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Parroquia "San José de Chacao"
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Plaza de San Pedro
Domingo, 7 de abril de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy, segundo domingo de Pascua -dedicado por san Juan Pablo II a la Divina Misericordia-, el Evangelio (cfr. Jn 20,19-31) nos dice que si creemos en Jesús, el Hijo de Dios, podemos tener vida eterna en su Nombre (v. 31). “Tener vida”: ¿qué significa?
Todos queremos tener vida, pero existen diversos puntos de vista sobre cómo lograrlo. Por ejemplo, hay quien reduce la existencia a una carrera frenética para gozar y poseer muchas cosas: comer y beber, divertirse, acumular dinero y objetos, sentir emociones fuertes y nuevas, etc. Este es un camino que a primera vista parece atractivo, pero que no sacia el corazón. No es así como se “tiene vida”, porque siguiendo los caminos del placer y del poder no se encuentra la felicidad. De hecho, quedan sin respuesta muchos aspectos de la existencia como, por ejemplo, el amor, las experiencias inevitables del dolor, las limitaciones y la muerte. Y, además, no se hace realidad el sueño que todos tenemos en común: la esperanza de vivir para siempre, de ser amados sin fin.
Hoy, el Evangelio dice que esta plenitud de vida, a la que cada uno de nosotros está llamado, se realiza en Jesús: es Él quien nos da la vida plena. Pero, ¿cómo acceder a ella, cómo experimentarla?
Veamos lo que les sucedió a los discípulos del Evangelio. Están atravesando el momento más trágico de su vida: después de los días de la Pasión, están encerrados en el Cenáculo, asustados y desanimados. El Resucitado se presenta en medio de ellos, y, en primer lugar, les muestra sus llagas (cfr. v. 20): son los signos del sufrimiento y del dolor, podrían suscitar sentimientos de culpa, y, sin embargo, con Jesús se convierten en canales de misericordia y perdón. Así, los discípulos ven y tocan con la mano que con Jesús la vida vence siempre, la muerte y el pecado son derrotados. Y reciben el don de su Espíritu, que les da una vida nueva, de hijos amados -vida de hijos amados-, hecha de alegría, amor y esperanza. Os pregunto: ¿tenéis esperanza? Que cada uno se pregunte: ¿cómo va mi esperanza?
He aquí qué hacer cada día para “tener vida”: basta con fijar la mirada en Jesús crucificado y resucitado, encontrarlo en los Sacramentos y en la oración, reconocerlo presente, creer en Él, dejarse tocar por su gracia y guiar por su ejemplo, experimentar la alegría de amar como Él. Cada encuentro con Jesús, un encuentro vivo con Él, nos permite tener más vida. Hay que buscar a Jesús, dejarse encontrar -porque Él nos busca-, abrir el corazón al encuentro con Jesús.
Pero preguntémonos: ¿creo en el poder de la resurrección de Jesús, creo que ha resucitado? ¿Creo en su victoria sobre el pecado, el miedo y la muerte? ¿Me dejo implicar en la relación con el Señor, con Jesús? ¿Y dejo que Él me empuje a amar a los hermanos y las hermanas, y a tener esperanza todos los días? Que cada uno piense en esto.
Que María nos ayude a crecer cada vez más en la fe en Jesús resucitado, para que “tengamos vida” y difundamos la alegría de la Pascua.