El Sagrado Corazón: Un Amor que te busca sin cansancio

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy, al contemplar el Sagrado Corazón de Jesús, se nos abre una herida, sí, pero una herida que es fuente de vida. Es la herida del amor más puro, el amor de Dios mismo por cada uno de nosotros. Este amor no es una idea lejana o un concepto teológico; es un latido constante, un anhelo profundo que resuena en lo más íntimo de nuestro ser. Nos habla de la entrega total, de un sacrificio que nos rescata, de una misericordia que nos envuelve.

El Sagrado Corazón es el corazón de nuestro Buen Pastor, ese Pastor que nos busca incansablemente, como escuchamos en el Evangelio de San Lucas (15, 3-7).

La Oveja Perdida: ¿Quién No Te Buscaría?

Jesús nos lanza una pregunta que nos interpela el alma: «¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada hasta que la halla?» Imaginen esa escena. El pastor, con el rebaño casi completo, pero con un vacío lacerante. Una oveja falta. Una sola. Quizás la más débil, la más tonta, la más distraída. Pero para él, no es solo «una oveja», es SU oveja, y su ausencia duele.

El pastor no calcula riesgos, no piensa en la fatiga. No dice: «Ya tengo noventa y nueve, qué importa una menos». ¡No! Su amor es así de desmedido. Deja la comodidad, la seguridad del rebaño, y se lanza al peligro, al frío, a la oscuridad, por una sola vida. ¿No es acaso la imagen más tierna del amor que nos tiene el Corazón de Jesús? Él no nos ve como números en una estadística; nos ve como hijos amados, con nombre, con historia, con heridas. Su Corazón no descansa mientras haya uno solo de nosotros lejos de su abrazo.

El Reencuentro: Lágrimas de Alegría en el Cielo

Y cuando el pastor la encuentra… ¡Ah, ese momento! No hay reproches, no hay regaños por el miedo que le hizo pasar. Solo hay una ternura infinita. La levanta, la toma suavemente, y la pone sobre sus hombros. ¿Se imaginan esa sensación? Ser cargado por el amor más grande, sentir su calor, su seguridad. El cansancio se desvanece, el miedo desaparece. Él no la arrastra, no la empuja; la carga con gozo, con la alegría de quien ha recuperado un tesoro.

Y la celebración no se queda ahí. Al llegar a casa, el pastor llama a todos sus amigos y vecinos:

«¡Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido!» Esta alegría desborda la tierra y llega al mismísimo Cielo. «Os digo que de la misma manera habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan de conversión.»

¡El Cielo entero, con sus ángeles y sus santos, hace fiesta por ti y por mí cuando volvemos a los brazos del Padre! Esto nos revela el valor inmenso que tenemos a los ojos de Dios. Para Él, ninguna vida es insignificante, ningún pecado es demasiado grande para su perdón, ninguna herida es incurable para su amor. Su Corazón se desborda de alegría cuando una oveja descarriada, herida por la vida o por sus propios errores, decide regresar.

Abrir Nuestro Corazón al Suyo

Queridos hermanos, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una simple estampa o una oración bonita. Es una invitación a vivir desde su amor, a dejarnos sanar por su misericordia y a ser un reflejo de esa misericordia en el mundo. Nos llama a:

* Reconocer nuestra propia necesidad: ¿Cuántas veces nos hemos sentido perdidos, lejos de Dios, cargando pesos que nos abruman? Acerquémonos a ese Corazón abierto en la cruz, que nos espera con los brazos extendidos.

* Buscar su consuelo en los sacramentos: Es en la Eucaristía donde nos nutrimos de su mismo Cuerpo y Sangre, donde su amor se hace alimento. Es en la Reconciliación donde su perdón nos libera, donde esas heridas de la vida son tocadas y sanadas por su ternura infinita.

* Ser sus manos y sus pies en el mundo: Si hemos sido encontrados, si hemos experimentado esa alegría del reencuentro, ¿cómo no vamos a salir a buscar a otros? Seamos los ojos que ven al que sufre, los oídos que escuchan al desamparado, las manos que se extienden al caído.

* Consolar su Corazón: Sí, el Corazón de Jesús también sufre. Sufre por la indiferencia, por la falta de amor, por el dolor del mundo. Podemos consolarlo con nuestra oración, con nuestra fidelidad, con un acto de caridad.

Que la contemplación del Sagrado Corazón de Jesús no sea solo una devoción de un día, sino una forma de vida. Que nos impulse a amar sin medida, a perdonar sin límites y a buscar a los que están perdidos con la misma pasión con la que Él nos busca a nosotros. Que su Corazón, traspasado por amor, sea siempre nuestro refugio, nuestra esperanza y la fuente inagotable de nuestra alegría. Amén.

Dios es bueno.

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