Domingo V de Pascua. Destinados a producir lo que viene de Cristo. 

 
En la parábola de la vid, Jesús dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 5). La vid es la planta que produce las uvas para hacer el vino. El sarmiento es la rama de la vid, de donde brotan los racimos de uvas.
El Señor nos menciona los grandes bienes que obtenemos si estamos unidos a Él, porque si Él es la vid y nosotros los sarmientos, nuestro fruto al estar unidos a Él son las uvas para hacer el vino, el cual representa la alegría y la fiesta, por lo que nosotros con Jesús y en Jesús estamos destinados a dar alegría y a experimentar el gozo de la Salvación.
La unión de nosotros al vincularnos a la vid consiste en un acto de de voluntad y de deseo. Nosotros, partimos de un buen deseo desde nuestra libertad y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a ser parte se Él, dando los frutos que solo vienen de Él.
En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para producir fruto de vida. Que no perdamos de vista que esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a Él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos de amor a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, de esa manera conservamos y producimos los grandes bienes que nos confió y que nos quiere dar por medio del Espíritu que habita en nosotros.
El Señor insiste en que decir: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí, porque sin mí separados de mí,  podría traducirse también: «no podéis hacer nada” (Jn 15, 4. 5b).
La opción que se plantea nos hace comprender de forma insistente el significado fundamental de nuestra decisión de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo de esperanza y confianza. Encarnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en sarmientos buenos que dan vino bueno. Unidos a Cristo, nos convertimos en vino que da alegría.. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida.
Permanecer en Cristo significa permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente.
De esta manera haremos vida lo que nos dice el apóstol San Juan en su primera carta: «Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio» Lo que nos hace destinados a vivir produciendo lo que viene de Cristo.
Diácono Thomas Chacón

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