¡OH RENUEVO DE JESÉ! Sábado III Semana de Advien to

¡Oh renuevo de la raíz de Jesé, que te alzas como señal de los pueblos, ven a li­berarnos, no tardes!» (Leccionario).

1.— Las antífonas mayores que se van sucediendo en las últimas ferias del Adviento, no hacen más que invo­car bajo diversos aspectos la venida del Salvador, designá­ndolo con los títulos más expresivos sacados de las profecías mesiánicas y poniendo de relieve las varias pre­rrogativas de su obra salvadora. Dos de estas antífonas —«¡Oh renuevo de Jesé!» «¡Oh llave de David!»— reafir­man de modo especial la descendencia davídica de Cristo, saludando en él el cumplimiento de las promesas hechas al rey de Israel. Isaías había dicho: «Brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago… El renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán con ansia las gentes» (11, 1. 10). Y Jeremías: «He aquí que vienen días —orácu­lo de Yahvé—  en que yo suscitaré a David un vástago justo, y reinará como rey prudentemente; y hará derecho y justicia en la tierra» (23; 5). Todo esto se convertirá en historia cuando de la raíz de Jesé, padre dé David, nacerá Jesús el Salvador; él será puesto delante de los pueblos como señal y estandarte de salvación. Todas las gentes miran a él con ansia, lo buscan, lo esperan, y lo invocan: «¡Ven a librarnos, no tardes!»

El mundo lo ha esperado durante millares de años, pero ahora, desde hace ya dos mil años ha venido, no quiere reconocerlo y aceptarlo como Salvador, como Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Y sin embargo el mundo tiene necesidad inmensa de él: hoy como ayer y mañana como hoy, Cristo es y será el único signo de salvación en el cual los hombres serán salvados. Las antífonas mayores, como las profecías, ponen de re­lieve su descendencia de una genealogía humana para subrayar que si él es la «Sabiduría salida de la boca del Altísimo», el Verbo de Dios, también es el hijo del hom­bre. Cristo pertenece a la humanidad y al mismo tiempo la corona como vértice; él es «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana» (GS 18); él se ha hecho hombre para que el hombre encuentre en él a Dios.

  1. — «¡Oh llave de David!» Las llaves indican el poder y por lo tanto el reino; en este caso el reino de David conferido a Cristo. También en el Apocalipsis es presen­tado Cristo como «el que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre» (31, 7). Y es evidente: su poder no se ejercita sólo sobre el reino de David, del cual desciende, sino que más allá de toda soberanía terrena, se extiende al reino de los cielos de que es Señor eterno y al cual desea llevar a todos los hombres. Cristo es el Rey supremo que tiene el poder de abrir a los hombres el reino del Padre, y se lo abre no con gesto de autoridad, sino con gesto de amor misericor­dioso que lo hace entre los hombres y lo impele a dar su vida para obtenerles de nuevo el derecho de entrada en la casa del Padre. Con el aniquilamiento de su Encarnación, con los sufrimientos de su Pasión, con su Muerte y Resurrección, Cristo se ha convertido en la «llave» ­del reino celestial.

Cuando en el nacimiento de Juan Bautista, Zacarías su padre recobra la palabra perdida a causa de su incre­dulidad, prorrumpe en un canto de alabanza al Mesías de quien Juan será el precursor. «Lleno del Espíritu San­to» describe así su misión: «nos visitará el astro que surge de lo alto, para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1, 78-79). La litur­gia ha tomado estas palabras insertándolas en la cuarta antífona mayor del Adviento: «¡Oh llave de David!…, ven y libra de la cárcel al prisionero que yace en las tinieblas». Para introducir a los hombres en el reino del Padre, Cristo debe arrancarlos primero de la cárcel del pecado y de las tinieblas de la muerte. El, luz eterna, esplendor del Padre, quiere iluminar sus mentes y sus corazones para vaciarlos de las tinieblas del mal y librarlos de la escla­vitud de Satanás. Prepararse a la Navidad significa abrirse a la luz de Cristo, dejarse iluminar por su palabra, por su Evangelio, desechar las tinieblas y seguirle a él, Luz que viene a visitarnos de lo alto.

Brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago. Sobre el que reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé…

En aquel día dirás: «Yo te alabo, Yahvé, porque te irritaste contra mí, pero se aplacó tu cólera y me has consolado. Esté es el Dios de mi salvación, en él confío y nada temo, porque mi fuerza y mi canto es Yahvé. El ha sido para mí la salud. Sacaréis con alegría el agua de las fuentes de la salud». (Isaías, 11, 1-2; 12, 1-3).

¡Oh verdad, lumbre de mi corazón, no me hablen en mis tinieblas! Me incliné a éstas y me quedé a oscuras; pero desde ellas, sí, desde ellas, te amé con pasión: Erré y me acordé de ti. Oí tu voz detrás de mí que volviese; pero apenas la oí por el tumulto de los sin-paz. Mas he aquí que, ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a tu fuente. Nadie me lo prohíba; que beba de ella y viva de ella. No sea yo mi vida; mal viví de mí: muerte fui para mí. En ti comienzo a vivir» (Conf, XII, 10, 10).

¡Señor, tengo sed! ¡Fuente de la vida, sáciame!… Ven, ¡oh Señor!, no tardes. Ven, Señor Jesús; ven a visitarnos en la paz. Ven y libra a este prisionero de la cárcel, para que nos alegremos de todo corazón delante de ti. Ven, Salvador nuestro; ven, oh deseado de todas las gentes… Muéstranos tu rostro y seremos salvos» (ps. Sol. 35). (SAN AGUSTIN)

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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