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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Diácono Freddy Obregón
“Párate y come, el viaje que tienes por delante se extiende a lo lejos”. Estas son las palabras de un ángel al profeta Elías, quien, agotado por atravesar el desierto y soportar la persecución, se vio consumido por un profundo sentimiento de desesperación existencial, incluso de anhelo de muerte. Abrumado por el peso de todo, suplicó: «No puedo soportarlo más, por favor acaba con mi vida. No soy mejor que aquellos que me precedieron». En respuesta, Dios le proporcionó sustento (un pastel recién horneado y una jarra de agua) y envió un ángel para animarlo a comer, porque el camino por delante era arduo y exigente.
La vida misma no es un simple viaje; requiere resiliencia, perseverancia, dedicación a los estudios y al trabajo, y un compromiso inquebrantable para superar los desafíos que se nos presenten.
En la actualidad, la tarea de vivir según los principios cristianos se ha vuelto aún más ardua. Si bien reconocemos el valor y la importancia de los criterios del Evangelio en lo profundo de nuestra conciencia, ponerlos en práctica e integrarlos en nuestra vida diaria resulta un desafío muy serio. Nos exige nadar constantemente contra corriente, luchando contra fuertes corrientes que se originan tanto en nuestro interior como en una sociedad que no prioriza la fe. Se podría describir el mensaje de Jesús como una mezcla paradójica de belleza e incomodidad, que al mismo tiempo nos atrae y nos presenta profundos desafíos.
Sentimos cansancio, emociones ocasionales de melancolía o desilusión, e incluso llegar a un punto en el que el deseo de escapar de todo se vuelve tentador, similar al deseo de muerte del profeta Elías. ¿Por qué invertir tanta energía en practicar mi fe si nada parece cambiar y todo permanece estancado? ¿Para qué seguir luchando por algo que nunca va a cambiar? ¿Por qué el mal siempre triunfa sobre el bien? Jesús, plenamente consciente de esta lucha, porque también él la experimentó, es la razón misma por la que Dios impulsa al profeta a levantarse y alimentarse. Jesús declara: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Quien participe de este pan tendrá vida eterna”. Es el sustento celestial que permite a la humanidad participar de él y evitar la muerte espiritual.
Jesús nos invita a entrar en su dinámica. La Eucaristía, en la que participamos del pan de su palabra y de la mesa del de su cuerpo y de su sangre, es la expresión sacramental de un Dios que sabe lo difícil que es ser cristiano y por su bondad se queda para que podamos vivir fraternalmente en comunión con él, asimilándolo en nuestra vida.
El objetivo del cristianismo no es pretender cambiar al mundo, sino cambiar a nosotros mismos como cristianos, y así el mundo por pura gracia de Dios cambiará. La celebración de la Eucaristía no se trata de superstición, ni de magia y mucho menos de profundidad religiosa, sino de un sacramento de nuestra fe que nos permite llevar a cabo el misterio de nuestra comunión con Cristo. Esto es necesario para que podamos vivir en un horizonte infinito, eterno y saciado de Dios, en lugar de un espacio humano limitado e insaciable.
El evangelio nos relata que los judíos comenzaron a cuestionar y a murmurar por qué Jesús pronunció las palabras «yo soy el pan bajado del cielo”. Porque para ellos, la Toráh, el libro de la ley, es el pan de Dios para los judíos piadosos. Los fariseos en ese momento se sentían escandalizados al escuchar a Jesús decir que ese pan y alimento era propiedad de Él.
Es imposible entender lo que Jesús decía, que él era el camino para llegar a Dios, comprender y amar al Padre celestial y formar una fraternidad humana de hijos de Dios. Sin embargo, nuestra situación es diferente. Nuestra fe no se basa en la escritura de un libro, sino en la vida de alguien cuyas letras nos cuentan su historia y nos enseñan que está vivo, Jesús de Nazaret, el hijo de Dios. Como resultado, cuando San Juan comenzó su evangelio, identificó a Jesús como la Palabra del Padre y el Verbo de Dios que vino a nosotros y nos invita a entrar en comunión con él. Los interlocutores de Jesús mostraron una actitud tan humana pero mezquina.
Al enfrentarse a un gran misterio de fe, en lugar de intentar abrir su mente y corazón, comenzaron a murmurar entre ellos, entre sus compañeros, entre aquellos que compartían su opinión, buscando respaldo para sus ideas o perspectivas.
Es común que ante una idea o argumento diferente al nuestro, en lugar de abrirnos y buscar la verdad en lo que el otro me dice, nos cerramos buscando aprobación o aplausos entre aquellos que piensan como nosotros. Y si no piensa así, buscamos la forma de quitarlo del camino para que no nos incomode.
Para ser cristiano, debemos comprender el misterio de vivir en comunión con Cristo y celebrar la Eucaristía verdaderamente, debemos dejar fuera toda duda. Es decir, no podemos vivir encerrados en nosotros mismos, en nuestras necesidades e ideas, buscando aprobación entre aquellos que son como uno. En realidad, muchos individuos que adoptan la religión cristiana para justificar sus acciones, a veces inmorales, con la perspectiva de otras personas que tienen una idea o punto de vista similar. La comunión con Cristo implica vaciarse de sí mismo y decir: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». No podemos decir que somos cristianos y hacer silencio ante las injusticias, no podemos decir que creemos en Cristo y cerrar nuestros oídos al llanto de los mas necesitados, no podemos decir que somos hermanos y cerrar los ojos ante los atropellos de los de los más fuertes en contra de los débiles, simplemente es incoherente.
Y esto es difícil porque requiere un cambio de vida y una profunda conversión y manifestación de la fe, que no busca milagros, ni soluciones, mucho menos certezas, sino que simplemente ama y desea ser uno con el amado, en este caso, hacerse uno con el amado, Cristo Jesús. Ante las dificultades de la vida, queridos hermanos, recordemos este pasaje del profeta Elías. Levántate y come, ya que el camino que te queda es largo, pero con la convicción de que nuestro alimento ya no es una torta cocida o un poco de agua que sacia por un rato, sino el amor de una persona divina llamada Cristo, quien nos nutre por toda la eternidad si entramos en comunión con él, que nos llama y nos alimenta.
Dios es bueno.