Homilia de despedida y acción de gracias. Padre Reinaldo Gámez

«Llamados a encontrarnos verdaderamente con Cristo»

¡Muy buenas tardes nuevamente a todos…!

¡Mil gracias a todos por estar aquí! ¡Mil gracias por todo el cariño y aprecio! Para mí, una de las cosas más significativas es el sentirse amado y querido tal cual uno es… ¡Así es el Amor de Dios!, que nos ama y nos acepta tal cual somos; y así me he sentido a lo largo de mi labor pastoral en esta comunidad. Por ello puedo decir con gozo: ‘’Gracias Señor por tantos dones y gracias que de Tí he recibido! ¡Gracias por tanto amor y por tanta misericordia!

En este sentido, quisiera iniciar estas palabras, expresando una vez más, mi sentido agradecimiento y reconocimiento a todo el pueblo fiel que lo largo de estos años, no sólo han participado con gran fe y devoción en las distintas y múltiples actividades pastorales, sino que además con su cariño y oración, han hecho de estos años para mí, años sumamente gratos y provechosos…

También, quisiera expresar mi gratitud y admiración a quienes me han acompañado muy de cerca en este encargo pastoral que el Señor me ha encomendado: a mi familia que siempre de modo incondicional me han apoyado; al Card. Jorge Urosa Savino, de feliz memoria, quien mientras estuvo de Arzobispo Emérito de nuestra Arquidiócesis me acompañó encomiablemente; a el hoy Mons. Carlos Márquez; el P. Nicola Villano, así como todos mis hermanos sacerdotes del Arciprestazgo; a los padres de la Comunidad de San Ignacio de Loyola; a los frailes dominicos de la Comunidad de Santo Tomás de Aquino; al Diác. Freddy Obregón, con su servicio y gran disponibilidad; a todas las comunidades religiosas que hacen vida en nuestra parroquia; a la Lic. Yoleida Vázquez y todos cuantos con su trabajo han contribuido con el desarrollo de las obligaciones y deberes concernientes a la Casa, el Despacho y el Dispensario Parroquial; a la Profesora Maira Julio, Directora de nuestro Colegio Parroquial, así como a todo el personal que hace vida en esta extraordinaria institución; al Alcalde Gustavo Duque y a todo su equipo de trabajo; a Gaspare Lavegas, presidente de la Orden de Malta en Venezuela, así como a todos los miembros de esta institución que nos han colaborado con su acción social; a los miembros de los distintos Grupos de Apostolado; las agrupaciones musicales; a los Palmeros de Chacao; a los responsables y miembros de las distintas Asociaciones y Cargadores de los Santos; así como todos cuantos de distintas maneras han contribuido para que vivamos y facilitemos a otros lo maravilloso y hermoso de nuestra fe católica. Una vez más, mil gracias y ¡un Dios me les pague! Tengo la certeza de que nuestro Señor, que nunca se deja ganar en generosidad, les recompensará. ¡Qué hermosa es nuestra fe católica! ¡Cuán importante es sabernos parte de nuestra Iglesia! ¡Cuánto debemos apreciar, conservar y acrecentar nuestra fe con sus ritos, celebraciones, tradiciones y misiones evangelizadoras!

Quisiera también destacar, que al poco tiempo de haber llegado a esta parroquia, tuve la gracia de conocer por parte de muchos, el testimonio del Mons. Juan Grilc, quien fuera párroco de esta comunicada por más de 18 años. Debo decirles que el testimonio de este hermano sacerdote me cautivó profundamente; llevándome en repetidas ocaciones a encomendarme a él y a seguir también su ejemplo. Posteriormente, se dio la iniciativa de presentar su causa a la vicaría para la santidad de nuestra Arquidiócesis, cosa que recientemente se ha realizado. Es por ello que quisiera también agradecer por su vida y labor en esta parroquia, así como la de otros tantos -en cuyos nombres no me detengo por ser tantos- que, si bien ya han partido a la Casa de Padre con ese ‘olor’ que caracteriza a los santos, nos han dejado un testimonio sumamente elocuente y alegre de lo que significa ser amigos y servidores de Cristo, y que por tanto, nos anima a seguirle.

En este sentido, mis queridos hermanos y hermanas, quisiera acotar también una vez más, un tema que me ha ocupado desde el primer día que llegué a la parroquia… Es del Encuentro personal con Cristo Jesús, que es la clave para la felicidad a la cual todos estamos llamados en este mundo. Este es el encuentro que cambia y transforma por completo la vida, cambiando nuestra manera de pensar y por lo tanto nuestra manera de vivir en este mundo… Sin un verdadero encuentro con Cristo, es imposible una vida verdaderamente feliz.

Es por esta razón, que en este día en el cual la Iglesia recuerda la memoria del dulce nombre de la Virgen María, he querido que las oraciones de esta Eucaristía sean las propias del día de Pentecostés. María, es la Madre que acompañó con su presencia y oración a los primeros discípulos en aquel primer Pentecostés de la Iglesia naciente, y es quién sigue acompañando a la Iglesia que peregrina en el mundo y también aquí en Chacao. Ella nos anima y conduce hacia un pentecostés personal, porque Ella sabe que sin una experiencia profunda con la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: El Espíritu Santo, es imposible vivir y experimentar un verdadero encuentro con su querido Hijo Jesús. Por ello, quisiera invitarles una vez más a abrirse a la novedad y la gracia que nos trae el Espíritu Santo; a dialogar con Él; a no cansarnos de invocarle, con la certeza de que Él mora en cada uno de nosotros que hemos sido constituidos -como señala el Apóstol San Pablo- en sus templos sagrados.

