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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Uno de los principales acentos que marcan la Cuaresma está expresado en un contundente llamado a la penitencia como medio para abandonar al pecado y volverse a Dios. Precisamente la liturgia del miércoles de ceniza ha hecho resonar este llamado a través de la lectura de la profecía de Joel: “Y ahora volved a mi de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos” (Joel 2,12).
Es el mismo llamado hecho por nuestro Señor al inicio de su predicación: “haced penitencia (conviértanse) porque el Reino de Dios está cerca” (Mt 4,17). Así pues, penitencia es sinónimo de arrepentimiento y conversión para poder acoger el Reino de Dios que se manifiesta con todo su poder salvífico en Jesucristo muerto por nuestros pecados y resucitado para darnos nueva vida.
Sobre la penitencia el CEC[1] nos dice lo siguiente: «La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia» (Catecismo 1431).
Es importante tener presente que la penitencia no es una obra exclusivamente humana, si bien se requiere nuestro esfuerzo y compromiso, estos por sí solos son insuficientes. La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos” (Lam 5,21). Dios es quién nos da la fuerza para comenzar de nuevo.
Existen diversas formas de penitencia en la vida cristiana, entre ellas destacan, en primer lugar, las que están incluidas en la celebración de la Eucaristía y las del sacramento de la Penitencia o reconciliación, que Jesucristo instituyó para que saliéramos victoriosos en la lucha contra el pecado.
Además, el cristiano tiene otras muchas formas de poner en práctica su deseo de conversión. Nos recuerda el CEC 1434 que «La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás»
En primer lugar, a realizar un profundo examen de conciencia, a revisar nuestra vida de cara a los mandamientos de la Ley de Dios y a reconocer con humildad y sinceridad nuestros pecados, para ello necesitamos la luz de la gracia que nos haga conscientes del mal que hay en nosotros y que con frecuencia nos hace dar la espalda a Dios y a los hermanos. “Danos Señor conciencia y dolor de nuestros pecados”.
En segundo lugar, hacer un firme propósito de enmendar nuestra vida, de renunciar a todo aquello que es un obstáculo para seguir a Cristo con fidelidad, principalmente el pecado mortal, pero también los llamados pecados veniales o leves, esos pecados del día a día a los cuales tal vez nos hemos acostumbrado y que tal vez justificamos, esas “pequeñas cadenas” que nos atan y que por no ser tan gruesas tal vez no nos asustan y por ello no advertimos el daño y peligro que representan. Pero no solo nuestra lucha ha de ser contra los pecados mortales y los pecados veniales, también debemos luchar, con la ayuda de la gracia, contras esas imperfecciones que empañan nuestra alma, que entibian el fervor, que disminuyen la caridad y que impiden que reflejemos con mayor claridad el rostro de Dios y que vivamos en un mayor amor a Él y al prójimo.
Luego, una vez realizado este examen de conciencia y con una firme y determinada resolución de reorientar nuestra vida a Dios y romper con el pecado, es momento de reencontrarnos con Jesús en el Sacramento de la Confesión, también llamado sacramento de la penitencia o reconciliación.
Este sacramento ha sido instituido por Jesús resucitado, quien ha dado a la Iglesia el poder y la misión de perdonar: “a quien perdonen los pecados les quedan perdonados” (Jn 20, 23). Este sacramento nos permite recibir el perdón de nuestros pecados a través de la absolución sacramental impartida por el sacerdote: “… y yo te absuelvo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Así pues, por medio de este sacramento nos reconciliamos con Dios, pero también con la iglesia. Es importante tener en cuenta que además del perdón de los pecados, cada vez que acudimos con las debidas disposiciones a este sacramento recibimos un aumento de la gracia santificante por medio de la cual nos es concedido un renovado impulso para caminar en la fe y vencer en el combate espiritual.
Por último, podemos reparar por nuestros pecados y por los pecados de toda la humanidad a través de la oración, el ayuno, los sacrificios, las obras de caridad, la aplicación de las indulgencias que concede la Iglesia, así como diversos actos piadosos como el vía crucis, las horas santas, el rezo meditado del santo rosario etc. Recordemos que además de la cuaresma, todos los viernes del años tienen este sentido penitencial.
Señor Jesús, toca nuestro corazón con tu gracia para que experimentando tu amor descubramos el mal que representa el pecado y con todas las fuerzas de nuestra alma nos convirtamos con sincero arrepentimiento y nos entreguemos a ti. Danos, Señor, la gracia de hacer una buena confesión, y de descubrir en este sacramento esa fuente inagotable de misericordia que brota de tu compasivo corazón. Amén.
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Por Orlando Gámez
[1] CEC: Catecismo de la Iglesia Católica