Diácono Thomas Chacón
Hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, un misterio central de nuestra fe que nos revela la naturaleza profunda de Dios como un ser trinitario, un ser que es una relación de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios que no es solitario, sino que es comunión perfecta, amor infinito que se entrega y se comparte. Por ello la Trinidad es un Dios de amor y relación, de la que nosotros somos imagen y semejanza; porque «Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26). De allí que, en la medida en la que los humanos vivamos en mayor comunión, como vive el Padre Hijo Espíritu Santo, seremos más imagen y semejanza de nuestro Dios Trinitario.
El Evangelio de hoy (Mt 18, 16-20) nos recuerda que Jesús nos reveló a Dios como Padre misericordioso, Hijo unigénito y Redentor, y Espíritu Santo que nos guía y santifica. Tres personas distintas, pero un solo Dios, porque el amor es su esencia misma se aman en la eternidad las tres personas divinas: Padre Hijo y Espíritu Santo, y nosotros somos creados para que los humanos nos amemos como se aman las tres personas divinas. Como dice San Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8), y nosotros somos llamados vivir como lo hace Dios. Así como hay tres personas divinas y un solo Dios, el sueño de Dios es que nosotros seamos muchísimas personas humanas y una sola humanidad.
La Carta a los Romanos (Rm 8, 14-17) lo reafirma, San Pablo nos enseña que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y esto se refleja de manera especial en nuestra capacidad de amar. Somos seres relacionales, llamados a vivir en comunión con Dios y con los demás.
Cuando estamos atentos a vivir en relación con el eterno, como vive Dios; nos damos cuenta de que la creación entera nos habla de la Trinidad. Desde la inmensidad del cosmos hasta la complejidad de las células, todo lleva el sello del amor creador que se relaciona con todo. El universo no es una obra del azar, sino el fruto del designio amoroso de Dios.
La Santísima Virgen María, en su humilde obediencia al Padre y en su aceptación del Hijo por obra del Espíritu Santo, se convirtió en el icono perfecto del amor trinitario. Ella nos muestra cómo podemos responder al amor de Dios con nuestro propio amor dado a los demás.
La solemnidad de la Santísima Trinidad nos invita a reflexionar sobre nuestro propio llamado a vivir el amor trinitario relacionandonos con los demás
En la familia: Amemos a nuestros familiares con el mismo amor con que el Padre ama a su Hijo.
En la comunidad: Vivamos en unidad y comunión, como el Espíritu Santo une al Padre y al Hijo.
En el mundo: Seamos instrumentos del amor de Dios relacionandonos con los demás, especialmente para los más necesitados.
Hermanos y hermanas, pidamos a Dios la gracia de comprender cada vez más el misterio de la Santísima Trinidad y de vivir en nuestro día a día el amor trinitario que nos hace imagen y semejanza de Dios cuando vivimos en comunión.