El Espíritu Santo, no sólo viene a nuestras vidas con sus dones sagrados que nos santifican y con sus carismas que facilitan la acción evangelizadora, sino que, al revelarnos el auténtico rostro de Cristo Jesús, nos permite captar con mayor facilidad los gestos, las actitudes y palabras de nuestro Divino Salvador. Por eso debemos invocarle con aquellas palabras y sentimientos que brotan de nuestro corazón y decirle con confianza: ‘‘¡Ven Espíritu Santo! ¡Te abro las puertas del corazón y de mi vida! ¡Ver y conduce Tú mi vida, mi modo de relacionarme con Jesús y con los hermanos! ¡Ven y revélame a Cristo!, yo quiero conocerle, amarle y seguirle como María mi Madre y como mi Patrono San José…’’. No nos olvidemos de invocarle constantemente y en algunas oportunidades insistir en su presencia como hemos escuchado en la primera lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 23-31).

Mis queridos hermanos y hermana, cuán importantes es profundizar en este encuentro. Es el encuentro auténtico con Cristo el que hace de nosotros auténticos testigos de que ¡Jesús está vivo! Por eso, y a raíz de este encuentro, todo en la vida empieza adquirir un sentido totalmente nuevo. ¡Cristo le da un auténtico sentido a la vida!, y por este encuentro, nos vamos humanizando, adquiriendo paulatinamente en nosotros los gestos actitudes de Nuestro Señor. Es por ello, que tras ese encuentro, que inicia por la vida de oración, el prójimo pasa a ya no ser un extraño, sino alguien que forma parte de la propia persona, y es por ello, que todo cuanto le va sucediendo: sus alegrías, sus tristeza, etc., pasan a ser también las nuestras, y comenzamos a participar íntimamente de sus alegrías y sufrimientos haciéndonos solidarios en todo a ese que, aunque no le conozco, es mi hermano, mi hermana; es Cristo quien también vive y mora en él. A partir de aquí es que podemos entender aquello que nos dice la Escritura: «… el que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 21).

Asimismo, mis queridos hermanos, es el encuentro verdadero con Cristo el que da también un sentido renovado a nuestras celebraciones y tradiciones. Es esto lo que aconteció en tantos que a lo largo de la historia de esta Parroquia nos han precedido.

¿De dónde han surgido tantas y hermosas tradiciones en esta comunidad? ¿Cuál ha sido su origen? Han surgido de las iniciativas de esos hombre y mujeres de fe auténtica que, habiéndose encontrado personalmente con el Señor, han querido expresar de distintas maneras eso que están viviendo en lo profundo del corazón. ¡No podemos permitirnos que ese fuego del amor de Dios se apague! Sin Cristo, nuestras tradiciones quedan vacías y carecen de sentido. Sin Cristo, vamos permitiendo que otras cosas que nos son de Dios vayan entrando en nuestras tradiciones, empobreciéndolas y vaciándolas. Miremos el testimonio de tantos que nos han precedido y no dejemos que nuestras tradiciones pierdan su auténtico sentido.

Por último, es este encuentro el que verdaderamente nos sana y nos libera física e interiormente, para convertirnos en instrumentos de sanación y liberación para tantos otros que van muriendo en nuestro mundo por falta de amor. Dios, como nos ha dicho el texto de Lucas 4, 14-21, que hemos escuchado en el Evangelio de este día, nos ha ungido para ser instrumentos de transformación para el mundo. Pero sin este encuentro que, como he señalado se da por el Espíritu Santo; aún cuando ya Dios nos haya ungidos, nos sentiremos vacíos y, en lugar de buscar una auténtica transformación cristiana de mundo, terminaremos buscándonos a nosotros mismos y nuestros propios intereses. Por eso, dejémonos encontrar por Aquel que día tras día toca a las puertas del corazón y nos dice: «… si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).

Termino esta homilía, haciendo mías las palabras del Apóstol en su Carta a los Filipenses 1, 3-10: «Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, es decir, en mis oraciones por todos ustedes a cada instante.Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio del Evangelio desde el primer día hasta ahora.

Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. No puedo pensar de otra manera, pues los llevo a todos en mi corazón; ya esté en la cárcel o tenga que defender y promover el Evangelio, todos están conmigo y participan de la misma gracia. Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos. Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia, para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo».

Tengo la certeza de que Dios, les seguirá bendiciendo abundantemente, y que el Padre José Antonio Clemente, quien el próximo domingo 17 en la Misa de 12:00 M., tomará posesión como nuevo Párroco de esta comunidad será una gran bendición para todos. Oremos por él, para que con ese corazón generoso, alegre y lleno de tantas iniciativas que le caracterizan, pueda dar abundantes frutos de santidad entre nosotros. Estoy seguro de que le recibirán con ese cariño y amor que les caracteriza y con el que a mí me han recibido.

Una vez más, ¡mil gracias y muchas bendiciones a todos!

Reinaldo Gámez, Párroco

Eucaristía 12 de Septiembre de 2023

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