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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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El evangelio de hoy comienza con unas palabras que nos llenan de consuelo y esperanza: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino». Con esta frase, Jesús nos quita el miedo y nos invita a confiar plenamente en la providencia de Dios. A menudo, nos sentimos abrumados por las preocupaciones de este mundo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a vestir, cómo pagaremos las deudas? Jesús nos dice que dejemos de preocuparnos por estas cosas, porque nuestro Padre ya se ha encargado de darnos el bien más grande: el Reino. Por eso, el primer paso para vivir este evangelio es cultivar una confianza absoluta en el amor de Dios. Él nos ha dado lo más valioso, ¿cómo no nos va a dar lo que necesitamos para el día a día?
Jesús nos insta a no apegarnos a las riquezas de este mundo. Nos dice: «Vendan sus bienes y den limosna; hagan bolsas que no se estropeen, un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla». El corazón humano tiene la tendencia a acumular, a buscar seguridad en las posesiones. Pero Jesús nos muestra que esa seguridad es una ilusión. Las riquezas materiales son efímeras; un día están y al otro se van. La verdadera seguridad no está en lo que tenemos, sino en lo que somos en Cristo. El tesoro que debemos buscar es el que no se corrompe: la caridad, la misericordia, el amor al prójimo. Cada acto de generosidad que hacemos es un ladrillo que ponemos en la construcción de nuestro hogar eterno. Donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón.
Después de hablarnos de las riquezas, Jesús nos cambia de tema y nos habla de la vigilancia. Nos compara con siervos que esperan a su amo que regresa de una boda. «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». La cintura ceñida nos habla de estar listos para la acción, sin estorbos. Las lámparas encendidas nos hablan de la fe, que ilumina nuestro camino y nos permite ver con claridad la voluntad de Dios. No podemos dormirnos espiritualmente. A menudo, nos distraemos y nos olvidamos de lo importante. Jesús nos invita a vivir cada día como si fuera el último, no con miedo, sino con la alegría de saber que nuestro encuentro con el Señor está cerca. «Dichosos los siervos a quienes el amo, al llegar, los encuentre en vela». La vigilancia no es un estado de ansiedad, sino un estado de amor que espera con anhelo el regreso de su Amado.
El escritor sagrado termina con la parábola del administrador fiel y sensato. Jesús nos muestra que a quien mucho se le da, mucho se le pedirá. A todos se nos ha confiado algo: talentos, dones, bienes materiales, la fe misma. El Señor nos pide que seamos buenos administradores. «Al que se le confió mucho, se le reclamará más». Un buen administrador es aquel que no piensa solo en sí mismo, sino en los demás. Es el que usa sus dones para servir a la comunidad, para ayudar al necesitado, para llevar la luz de Cristo a los demás. Esta parábola nos recuerda que no somos dueños de nada, sino simplemente administradores de lo que Dios nos ha dado.
Este evangelio es un llamado a la acción. Nos invita a dejar de lado los miedos, a no apegarnos a lo material, a mantenernos vigilantes y a ser responsables con lo que Dios nos ha confiado. No podemos vivir una vida mediocre y tibia. El Señor nos llama a vivir con una pasión ardiente, con una fe viva y con un corazón dispuesto a servir.
¿Qué tesoro estamos acumulando? ¿Estamos vigilando o estamos dormidos? ¿Qué estamos haciendo con los talentos que Dios nos ha dado? Recordemos que cada día es una oportunidad para prepararnos para el encuentro con nuestro Señor. Que el Espíritu Santo nos dé la fuerza para vivir este evangelio con alegría y esperanza.
Dios es bueno.