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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Cuando cada Domingo al profesar nuestra fe, manifestamos que creemos que Jesús subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre. Esta afirmación es la que solemnemente celebramos este día de la ascensión del Señor.
El libro de los hechos de los apóstoles que hemos estado leyendo en la liturgia durante todo el tiempo pascual nos relata este acontecimiento de Fe en su primer capítulo, y lo hace en un ambiente de intimidad y de cercanía con sus discípulos estando con ellos a la mesa. En ese contexto, en el que les habría manifestado tantos gestos de cercanía, el Señor resucitado antes de ascender al Cielo, les da también a quienes le siguieron y fueron testigos de su victoria sobre la muerte un mensaje de esperanza y una misión: aguardar el Bautismo del Espíritu que los llenará de la fortaleza necesaria, para ser sus testigos y para anunciar la buena nueva que ha cambiado sus vidas hasta los últimos rincones de la Tierra.
De este modo, para los que hoy celebramos la ascensión del Señor, este hecho no es sinónimo de lejanía, de ausencia y separación; por el contrario, es una manifestación de la victoria de nuestro Señor en un sentido más pleno, y el comienzo de la tarea que día a día estamos llamados a asumir: dar razón de nuestra fe, asistidos por el Espíritu de Jesús, que con sus preciosos dones nos preparamos para festejar con gozo en pocos días en la gran fiesta de Pentecostés. Ver a Jesús subir al cielo es para todos los que somos sus discípulos un gran signo de la posibilidad que tenemos también nosotros de ser admitidos en el paraíso, pues Jesús ha dicho que nos preparará un lugar en la casa de su Padre. No se va para dejarnos solos, solo se adelanta y abre de una vez y para siempre las puertas de la salvación para toda la humanidad.
Se va al cielo, pero permanece con nosotros, como dice San Agustín, en uno de sus sermones: “Él ha sido elevado ya a lo más alto del cielo; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Y también: tuve hambre y no me disteis de comer” (Sermón 98, sobre la Ascensión del Señor). Jesús, pues, subió sin alejarse de nosotros. Él cuando vino, por primera vez , dice San Agustín, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros al volver al cielo.
Pensar en la ascensión como la ausencia de Cristo en el mundo resultaría muy peligroso para el compromiso cristiano. Tal vez alguien podría pensar: como Jesús ya no está, se ha ido al cielo y no sabemos cuándo vendrá, podemos organizar nuestra vida contando con esa ‘ausencia’; pero Jesús nos dice “Yo estoy con ustedes todos los días”, es aquí en el mundo donde tenemos que descubrir la presencia de Jesús, es aquí donde tenemos que encontrarlo, porque Él no está lejos de los que lo buscan con sincero corazón. Él ni siquiera espera que lo busquemos, Él mismo nos sale al encuentro cada día. No podemos, por tanto, cruzarnos de brazos esperando una segunda venida o prepararnos sólo para esa segunda venida. Lo que tenemos que hacer es no evadir ese encuentro con el Señor que nos sale al paso cada día: en el pobre, el necesitado, en todo hombre que sufre y que no es reconocido en su dignidad de persona.
En el relato del Evangelio de Mateo que hoy meditamos, los discípulos han regresado a Galilea y allí, donde el Resucitado por medio de las mujeres, les mandó que regresaran, se vuelven a topar con él. Jesús se reencuentra con los suyos en lo cotidiano, en un lugar cercano a aquel donde lo encontraron por primera vez, donde escucharon por primera vez su voz y su llamada. Jesús ha querido que regresen a ese contexto para volver a verlos y hacerse presente en sus vidas aparentemente normales: aunque ya no son normales, no pueden serlo porque Él ha pasado por sus vidas y las ha transformado. Algo así nos sucede a nosotros ahora. Nuestras vidas ya no pueden ser como eran, después de haber vivido estas situaciones tan extrañas y, sin embargo, esta Pascua hemos sido invitados a seguir reconociendo al Resucitado y sus signos en nuestra “cotidianidad extraña”, casi convulsa; a descubrirlo en los pequeños gestos de vida que han ocurrido a nuestro alrededor en estos días confinados, a seguir encontrándolo donde él quiere estar, entre la gente sencilla, en la vida “normal”, entre quienes trabajan y se entregan para que salgamos adelante y entre quienes más están sufriendo los embates de esta nueva crisis que, como todas, daña más a quien es más débil.
“¿Qué hacen allí plantados mirando el cielo?” (Hech 1, 11), dijeron los dos ángeles a los discípulos que vieron ascender a Jesús. Celebrar la ascensión es saber que Jesús se nos ha adelantado, pero permanece en cada uno de nosotros, no es motivo para quedarnos plantados con pasividad, es momento para disponer nuestro corazón para que se reavive en nosotros la llama del espíritu que nos colma con su gracia para cumplir la misión que Jesús hoy nos recuerda, ir por el mundo, dando testimonio, allí en cada rincón, donde nos toca estar…
Diác. José Ángel Guevara