En el Evangelio de hoy encontramos un pasaje que, a primera vista, puede generar desconcierto. Jesús, rodeado de una multitud que escucha con atención sus palabras, parece apartarse de su propia familia que desea verlo. Afirma: «quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 35). ¿Estará Jesús menospreciando a su propia madre y parientes? ¿Negará el valor de los lazos familiares? No es así, todo lo contrario, Jesús mencion que la familia se consolida y se amplía cuando se hace la voluntad de Dios. Allí su madre es modelo de hacer la voluntad de Dios, al aceptar el anuncio del Ángel Gabriel y principalmente por creer. Por ello, cuando le dicen a Jesús: “Dichosos los pechos que te amamantaron” (Lc 11,27) y él responde “Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios, y la obedecen”; allí entra principalmente su Madre, quien es dichosa por todas las generaciones (Cf Lc 1,48) por haber creído (Cf Lc 1,45). Esos nos muestra que María es ejemplo de fe y de la posibilidad de que podemos alcanzar la dicha de ser familia de Jesús, si así lo creemos y aceptamos.
Por lo tanto, Jesús no está rechazando a su familia, sino que está revelando una nueva realidad: la familia de Dios; la cual no está unida por lazos de sangre sino por la fe en Cristo y la obediencia a la voluntad de Dios; como la de María.
Esto lleva a preguntarnos: ¿Cuál es la voluntad de Dios? En primer lugar, acoger el mensaje de salvación traído por Cristo. Dios que, en su amor infinito, se ha hecho hombre para revelarse y ser amado por nosotros. La Iglesia, como comunidad de creyentes, es lugar donde se guarda y transmite está verdad revelada por Dios. De allí que la Iglesia resplandece como voluntad de Dios cuando vive lo que es: ser signo de unidad de todo el género humana por estar unida a Dios.
Junto a la fe en Cristo, la voluntad de Dios también incluye la vida en gracia, es decir, vivir de acuerdo a la ley moral. Esta ley no es una carga, sino una guía para alcanzar la verdadera felicidad; la que en un principio Adan y Eva rechazaron al desobedecer a Dios.
En la Iglesia, como nueva familia de Dios, no hay lugar para la división. Todos, sin importar nuestra raza, lengua o nación, somos hermanos y hermanas en Cristo. La Eucaristía nos une aún más, convirtiéndonos en un solo cuerpo y sangre. Este vínculo de fraternidad es más fuerte que cualquier otro lazo humano.
Sin embargo, la realidad es que la Iglesia no está exenta de divisiones. A veces, surgen diferencias de opinión, conflictos y rivalidades. Estas divisiones son contrarias a la voluntad de Dios y debilitan la misión de la Iglesia.
Es nuestro deber, como miembros de la Iglesia, trabajar por la unidad. Debemos cultivar el amor, el respeto y la comprensión mutua. Debemos escuchar con atención las diferentes perspectivas y buscar el diálogo constructivo. Solo así podremos superar las divisiones y construir una Iglesia más fuerte y unida.
Hermanos y hermanas, recordemos que en la Iglesia no hay lugar para la división. Somos una sola familia, unidos por la fe en Cristo y la obediencia a la voluntad de Dios. Trabajemos juntos para construir una Iglesia más unida, donde el amor, la paz y la comunión reinen siempre.
Reflexión personal
¿Cómo puedo contribuir a la unidad de la Iglesia en mi comunidad?
¿Qué puedo hacer para superar las divisiones y fomentar el diálogo?
¿Cómo puedo vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y fortalecer mi relación con Él?
Oración
Padre celestial, te pedimos por la unidad de tu Iglesia. Que todos los que creemos en Cristo seamos uno solo, unidos en el amor, la fe y la esperanza. Que superemos las divisiones que nos separan y construyamos una comunidad fuerte y vibrante. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Maravillosa y hermosa reflexión.
Gracias. 🙏🏻