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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Hermanos, la figura de la Virgen de la Merced nos eleva el alma, pero nos confronta la conciencia. Nos invita a una verdad que va más allá de la historia, una verdad que toca el centro de quiénes somos y de quiénes estamos llamados a ser. Hoy, permitamos que la frase «libres para liberar» no sea solo un lema, sino un bisturí que corte las ataduras invisibles de nuestro corazón.
La Primera Verdad: «Libres» es un don, no un mérito.
Nosotros, que nos consideramos libres, ¿de qué estamos verdaderamente cautivos? La Virgen de la Merced nos mira y, con la dulzura de una madre, nos pregunta: ¿Qué cadenas has aceptado en tu vida? No hablo de calabozos de piedra, sino de las prisiones que nosotros mismos construimos. La cárcel de la indiferencia que nos impide ver al que sufre. La celda del egoísmo, donde solo gira el «yo» y sus necesidades. El grillete del rencor que nos amarra al pasado. La esclavitud del miedo que nos paraliza.
Hermanos, nuestra libertad no es una conquista personal; es un don que nos ha sido entregado. Fuimos liberados por Cristo en la cruz de las cadenas del pecado y de la muerte. Es Él quien nos ha abierto la puerta de la celda. Antes de poder hacer algo por los demás, debemos reconocer que nuestra propia libertad es una gracia inmerecida. Y esta conciencia es la que nos saca de la soberbia, de la autosuficiencia, y nos coloca en el camino de la humildad.
La Segunda Verdad: «Para liberar» es una consecuencia, no una obligación.
Aquí está el gran cambio de actitud al que nos llama la Virgen. La frase no dice «libres y luego liberarán si quieren». Dice «libres para liberar». Es un propósito, una vocación. Nuestra libertad personal, una vez que la aceptamos como don, nos impulsa a la acción de manera natural, como el agua que desborda un río. No se trata de una obligación pesada, sino de una necesidad del alma que ha sido transformada.
El verdadero cambio de actitud comienza cuando dejamos de ver al necesitado como un «problema» que debemos resolver, y lo vemos como un hermano que nos revela nuestra propia fragilidad. Dejamos de dar por compasión y empezamos a dar por comunión. Dejamos de ser «voluntarios» que hacen un trabajo, para convertirnos en «instrumentos» del amor de Dios. La Virgen de la Merced nos pide que nuestro corazón se vuelva mercedario: que no pueda soportar la opresión de otro, porque ha sentido en sí mismo la liberación de Cristo.
Hermanos, el desafío de la Virgen no es que hagamos más, sino que seamos distintos. Que nuestras manos no solo den, sino que también toquen y consuelen. Que nuestros ojos no solo miren, sino que vean el dolor del otro. Que nuestra libertad no sea una comodidad, sino una misión.
Que el corazón de la Madre de la Merced nos transforme de esclavos a hijos, y de hijos a instrumentos de liberación. Que seamos verdaderamente libres para ser, en cada paso y en cada gesto, la respuesta de Dios a los cautivos de nuestro tiempo.
Dios es bueno.