DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

La voluntad de Dios. 

En el evangelio que la Iglesia nos presenta este domingo, se expresa la relación entre Dios y el hombre por medio del diálogo entre Jesús y un leproso: “Si quieres, puedes limpiarme», dice el leproso. «Quiero: queda limpio», responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1, 40-42). En la respuesta de Jesús vemos la voluntad de Dios. En primer lugar porque “querer” es una expresión de la voluntad, y Jesús quiso curarlo, extendiendo la mano y tocándolo, como muestra de que la mano de Cristo es la mano de Dios extendida a la humanidad.

Pudiéramos preguntarnos, ¿Qué fue lo que en realidad curó esa mano extendida de Dios hacia el leproso, que muestra la voluntad de Dios no solo para el leproso sino también para nuestras vidas? El libro del levítico de la primera lectura de hoy nos da luces de ello. Allí vemos que la lepra conducía al que la padecía a aislarse de cualquier contacto humano, era como una muerte religiosa y civil, en donde el leproso perdía cualquier tipo de relación con alguna otra persona. Por ello, su curación es una especie de resurrección. De allí que la voluntad de Dios está en que tengamos todo lo necesario para relacionarnos con caridad con toda la humanidad.

Esto hace ver en la lepra un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios y por consecuencia alejarnos de la humanidad. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de Dios, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral y la no disponibilidad a extender la mano hacia el más necesitado.

Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente y confiando en la misericordia divina, como dice el salmo de hoy, llegan incluso a producir la muerte del alma; una muerte que impide relacionarse con Dios, relacionarse con los demás humanos, relacionarse con la naturaleza y relacionarse consigo mismo.

Sin embargo, hoy el Evangelio nos muestra a Jesús en contacto con la lepra, la enfermedad considerada la más grave, porque volvía a la persona “impura” y se excluía de las relaciones sociales. Una legislación especial (cf. Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir, impura; y también correspondía al sacerdote constatar la curación y readmitir al enfermo sanado a la vida normal. Pero Jesús, superando la prohibición legal, manifiesta la voluntad de Dios: “Quiero, queda limpio”, porque Dios siempre quiere el bien para nosotros. Es decir, su voluntad está en curarnos y purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana y se demuestra que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible

Diácono Thomas Chacón

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