DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C

El Abismo de la Indiferencia/No es lo que hizo, sino lo que no hizo

 

La parábola del hombre rico y Lázaro es una de las más inquietantes y directas de Jesús. No es una simple lección de moral sobre el bien y el mal. Es una revelación teológica sobre la naturaleza de la riqueza, la justicia de Dios y la dura realidad de las consecuencias de nuestras decisiones. Esta historia no solo describe dos vidas, sino que nos confronta con la pregunta fundamental: ¿Qué significa ser rico ante los ojos de Dios?

El hombre rico no es retratado como un villano cruel. La parábola no dice que él golpeó a Lázaro, lo maldijo o le robó. Su pecado es mucho más insidioso y sutil: el pecado de la ausencia. Lázaro no existía para él. El rico vivía en una burbuja de opulencia, completamente absorto en su propio mundo de banquetes y lino fino. La presencia de Lázaro a su puerta era, en el mejor de los casos, un detalle del paisaje urbano, un elemento más de la escenografía de su vida perfecta.

Este es un punto crucial. La parábola nos enseña que el pecado puede ser tanto una acción como una omisión. A menudo, nos enfocamos en no hacer cosas «malas», como robar o mentir, pero ignoramos el mal que reside en la indiferencia activa y el egoísmo pasivo. El rico no era un criminal, era un hombre ciego, sordo y mudo ante el sufrimiento humano que tenía justo a sus pies. Su alma se había atrofiado por la comodidad, y su corazón, endurecido por el aislamiento de su propia abundancia.

¿Hasta qué punto nuestra propia prosperidad nos ha vuelto ciegos a la realidad de los que sufren? ¿Hemos construido muros de comodidad alrededor de nuestra vida que nos impiden ver a los Lázaros modernos que nos rodean?

Cuando ambos mueren, la situación se invierte radicalmente. Lázaro es consolado, y el rico es atormentado. Es vital entender que este no es un acto de venganza caprichosa de Dios. Es la consecuencia lógica de las elecciones de vida. El cielo y el infierno no son solo lugares, sino estados del ser, la culminación de nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El abismo insalvable entre el rico y Lázaro en el más allá es una metáfora poderosa. Ese abismo existía ya en la tierra. El rico lo construyó con su indiferencia, con su falta de caridad y con su egoísmo. La muerte simplemente hace que ese abismo, que era espiritual, se vuelva una realidad física e inescapable. La parábola nos muestra que nuestra eternidad se forja en el aquí y el ahora, en cómo vivimos y en cómo amamos. El juicio final no es un veredicto arbitrario, sino la revelación final de la verdad de nuestros corazones.

La súplica final del hombre rico para que Lázaro advierta a sus hermanos es un momento de gran ironía y dolor. Solo en el tormento, el rico se preocupa por los demás. Pero la respuesta de Abraham es contundente: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los oigan».

Este es el corazón de la parábola. No se trata de milagros espectaculares o de apariciones de ultratumba para convencer a la gente. La revelación de Dios ya ha sido dada. La Ley y los Profetas (el Antiguo Testamento) están llenos de mandatos de justicia social y de misericordia. El problema no es la falta de información, sino la sordera voluntaria. El rico no necesitaba una señal de otro mundo; necesitaba escuchar la voz de Dios que resonaba en la Torá y en los escritos de los profetas, una voz que clamaba por los pobres, las viudas y los huérfanos.

La frase final, «si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno se levante de entre los muertos», es una profecía mesiánica. Jesús, el «Lázaro» de la historia, resucitará de entre los muertos. Y sin embargo, muchos, los herederos espirituales del hombre rico, se negarán a creer, porque la fe no es solo una cuestión de evidencia, sino de un corazón abierto a la gracia y al amor.

¿Qué significa «tener a Moisés y los Profetas» para nosotros hoy? Significa tener el Evangelio, la vida y las palabras de Jesús, la Tradición de la Iglesia y la guía del Espíritu Santo. ¿Estamos realmente escuchando? ¿O somos como el rico, esperando una señal extraordinaria para justificar la inacción?

La parábola del hombre rico y Lázaro es un espejo que Jesús nos pone delante. No para condenarnos, sino para invitarnos a una profunda conversión. Nos llama a salir de la indiferencia, a ver al prójimo no como un objeto de caridad ocasional, sino como un hermano o hermana cuya dignidad nos interpela. El verdadero banquete del Reino de Dios no es el que se come solo, sino el que se comparte. Que este evangelio nos mueva a construir puentes de misericordia en lugar de abismos de indiferencia, y a recordar que en el juicio final, no se nos preguntará cuánto tuvimos, sino cuánto amamos.

Dios es bueno.

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