DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo B

Todo lo hace bien.

Diácono Freddy Obregón

El Evangelio de este domingo es un canto a la Esperanza. Hemos pasado la mitad del año y podemos estar cansados. Cristo quiere ser nuestro descanso, por eso nos ha invitado a celebrar el domingo.

Jesús viene a nuestro encuentro y marca el inicio de la nueva creación, devolviendo a la vida todo lo que aparece sin vida en la humanidad. Todo lo hace bien, estas palabras nos recuerdan los primeros días de la creación de Dios. Jesús es así la realización de las promesas mesiánicas que Isaías nos hizo en la primera lectura.  Con su Pascua, cumplió plenamente las promesas del Padre.

En la persona del «sordomudo», nos muestra el poder de su gracia para sanar nuestras sorderas y quedar libres para escuchar la Palabra de Dios y soltar nuestra lengua para alabar y bendecir a Dios nuestro Padre, de quien proviene todo don.

Vemos cómo Jesús lo cura de manera íntima. El hombre con discapacidad fue apartado de la multitud por Jesús y llevado a un lugar privado. Parece que Jesús deseaba mantener en secreto su identidad mesiánica por el momento, por lo que evitó que este milagro se convirtiera en un espectáculo.

Jesús buscaba hacer tangible su intención de sanar, especialmente para un hombre que no podía oír, utilizando estos gestos y elementos comunes en la medicina de la época. A pesar de que estas acciones podrían haber fomentado la fe de los humanos y de los testigos, la verdadera sanación ocurrió por el poder de la palabra de Jesús.

El Señor demuestra que su poder curativo proviene de Dios. Jesús no solo hizo los gestos físicos antes mencionados. El poder para sanar al hombre no provenía de sus dedos o saliva, sino de Dios. Por lo tanto, en un gesto de oración y dependencia de su Padre celestial, Jesús levantó los ojos al cielo haciendo consciente a todos que su poder viene de arriba, del Padre.

Estos signos demuestran el poder del Señor para curar y sanar, sin embargo, hoy en nuestros días cuando nuestros sentidos están dispuestos a otras cosas que nos roban la vida, este evangelio viene a rescatarnos de nuestras sorderas y nuestras cegueras.

Somos nosotros capaces de pedirle al Señor: Pronuncia Señor una vez más «Effetá», y abre la mente de la humanidad, toca nuestro corazón, lengua y oídos y ayúdanos a actuar de manera responsable y solidaria, siempre pensando en el bien de todos.

Que podamos experimentar los signos de tu amor cada día y que nuestra oración sea una constante acción de gracias.

Dios es bueno.

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