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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Pero ¿en qué consiste esa inquietud? ¿De dónde viene? Al relatar la escena del joven que se acerca al Señor, san Marcos dice que Jesús, mirándolo, lo amó (Mc 10,21). Así hace también con nosotros: de algún modo, percibimos en nuestra alma la presencia de un amor de predilección que nos escoge para una misión única. Dios se hace presente en nuestro corazón, y busca el encuentro, la comunión. Sin embargo, la meta aún está por alcanzar, y de ahí nuestra inquietud.
Esta presencia amorosa de Dios en el alma puede manifestarse de distintos modos: anhelos de una mayor intimidad con el Señor; ilusión de saciar con mi vida la sed de Dios de las almas; deseos de hacer crecer la Iglesia, familia de Dios en el mundo; añoranza de una vida en la que verdaderamente rindan los talentos recibidos; el sueño de aliviar tanto sufrimiento en todas partes; la conciencia de ser un agraciado: «¿Por qué yo tanto y otros tan poco?».
La llamada de Dios puede revelarse también en sucesos aparentemente fortuitos, que remueven interiormente y dejan como un rastro de su paso. Al contemplar su propia vida, explicaba san Josemaría: «El Señor me fue preparando a pesar mío, con cosas aparentemente inocentes, de las que se valía para meter en mi alma esa inquietud divina. Por eso he entendido muy bien aquel amor tan humano y tan divino de Teresa del Niño Jesús, que se conmueve cuando por las páginas de un libro asoma una estampa con la mano herida del Redentor. También a mí me han sucedido cosas de este estilo, que me removieron»[1].
Otras veces, esa presencia amorosa se descubre a través de personas o modos de vivir el Evangelio que han dejado la huella de Dios en nuestra alma. Porque, aunque a veces es un acontecimiento o un encuentro inesperado el que nos cambia la vida, es muy habitual que nuestra llamada tome forma a partir de lo que hemos vivido hasta ese momento.
Por último, en ocasiones son algunas palabras de la Sagrada Escritura las que hieren el alma, anidan en su interior y resuenan dulcemente, quizá incluso para acompañarle a uno a lo largo de la vida. Así le sucedió por ejemplo a Santa Teresa de Calcuta con una de las palabras de Jesús en la Cruz: «Tengo sed» (Jn 19,28); o a san Francisco Javier, para quien fue decisiva esta pregunta: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mt 16,26).
Pero quizá lo más característico de esa inquietud de corazón es que toma la forma de lo que podríamos llamar una simpatía antipática. Con palabras de san Pablo VI, la llamada de Dios se presenta como «una voz inquietante y tranquilizante a un tiempo, una voz dulce e imperiosa, una voz molesta y a la vez amorosa»[2]. La llamada nos atrae a la vez que nos produce rechazo; nos impulsa a abandonarnos en el amor, a la vez que nos asusta el riesgo de la libertad: «Nos resistimos a decir que sí al Señor, se quiere y no se quiere»[3].
Meditación tomada del libro de Borja de León (ed), titulado: Algo grande y que sea amor. La vocación cristiana: encuentro, respuesta, fidelidad. Fundación Studium, 2020. Borja de León, es un Sacerdote, doctor en Filosofía, que desarrolla su labor pastoral con familias y es capellán de un colegio de Madrid.
[1] San Josemaría, En diálogo con el Señor, edición crítico-histórica, p. 199.
[2] San Pablo VI, Homilía, 14-X-1968.
[3] San Josemaría, notas de una reunión familiar, Crónica, 1972, p. 460 (AGP, Biblioteca, P01).