¡Qué encuentres a Cristo!

Cuando Juan y Andrés comenzaron a seguir a Jesús aquella primera vez, la situación debió ser un poco embarazosa para ellos. Se habían puesto en camino detrás de aquel hombre, pero ¿cómo le iban a abordar? No es muy convencional parar a alguien y preguntarle: «¿Eres tú el Cordero de Dios?» Sin embargo, eso les había dicho el Bautista y, en realidad, era lo único que sabían de Él… Quizá estaban deliberando entre ellos qué podían hacer cuando Jesús mismo, «viendo que le seguían, les preguntó: —¿Qué buscáis?» (Jn 1,38).

Al Señor le conmueven los corazones jóvenes, inquietos. Por eso, cuando le buscamos sinceramente, Él mismo se hace el encontradizo de la manera más inesperada. San Josemaría recordó toda la vida su primer encuentro personal e imprevisto con Jesús. Él era entonces un adolescente, con un corazón que bullía de proyectos e ideales. Tras una fuerte nevada, que había cubierto las calles de su ciudad con un denso manto blanco, salió de casa. Descubrió al poco, sorprendido, el rastro de unos pies descalzos sobre la nieve. Las huellas le llevaron hasta un fraile que iba camino de su convento. Aquello le impresionó profundamente. «Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, —se dijo— ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo?»[i].

Ese día, igual que Juan y Andrés, el joven Josemaría fue tras los pasos del Señor, que se hacía presente, esta vez, en unas huellas en la nieve. Muchas otras personas quizá también vieron “aquellas huellas, pero para aquel joven fueron un signo inequívoco de que Jesús quería entrar en su vida. Después, su reacción fue muy similar a la de aquellos primeros amigos de Jesús. «Ellos le dijeron: —Rabbí —que significa: “Maestro”—, ¿dónde vives? Les respondió: —Venid y veréis. Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima» (Jn 1,38-39).

Descubrir que alguien nos ama despierta en nosotros un deseo enorme de conocerle. Darnos cuenta de que hay alguien a quien le importamos, que hay alguien que nos está esperando, y que tiene la respuesta a nuestros anhelos más profundos, nos lleva a buscarle. A través de aquellas huellas, Dios quiso que san Josemaría cayera en la cuenta de que «llevaba ya, metida muy dentro, “una inquietud divina”, que renovó su interior con una vida de piedad más intensa»[ii]. Buscar a Jesús y encontrarle es solo el inicio. Podremos a partir de entonces empezar a tratarle como a un amigo. Procuraremos conocerle mejor, leyendo el Evangelio, acercándonos a la Santa Misa, disfrutando de su intimidad en la Comunión, cuidándole en quienes más lo necesitan. Y procuraremos darnos a conocer, compartiendo[…] “la oración: «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»[iii]. Como Juan y Andrés, que pasaron todo aquel día con Jesús.

[i] A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p. 96.

[ii] Ibidem, p. 97.

[iii] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, 8, 2.

Meditación tomada del libro de Borja de León (ed), titulado: Algo grande y que sea amor. La vocación cristiana: encuentro, respuesta, fidelidad. Fundación Studium, 2020. Borja de León, es un Sacerdote, doctor en Filosofía, que desarrolla su labor pastoral con familias y es capellán de un colegio de Madrid.

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