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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Todo hombre se mueve en un diálogo entre su yo y el medio ambiente que le rodea, en el que, si se abre desde su integridad humana (dimensión física, psíquica y espiritual), se descubrirá con unas aptitudes y capacidades que no le vienen dadas por sí mismo y, ahondando en su existencia, podrá hallar al garante de las mismas: Dios. Él llama a potenciar tales dones[1] mediante una respuesta en favor de los demás. La comunidad es medio evidente de esa llamada Fontal, realidad no ajena a los jóvenes, llamados especialmente por Jesús, requiriendo, entonces, atención e interpretación.
En esta línea de la existencia como una dinámica esencialmente vocacional[2] es inevitable la dimensión social de toda vocación. Siendo la persona humana un ser “constitutivamente abierto al diálogo con un tú en el que se encuentra a sí mismo como yo”[3], el desarrollo a través de una programación, en orden a la autorrealización, se da paulatinamente por un entramado de relaciones que no se reducen a un nivel grupal como la familia, el trabajo, los amigos, etc. Por el contrario, constituyen una amplitud comunitaria que aglomera todos los niveles, desde los más cotidianos hasta los más esporádicos, denotando que “el hombre se va haciendo en la interrelación y en ella se le hace presente Dios y le llega su llamada”[4].
Es esta una experiencia antropológica respecto a la que ha de decirse que entraña, en su fondo, el misterio de un eterno lla-amante[5]. Este, valiéndose de la inconfundible historia particular, “es un peregrino hacia el hombre, está interesado en buscarlo y hace todo para dar con él y revelársele y revelarle su amor”[6], camino en el que la comunidad desempeña un papel necesario y preponderante. Cada uno, en y para ella, es llamado, quedando de su parte responder o rechazar en consecución al bien común; ella representa el cauce de la llamada de Dios, en ella resuena su voz[7]. Así, el Antiguo Testamento recaba el llamado de todo un pueblo, Israel, en medio del que Dios suscita otros llamados en función del mismo para, como conjunto, responder y ser portador de la llamada a otros pueblos a la salvación, intención divina ya vaticinada en las palabras transmitidas a Abrahán[8].
En este sentido se origina una conciencia común de llamamiento, con lo cual, a partir de la experiencia personal de los profetas, “la condición de «sujeto convocado» se extenderá a todos y cada uno de los incorporados al pueblo de Dios e incluso, (…), a todos los hombres que vienen a este mundo”[9]. Dicha convicción quedará plasmada en el término hebreo qahal que, distando de referir a una asamblea profana reunida para fin político-social alguno, designa la compuesta por los con-vocados por Dios para ser su pueblo y heredar la salvación que han de transmitir[10]. De esta forma permanece en el tiempo, siendo renovada en los albores del Reino con el surgimiento de un nuevo pueblo[11], prefigurado por el antiguo, es decir, la Iglesia, cuyo vocablo griego ekklesía, traducción adecuada del hebreo mencionado, “indica su fisonomía vocacional íntima, porque es verdaderamente «con-vocatoria», esto es, asamblea de los llamados”[12]. Es la realidad en virtud de la que, siendo administradora de la Salvación según la voluntad del mismo Cristo, la Iglesia es también mediadora de las vocaciones por la acción del Espíritu Santo[13] que comunica la llamada divina mediante signos, hechos y personas incorporadas a ella por el bautismo[14]. Este papel ya lo ejercía desde la primera generación de cristianos como se puede apreciar en el libro de los Hechos[15] y en las Cartas Pastorales[16].
Desde esta perspectiva , y siguiendo a la Lumen Gentium, Dios busca y llama a los hombres en comunidad[17], con lo cual sus historias particulares se encuentran insertas en otra gran historia: la de este pueblo mesiánico que “rebasando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana para extenderse a todas las naciones”[18] y guiarlas hacia la salvación, iluminando el proyecto de los hombres con el anuncio de Cristo, primicia de la humanidad nueva.
Pbro. Luis Antonio García Thomas.
[1]Cfr. Favale A., “La vida como vocación” en Vocación común y vocaciones específicas: aspectos bíblicos, teológicos y psico-pedagógico-pastorales I, p. 32: “El hombre está llamado a hacerse por sí mismo en base a los dones de naturaleza y de gracia que Dios distribuye a cada uno en medida distinta y múltiple”.
[2]Cfr. Pérez O., Obispos, Presbíteros y Diáconos: comentario sobre documento nº 9, p. 75: “La vocación no se reduce entonces a un acontecimiento puntual, a un llamado para algo sectorial, ni, todavía más, para una tarea específicamente salvífica. Cubre, en efecto, todxa la existencia humana en su discurrir creativo-salvífico”.
[3] Ruiz J., Imagen de Dios: Antropología teológica fundamental, p. 203.
[4] Luzárraga J., Espiritualidad Bíblica de la Vocación, p. 15.
[5] Cfr. Cencini A., No cuentan los números: construir una cultura vocacional, p. 35. Significa que Dios llama porque ama
[6] Cencini A., La verdad de la vida: formación continua de la mente creyente, p. 99.
[7] Cfr. Francisco, Mensaje para la LIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones en https://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/vocations/documents/papafrancesco_20151129_53-messaggio-giornata-mondiale-vocazioni.html (consultado el 13 de marzo de 2020): “La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria”.
[8] Cfr. Gn 12, 3; 22,18
[9] Rubio L., “Llamar” en Rubio L. (dir.), Diccionario de Pastoral Vocacional, p. 640.
[10] García J., Servir a la mejor causa: llamada divina y respuesta humana según el pensamiento bíblico, p. 30.
[11] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 9: “Así como el pueblo de Israel, según la carne (…), es llamado alguna vez Iglesia de Dios (Cfr. 2Esd 13, 1; Cfr Núm 20, 4; Deut 23, 1ss), así también el nuevo Israel (…) se llama Iglesia de Cristo”.
[12] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis, 35.
[13] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 4: “El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (…) y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (…). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (…), a la que guía hacia toda verdad (…) y unifica en comunión y ministerio”.
[14] Cfr. Varela G., Los llamados: apuntes para un pastoral vocacional, p. 197. Las vocaciones “surgen a través de modelos de identificación, que son las pro-vocaciones de las nuevas vocaciones”.
[15] Como por ejemplo Hch 1, 21-26; 6, 1-6.
[16] Cfr. 1 Tm 3, 1ss; Tt 1, 1-9.
[17] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 9.
[18] Cfr. Ibíd. en comparación con Pablo VI, Carta Encíclica Ecclesiam Suam, 8 en http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_pvi_enc_06081964_ecclesiam.html (consultado el 14 de marzo de 2020): “Todos saben cómo la Iglesia está inmersa en la humanidad (…), y sufre sus vicisitudes históricas”.