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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Hoy celebramos Pentecostés, una de las fiestas más importantes de nuestro calendario litúrgico. Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia se viste de rojo para recordar y vivir nuevamente el momento fundacional en el que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo. Pero Pentecostés es mucho más que un evento histórico; es una realidad viva que nos interpela hoy.
Imaginemos por un momento a esos apóstoles. Después de la Ascensión del Señor, estaban llenos de preguntas, quizás algo de incertidumbre y, seamos honestos, bastante miedo. Se habían encerrado «por temor a los judíos» (Jn 20,19). Eran hombres sencillos, pescadores en su mayoría, que habían seguido a Jesús, pero que aún no comprendían plenamente la magnitud de la misión que se les había encomendado.
Y entonces, ¡Pentecostés! De repente, un ruido como de viento impetuoso, lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, y «quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 2-4). ¿Qué significó esto? No fue una posesión extraña, sino una transformación radical. El Espíritu Santo, que es el amor eterno que une al Padre y al Hijo, se derramó en sus corazones, erradicando el miedo y sembrando en ellos una audacia sin precedentes.
Ese amor divino les dio la claridad para entender las Escrituras, la fuerza para superar sus limitaciones humanas y la valentía para proclamar a Jesús como Señor y Mesías, incluso frente a la persecución. Pedro, el mismo que había negado a Jesús tres veces, ahora se levanta y pronuncia un discurso poderoso que conmueve a miles de personas, llevándolas a la conversión. ¡Qué cambio tan asombroso! El Espíritu Santo no los convirtió en superhéroes invulnerables, sino que los capacitó para ser testigos fieles del amor de Dios en un mundo hostil.
Pero, ¿qué tiene que ver Pentecostés con nosotros, aquí y ahora, en el siglo XXI? Mucho. El Espíritu Santo no es una fuerza distante o un acontecimiento pasado. Él es el amor vivificante de Dios que sigue actuando en el mundo y, especialmente, en cada uno de nosotros que hemos sido bautizados.
El Espíritu Santo es el amor del Padre que se derrama sobre nosotros y el amor del Hijo que se ofrece por nuestra salvación. Él es la comunión entre el Padre y el Hijo, y es esa misma comunión la que Él quiere establecer con nosotros y entre nosotros.
* Nos da la capacidad de amar: A menudo nos cuesta amar de verdad, especialmente a aquellos que nos resultan difíciles o que piensan diferente. El Espíritu Santo, al ser el amor en sí mismo, nos capacita para ir más allá de nuestras limitaciones humanas y amar con el amor de Cristo, un amor incondicional, que perdona, que busca la unidad y que se entrega.
* Nos infunde sabiduría y entendimiento: En un mundo lleno de ruido, de verdades a medias y de ideologías contradictorias, el Espíritu Santo nos ayuda a discernir la voluntad de Dios, a comprender las Escrituras y a ver la realidad con los ojos de la fe. Él nos guía hacia la verdad plena.
* Nos impulsa a la misión: Al igual que a los apóstoles, el Espíritu Santo nos empuja a salir de nuestras zonas de confort y a ser testigos del Evangelio. No se trata de grandes hazañas, sino de gestos concretos de amor en nuestro día a día: una palabra de consuelo, una mano tendida, un acto de justicia, la proclamación de nuestra fe con la palabra y el ejemplo.
* Nos consuela y fortalece: En momentos de dificultad, de tristeza, de desilusión, el Espíritu Santo es nuestro Paráclito, nuestro consolador y abogado. Él nos da la fuerza para perseverar, la esperanza para seguir adelante y la paz que el mundo no puede dar.
Hermanos y hermanas, Pentecostés nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al Espíritu Santo. No nos encerremos en nuestros miedos, nuestras dudas o nuestras comodidades. Pidamos con fervor que el Espíritu Santo, el amor del Padre y del Hijo, se derrame abundantemente sobre nosotros, sobre nuestra comunidad y sobre el mundo entero. Que Él nos transforme, nos impulse y nos haga instrumentos dóciles de ese amor divino que todo lo renueva.
Dios es bueno