a Cristo al mundo, y lo realizará en la medida en que sepa mantenerse unido a él no sólo mientras ora, sino mientras trabaja en el cumplimiento de cualquier deber y de cualquier negocio. Esta unión con Cristo en la actividad exige recogimiento interior y dominio de sí, de manera que el corazón permanezca orientado hacia Dios, deseando agradarle y comportarse en todo según su voluntad.
Pero cuando el hombre se lanza de bruces a la acción dejándose arrastrar por ella, se vuelve -incapaz de dominar y regular su propia actividad según Dios. Entonces pueden verificarse verdaderos contrasentidos: tras haber protestado a Dios en la oración amor y fidelidad a su voluntad sobre todas las cosas, cuando llega la hora de la acción se olvida de ella y se reduce a obrar como pagano, regulándose no según el Evangelio, sino según el espíritu del mundo. De esta manera el cristiano ya no es una lámpara encendida y luminosa» y su vida no «da testimonio de la verdad».
2.— San Juan de la Cruz escribía a un religioso: «Ahora coma, ahora beba, o hable o trate con seglares, o haga cualquier otra cosa siempre ande deseando a Dios y aficionando a él su corazón» (Avisos a un Carmelita, 8: Obras, p. 164). Precioso consejo para cualquier cristiano que quiera vivir unido a Dios y llevar Dios a los hombres. Esto exige que también en la actividad sepa volver de vez en cuando dentro de sí mismo para despertar el pensamiento y más aún el deseo de Dios, para tomar conciencia de la divina presencia y para entrar en contacto con Dios que mora eh su corazón. «Es menester —dice Santa Teresa— andar con aviso de no descuidarse de manera en las obras, aunque sean de obediencia y caridad, que muchas veces no acudan a lo interior a su Dios» (Fundaciones, 5, 17).
Cuando la actividad externa está regulada por el deber, por la obediencia o cuando se emprende una obra por motivo de caridad, se tiene la garantía de estar unido a Dios, ya que nos movemos en el ámbito de su voluntad; sin embargo, hay que preocuparse de hacer cada vez más actual y consciente esta unión, valiéndose de pequeños medios para aumentarla. A esto tienden aquellos momentos, rápidos pero frecuentes, con que el cristiano se retira dentro de sí mismo para encontrarse con Dios; son como el baluarte de la vida interior y en verdad la defienden del peligro de extenuarse y disiparse en la actividad externa. Quien se sumerge en la acción sin ninguna cautela, bien pronto perderá de vista a Dios y su voluntad y terminará por obrar de modo puramente humano; con frecuencia perderá la calma, se agitará y se verá incapaz de recogerse.
Jesús no reprendió a Marta porque se daba a la actividad externa, sino porque lo hacía con demasiado afán: «Marta, Marta, tú te afanas y te turbas por muchas cosas» (Lc 10, 41). Dios quiere la actividad y desea el servicio generoso a los hermanos, pero no la inquietud afanosa, porque por encima de todo una sola cosa es necesaria: la unión con Dios: Y cuanto más profundamente realice el cristiano esta vida de unión íntima con el Señor, tanto mayor será el testimonio de Dios que ofrecerá a los demás, y más genuinamente encarnará el espíritu del Evangelio, convirtiéndose en una «lámpara encendida y luminosa» que guíe a sus hermanos hacia Dios.
¡Oh Señor!, yo no soy luz para mí mismo: puedo ser ojo, pero no luz. ¿Y de qué vale tener el ojo abierto y sano si falta la luz? Alzo a ti mi grito y digo: tú darás luz a mi lámpara, Señor; con tu luz esclarecerás mis tinieblas. De mi cosecha no poseo más que tinieblas; pero tú eres la luz que disipa las tinieblas y me ilumina. De mí no viene la luz; sólo de ti puedo tenerla… r
Los sabios y entendidos se creen luz, pero son tinieblas; y como son tinieblas y se creen luz, no pueden venir a esclarecerme. Pero aquellos que son tinieblas y se tienen por tales, permanecen humildes en su pequeñez y no desean engrandecerse… Se conocen a sí mismos y te alaban, Señor, y no se apartan del camino que lleva a la salvación. Alabándote te invocan y son salvados de sus enemigos.
Vuelvo a ti, ¡oh Señor Dios Padre omnipotente!, con sinceridad de corazón, y te doy vivísimas gracias, rogándote por tu inmensa bondad que aceptes con benevolencia mis súplicas: arroja con tu poder al enemigo de mis acciones y pensamientos, aumenta en mí la fe, rige mi inteligencia, dame pensamientos espirituales y condúceme a la posesión de tu bienaventuranza. (S. AGUSTIN, Sermón).
¡Oh Dios mío!, nada podrá distraerme de ti. Cuando obro por ti y permanezco siempre en tu santa presencia bajo tu mirada divina que penetra hasta lo más íntimo de mi alma, te puedo escuchar incluso en medio del bullicio del mundo, en el silencio del corazón que sólo quiere ser tuyo.
Todo depende de la intención que se tenga. Podemos santificar hasta las cosas más pequeñas y transformar en divinos los actos más ordinarios de la vida. Un alma que vive unida a ti, Dios mío, solo obra sobrenaturalmente. Las acciones más vulgares, en vez de separarla de ti, la unen más íntimamente a ti. (ISABEL DE LA TRINIDAD, Cartas. Obras).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.