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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Creemos que nuestra Iglesia es Santa, “ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos “el solo Santo” amó a la iglesia como a su esposa entregándose a sí mismo por ella para santificarla, la une a su propio cuerpo y la enriquece con el don del Espíritu Santo para Gloria de Dios.” (LG 39). Si la Iglesia es Santa, cada uno de sus miembros está llamado también a alcanzar en su propia vida la santidad, “en Cristo Dios nos eligió antes de que creara el mundo, para estar en su presencia santos y sin mancha.” (Ef. 1,4).
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, también nos recuerda este llamado a la santidad que el Señor nos hace a cada uno de nosotros, un llamado que es personal, dirigido a ti: “Sed santos porque yo soy Santo” (Lv. 11,45; cf. 1P 1,16), animando a cada creyente a discernir su propio camino para alcanzar esa meta, porque ese llamado debe vivirse con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada quien se encuentra.
Hemos recibido del Señor una elección gratuita, que nos marca un fin bien determinado: la santidad personal. Así nos recuerda el apóstol Pablo: “La voluntad de Dios es que se hagan santos.” (1 Tes. 4,3). Por tanto, cada uno de nosotros está llamado a conquistar esa cima.
La santidad debe ser para todo creyente la meta a alcanzar, el final de la gran escalera que lleva al cielo. Hace mucho tiempo, me dijeron que el camino que conducía al cielo era como una escalera hecha de ladrillos en la que cada escalón era una virtud, siendo el primer escalón el más grande porque representaba la virtud de la humildad, y por tanto debía subirse con un esfuerzo sincero y la elección de la libre voluntad.
Santa María Margarita de Alacoque nos recuerda la importancia de la virtud de la humildad: «Solo el corazón humilde puede entrar en el Sagrado Corazón de Jesús, conversar con Él, amarle y ser amado de Él». El cemento entre los ladrillos era el Amor de Dios que une todas las virtudes y la baranda era de donde debía aferrarse el alma para permanecer en la escalera son la oración y la sencillez de corazón. Sin duda, aquello que se me dijo me impactó y recordé en ese momento que años atrás, en una confesión, al terminar de decir mis pecados, lo primero que me dijo aquel sacerdote fue una pregunta: ¿Tú quieres ser santa?, y entre lágrimas pude decirle que sí, porque ese deseo estaba en mi corazón, pero con frecuencia nos pasa que pensamos más en nuestras caídas, nuestras debilidades, en las veces que seguimos fallando, y eso opaca, nubla nuestra visión hasta poder perder de vista la cima anhelada. Aquel día estoy convencida de que Dios derramó una gracia especial en mí cuando a través del sacerdote me absolvía de mis pecados, una gracia para comprender y acoger el llamado que Dios me hacía y me sigue haciendo; un llamado que no sólo me hace a mí, a ti también, a todos sin excepción. Un llamado a la santidad.
Esa invitación a la santidad, dirigida por Jesús a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior y que se ejercite diariamente en la práctica de las virtudes cristianas porque Dios da la gracia pero también es necesario nuestro esfuerzo, en hacer todo para agradarle siempre a Él.
Es propicio recordar en este momento las palabras de Santa Teresita del Niño Jesús: “Yo siempre he deseado ser santa, pero, cuando me comparo con los santos siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano, que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mi misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad.” Dios nos quiere santos, por tanto, es importante que grabemos a fuego en el alma la certeza de que la invitación a la santidad dirigida por Jesús es para ti también.
“Hemos de ser santos, cristianos de veras, auténticos, canonizables; y si no, habremos fracasado como discípulos del Único Maestro.” (San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Hermanos en Cristo, sirvan estas líneas para animarte, tú al igual que yo y muchos más podemos ser otros santos o santas de esta época, Dios sigue llamando, y quiere recordarte cuan grande es el amor que siente por ti, te ama con un amor personal, a ti, con tus virtudes y tus defectos, que siempre estará derramando su amor en tu corazón para que puedas amar como Él lo pide, porque el santo, es el que ama sin medida; su amor te impulsará y te levantará en los momentos en que hayas caído y logrará en ti aquello que experimentó Domingo Savio: “La santidad consiste en estar siempre alegres”. Él nos dará la gracia para que luchemos por alcanzar la santidad en medio del mundo en que vivimos porque “la santidad del siglo XXI va a ser la santidad de los laicos y de las familias.” (Padre Jacques Philippe). El Catecismo de la Iglesia también nos exhorta en ese sentido: “Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad”.
Oración
Señor, me presento delante de ti con el deseo de acoger el llamado que Tú me haces a la santidad; convénceme por medio de tu Santo Espíritu que yo también puedo alcanzar la santidad viviendo con amor y ofreciéndote mi vida. Te pido por intercesión de tu Madre, la Santísima Virgen María y de todos los santos y santas me concedas la gracia de anhelar la santidad siempre y en todo lugar en lo más profundo de mi corazón. Amén.
Laura Pastrán