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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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«Quien te sigue, ¡oh Señor!, tendrá luz de vida» (Jn 8, 12).
1.— Jesús comparó los hombres a unos niños caprichosos, a los que nada va bien y nada les contenta. «Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11, 18-19). La historia se repite, y también los hombres de hoy encuentran más fácil criticar el Evangelio y la Iglesia que seguir a Cristo Salvador, luz y verdad infinita.
Ni siquiera los mismos creyentes dan siempre testimonio de una competa adhesión a Cristo; muchas veces su existencia fluctúa entre los caprichos de un querer o no querer y entre la incoherencia entre la fe y las obras. Sólo una adhesión plena que abrace y empeñe toda la vida permite al hombre actuar una elación vital y amistosa con Dios. «Si a3guno me ama, guardará mi palabra… y vendremos a él y en él haremos morada» (Jn 14, 23).
Para vivir con Dios presente en nuestro corazón, no es necesario ni se puede permanecer siempre en soledad y en oración. Hay ocupaciones y contactos con las criaturas que son exigidos por las obligaciones del propio estado: son manifestaciones de la voluntad de Dios y, por tanto, no es posible para buscar a Dios sustraerse a ellas; si en esas cosas sabemos regularnos según la medida impuesta por la misma voluntad divina, no hay razón para temer que constituyan de por sí un obstáculo a la unión del alma con Dios. Pero es necesario permanecer únicamente en el marco de la voluntad divina; en otras palabras, nuestro contacto con las criaturas y todas nuestras actividades tienen que llevar una sola intención: el cumplimiento del deber. Cuando, por el contrario, el afecto de la voluntad se detiene en tales cosas, buscando en ellas algo de satisfacción personal, como, por ejemplo, apagar la curiosidad o el ansia natural de afecto, hacerse valer, procurarse la estima de los demás, entonces se sale del riel de la voluntad de Dios, y el corazón se ase a las criaturas, topándose así con un obstáculo verdadero, el mayor de todos, en la búsqueda, continua de Dios. Es necesario un esfuerzo constante y generoso para redimirse de estas debilidades; sobre todo es necesaria una grande pureza de intención; por la cual el cristiano busca a Dios y se une a él en cualquier ocupación. «Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra —nos exhorta S. Pablo— hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús» (CI 3, 17).
2.— «Yo soy Yahvé, tu Dios, que para utilidad tuya te enseña y te pone en el camino que has de seguir. ¡Ah, si hubieses atendido a mis mandamientos!» (Is 48, 17-18). Todo el mal del hombre y todas sus desviaciones dependen de no seguir con generosidad las enseñanzas de Dios, sus indicaciones y sus preceptos. Y, al contrario, todo su bien procede de la adhesión perfecta a cualquier indicación de la voluntad divina. «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando» (Jn 15, 14). El bien supremo de la amistad con Dios y de la vida de unión con él es, en efecto, fruto de una generosa disponibilidad a los divinos quereres; disponibilidad que de los momentos de intimidad en la oración debe extenderse a todos los aspectos de la vida.
En esta vida la búsqueda de Dios y la unión con él se realizaran mucho más por medio de la voluntad que por medio del entendimiento. Aún en los mismos casos en que el deber —llámese estudio, trabajo, enseñanza, negocios— exige una intensa aplicación de la mente y una notable entrega de sí mismo a las obras externas, puede permanecer el alma orientada hacia Dios con el afecto del corazón, o sea, con el «deseo de la caridad» que incesantemente la impulsa a buscar a Dios, su voluntad y su gloria. Si nos mueve la caridad de Cristo, nada podrá separarnos de Cristo. Entonces todas nuestras acciones, negocios y trabajos, en vez de apartarnos de Dios, se convertirán en medio para unirnos con él. El Concilio Vaticano II afirma: «Todas las obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo» (LG 34). «Hostias espirituales aceptables a Dios» que consolidan cada vez más la amistad del hombre con Dios. Pero para que sean tales deben ser «realizadas en el Espíritu», es decir, conformes al Espíritu Santo que guía al alma en una sola dirección: el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios. Para ello es necesario, además del desasimiento, fomentar el recogimiento interior de manera que, aun en medio de las ocupaciones y de los negocios, se pueda acoger la voz del Espíritu, o sea sus inspiraciones y llamadas, para seguirlas con generosidad.
¡Oh Jesús!, hacer la voluntad de tu Padre y obrar sólo por él fue tu comida y tu vida… Sea también nuestro alimento y nuestra vida el obrar continuamente por agradarte; que vivamos siempre con el pensamiento de tu voluntad y de tu gloria… Tener continuamente delante de los ojos tu voluntad y tu gloria. He aquí nuestra vida, nuestro pan cotidiano, nuestro alimento de cada instante, siguiendo tu ejemplo, ¡oh mi Señor y mi Dios! (CARLOS DE FOUCAULD, Meditazioni sul Vangelo, Op. sp).
Bienaventurados los de conducta íntegra, los que caminan en la ley de Yahvé. Bienaventurados los que guardan sus testimonios y con toda su Corazón le buscan. Los que no cometieron iniquidad alguna y marchan por sus caminos.
Tú has promulgado tus preceptos para que sean guardados con diligencia. ¡Ojalá sean firmes mis caminos en la guarda de tus preceptos!
Quiero meditar tus preceptos, prestar atención a tus sendas. Me deleitaré en tus estatutos, no olvidaré tu palabra.
Dame, entendimiento para que guarde tu ley y la guarde de todo corazón. Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco. Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia. Haz que pasen sin ver la vanidad mis ojos, dame la vida con tu palabra. (Salmo 119, 1-5. 15-16. 34-37).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.