La Unción del Espíritu Santo

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Cristo, fuente viva del Espíritu. Es relevante en el Evangelio de san Juan el hecho de que una vez que ha sido proclamado el Verbo (cfr. Jn 1,14), el evangelista cierra su Evangelio con el pasaje en donde el Espíritu es insuflado a los discípulos (cfr. Jn 20,22). De la carne al Espíritu. Con lo cual nos quiere indicar que la misión del Verbo hecho carne se consuma con el envío y donación del Espíritu. Tal como afirmaba san Atanasio: «El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiésemos recibir el Espíritu Santo»[1].

La espera del Espíritu Santo y su relación con el Mesías en el Antiguo Testamento

El pueblo de Israel esperaba una efusión del Espíritu de Dios que renovara de raíz a Israel como una señal clara del principio de una nueva alianza y de una nueva creación. Es lo que escuchamos en Ezequiel 36,25s luego el anuncio profético a un pueblo que necesita ser restaurado tras su regreso del exilio en Babilonia, el cual pasa por la liberación de las impurezas y de los «ídolos inmundos», para luego darles un «corazón nuevo». El Espíritu había sido profetizado como Aquel que moraría «dentro», es decir, en lo más profundo de nuestro ser… Ciertamente es de notar que en este pasaje que señala la obra renovadora emprendida por Dios, aún no se habla de ningún personaje mesiánico.

Lo mismo ocurre en el oráculo del profeta Joel que anuncia la restauración escatológica de Israel (cap. 2). Se refiere más bien al día de Yahvé, día en el cual el Espíritu de Dios «se derramará sobre toda carne», refiriéndose a todos los miembros del pueblo elegido. Israel pasará a ser ante todas las naciones testigos de Dios y del poder de su Espíritu: «Y todo el que invocare el nombre de Yahvé será salvo» (Joel 2,32). Sólo en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el discurso de Pedro el día de Pentecostés, se hará referencia a este texto en relación al bautismo en el nombre del Señor.

También el profeta Zacarías señala la efusión del Espíritu sobre el pueblo, produciendo sobre el mismo un efecto de conversión. Es un «espíritu de gracia y de oración» (Zac 12,10) que tocará y afectará positivamente la actitud del hombre, suscitando además el arrepentimiento y la mirada a aquel a quien traspasaron.

Junto a estos textos, hablamos de toda una serie de escritos que ponen de manifiesto explícitamente un nexo entre la renovación de pueblo por el Espíritu, la alianza y la nueva creación y el personaje elegido por Dios (cfr. Núm 27, 16-18). Ciertamente será en Isaías 11,1-9, en donde encontraremos de modo más explícito esta relación, y en donde imperará el conocimiento de Yahvé, cuyo olvido había perdido al pueblo. Si bien el autor de esta restauración del pueblo tendrá por autor al Espíritu, la misma será llevada a cavo por medio del rey ideal, a quien inspirará y dirigirá en toda su actuación, ya que «sobre él reposará el Espíritu de Yahvé» (Is 11,2). En este sentido, encontramos en Is 42,1-4, al Siervo de Yahvé, el elegido de Dios quien estará igualmente favorecido con la presencia permanente del Espíritu divino «sobre él».

Es este el Espíritu que le convierte en maestro y testigo del juicio de Dios, haciendo que lleve a término entre las naciones una obra de renovación en santidad. Asimismo, gracias a la presencia del Espíritu divino «sobre» él, el «profeta» del cual nos habla Isaías 61,1s, proclamará la buena nueva de la salvación…

Encontramos por tanto en el AT, una estrecha relación entre la renovación del pueblo gracias al don y la efusión del Espíritu, y el «rey», «siervo» o «profeta» elegido por Dios. En él y por él actuará el Espíritu, pero él no lo comunicará, porque esto es exclusivo de Dios. Por ello, una de las particularidades propias del NT será que va afirmar la existencia de una relación absolutamente única y singular entre el Espíritu y la persona de Jesús, el Mesías Salvador e Hijo de Dios. De entre los libros del NT, sin lugar a dudas, será el Evangelio de san Juan el que ocupará un lugar muy importante a éste respecto, ya que la relación entre Cristo y el Espíritu predomina que casi la totalidad de su pensamiento. Si bien se ha hablado que la teología de san Juan es cristocéntrica, asimismo hay que señalar que es el Espíritu el que domina toda su cristología. Vemos algunos puntos de interés:

  • En el prólogo, encontramos el pasaje en el cual se nos dice: «La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron (se hicieron realidad) por Jesucristo» (Jn 1,17), con lo cual se nos remite a los profetizado en Ez 36, 26 y Sir 31,33s. A través del Verbo hecho carne nos llega la plenitud desbordante que posee la poderosa fuerza expansiva del Espíritu que interioriza la ley interior… Por tanto, en la persona de Cristo, el Verbo encarnado, Hijo de Dios hecho hombre, toma cuerpo y queda sustituida la antigua alianza por una alianza nueva de «gracia» y de «verdad», cuyo principio es el Espíritu de Dios, plenamente presente en Él.
  • En el testimonio de Juan Bautista que señala en Jesús a el Cordero de Dios (cfr. Jn 1,29) y «el Elegido de Dios» (Jn 1,34), el centro lo ocupa la visión que tiene del Espíritu descendiendo del cielo y reposando sobre Jesús (cfr. Jn 1,34).

Es la manifestación del Espíritu en Jesús quien le revela a Cristo cómo Mesías salvador. Para Juan, esta visión significará poder ver a Jesús bajo la mirada de la Fe, y al mismo tiempo descubrir su más auténtica vocación: pasar de ser quién bautiza con agua, a testigo del Espíritu, o mejor dicho, de Aquel en que reside el Espíritu. Lo peculiar en Juan, es precisamente que, respecto a los otros Evangelio, precisa el hecho de «se posó sobre Él» (v. 32. 33), revelando así a la persona dell Mesías Elegido del cual habla Is 11,2. La importancia y significado nos lo explica el Bautista cuando anuncia que Él será quien bautice con el Espíritu Santo, señalando de este modo la misión del Ungido (Cristo) para con los hombre.

  • La perícopa de Juan 2,31-36, nos presenta por una parte que Jesús es el testigo autorizado a quien el Padre le ha confiado todo, y por otra, la actitud del hombre respecto a el Enviado. Este pasaje señala el descenso del Espíritu sobre Jesús, el cual no se presenta como una invasión de su persona por el Espíritu, sino como una señal reveladora para Juan con el «fin de que sea manifestado a Israel» (1,31). Por tanto, Jesús posee y «da» el Espíritu al pueblo de Dios, y lo da «sin medida».
  • Por otra parte, podríamos también destacar la relación establecida en entre la proclamación de las palabras de Dios y el don del Espíritu (cfr. el Jn 34b). Esto, en otro momento…

P. Reinaldo Gámez

[1] [1] P. Evdokimov, L’art de l’Icône, DDB (1970), p.284 en: D. Mollat, La palabra y el Espíritu. Exégesis espiritual, Ediciones Sígueme (1984), p. 11.

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