¡OH ESPLENDOR DE LA LUZ ETERNA! Lunes IV Semana de Adviento

«¡Oh esplendor de la luz eterna y sol de justicia, ven a alumbrar a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte!» (Leccionario)

1.— «¡La voz de mi amado! Vedle que llega saltando por los montes, triscando por los collados…: Mi amado ha tomado la palabra y dice: ¡Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven!» (Ct 2, 8. 10). Bajo la metáfora del matrimonio, la Sagrada Escritura presenta a Dios como un esposo que toma la iniciativa de acercarse a Israel a quien ama como a esposa. En lo cual puede verse una figura de lo que sucedió cuando el Verbo eterno, Hijo de Dios, desposó consigo a la naturaleza humana uniéndose a ella en el seno virginal de María.

Si por medio de esta sublime unión Cristo es el místico esposo de la Iglesia, y en ella de todos los redi­midos por él, la Virgen de Nazaret es por excelencia la Amada que el Hijo de Dios llama y elige para sí: «¡Leván­tate, amada mía, hermosa mía, y ven!» (ib. 13). María respondió a esa llamada y el Verbo se le dio como místico Esposo y al mismo tiempo como verdadero hijo. Pero la Virgen, aunque sumergida en la adoración de tan excelso misterio, intuye que este don inefable no es sólo para sí: ella es su depositaria para participarlo a toda la humanidad. Docilísima a la llamada interior, «se puso en camino y con presteza fue a la montaña» (Lc 1, 39) para dirigirse a la casa de su prima Isabel cuya próxima maternidad le había sido revelada por el ángel. Y no va sola: el Verbo hecho carne está con ella, y con ella va a través de montes y collados en busca de las criaturas que ha venido a salvar. Así comienza María su misión de portadora de Cristo al mundo. Lo lleva en silencio pero Dios viviente en ella se manifiesta al mundo. «Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo» (ib. 41).

María enseña a todos los creyentes y sobre todo a los apóstoles que es necesario llevar a Cristo a los her­manos no tanto con la palabra, cuanto con la vida de unión con él, dándole lugar y haciéndole crecer en el propio corazón.

2.— María es portadora de Cristo, que está para al­zarse sobre el mundo «como esplendor de la luz eterna y sol de justicia». Su esplendor es tan grande que no puede permanecer escondido y así obra a través de su madre: «Así como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44), Se cumple ahora lo que el ángel del Señor había predicho a Zacarías: «Tu mujer Isabel te dará a luz un hijo… y será lleno del Espíritu Santo desde el seno de su ma­dre» (ib. 1, 13. 15). El precursor es santificado antes de nacer por medio de María, la cual, siendo Madre del Hijo de Dios, es también mediadora de gracia y de santificación no sólo para Juan Bautista, «el más grande entre los nacidos de mujer» (ib. 7, 28), sino también para todos los hombres de todo tiempo y de toda nación.

La Virgen Madre es tan pura y transparente que su sola presencia revela ya el esplendor y la luz de Cristo. Los hombres, que «están sentados en las tinieblas y en sombra de muerte», privados de luz e incapaces de recibirla, tienen absoluta necesidad de recurrir a su me­diación maternal. María es el camino que lleva a Cristo, es la Madre que disipa las tinieblas y dispone los corazones ­para dar acogida al Redentor. Y al mismo tiempo es modelo del cristiano, que habiendo recibido a Cristo está obligado a darlo a los hermanos. A su imitación, la vida de todo cristiano debe ser tan pura y genuina que pueda reflejar a Cristo en cada uno de sus gestos y acciones. Cristo, «esplendor de la luz eterna y sol de justicia», debe brillar en la conducta de los cristianos y a través de ella disipar las tinieblas, las dudas, los erro­res, los prejuicios y las incertidumbres de tantos que no creen porque no han encontrado quien sepa darles un testimonio vivo y eficaz del Evangelio. Apoyándose en la poderosa intercesión de María, el cristiano ruega por sí y por todos sus hermanos: «¡Oh esplendor de la luz eterna y sol de justicia; ven e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte!» (Leccionario).

¡Oh Madre querida!, tú que llevaste a Jesús tan dignamente, enséñanos a llevarlo dentro de nosotros; … al recibirlo en la comunión, está dentro de nosotros como estaba en ti con su cuerpo; y siempre está dentro de nosotros, como lo estaba también siempre dentro de ti, por su divina esencia.

Enséñanos a llevarlo con tu mismo amor, con tu recogi­miento, con tu contemplación y tu adoración continua…

Enséñanos, ¡oh, Madre!, a viajar como tú viajabas, en el olvido completo de las cosas materiales y con la mirada del alma fija sólo en Jesús a quien llevabas dentro de tu seno, contemplándolo y adorándolo y en continua admiración hacia él, pasando por entre las criaturas como en sueño, viendo como en niebla todo lo que no es Jesús, mientras sólo él bri­llaba y resplandecía en tu alma como un sol, abrasando tu corazón e iluminando tu espíritu. Enséñanos a caminar en los viajes que hagamos en la tierra y en todo el viaje de nuestra vida, como tú caminabas en tus viajes y como tú te comportaste en todos los días de tu existencia, sin ver las cosas exteriores sumergidas para nosotras en nieblas profundas, y con los ojos fijos incesantemente en Jesús que ilumina nuestra alma como un río de fuego: Et nox illuminatio mea in deliciis meis. ¡Oh, sí, Dios mío; que todo lo que no eres tú sea noche oscura para nosotros, y que sólo tú ilumines las profundidades de nuestras almas con tu delicioso esplendor! (CARLOS DE FOUCAULD, Sulie feste dell’anno, Op. sp.).

No te pido, ¡oh Señor!, que renueves por tu natividad en la carne cual se cumplió un día; pero sí te ruego que me hagas nacer en tu divinidad. Lo que sólo tu gracia realizó corporalmente en María, realízalo ahora, por medio del Espíritu Santo, en tu Iglesia. ¡Que su fe inquebrantable te conciba; que su inteligencia sin mancha te dé a luz; que su alma, protegida por la virtud del Todopoderoso, te conserve para siempre! (Misal mozárabe).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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