DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

El Amor, se nos entrega por completo

«Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y elEspíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros» (Antífona de entrada)

Querida feligresía, celebramos hoy el Misterio de Dios Uno y Trino, y la invitación que se nos hace en la Liturgia de la Palabra es, a la de contemplarlo como un Misterio de Amor que saliendo de sí mismo, salva, se comunica, se auto-revela y manifiesta su amor y su gracia.

Cabe recordar que, hablamos de misterio, porque el Ser de Dios, es tan profundo, que nos sobrepasa en cuanto que no cabe en nosotros; esto, de modo semejante como sucede con el misterio de la persona humana, o de una mirada, simplemente nos sobrepasa por su grandeza…

Enmarcando nuestra celebración, es conveniente destacar que no por causalidad la celebramos hoy. El domingo anterior festejábamos la solemnidad de Pentecostés, que de algún modo nos permitía recordar las palabras del Maestro que nos ha dicho: «… el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se los enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he enseñado» (Jn 14,26; cfr. Jn 16,13). Esto nos descubre de antemano que gracias al don del Espíritu podemos adentrarnos en el misterio íntimo de Dios.

Lo primero que descubrimos es que el único Dios infinito, es comunión de Personas y no soledad infinita. Por ello, encontrarnos verdaderamente con Jesucristo y entrar en relación con Él, es en primer lugar adquirir un conocimiento de Dios tal, que podemos gritar y afirmar con certeza: «Dios es amor» (Jn 14,23). Asimismo, implica entrar en relación con la comunión trinitaria conforme nos dice el Señor: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Es el Amor –en acto– lo que en definitiva lo ilumina todo.

Es también este amor el que nos permite sumergirnos en el Evangelio de hoy en el cual leemos el encuentro entre Jesús y Nicodemo, «maestro de Israel» (Jn 3,10). En el diálogo, Jesús intenta mostrarle a Nicodemo que Él es mucho más que un maestro o hacedor de milagros que enseña y obra de parte y en nombre de Dios. Todos los signos que Nicodemo ha escuchado de parte de otros o que contemplado con sus propios ojos, indican una realidad mucho mayor que requiere un acto de aceptación y un consecuente nuevo nacimiento en el Espíritu que conduce a la salvación.

Es por ello que todos los textos proclamados el día de hoy, nos ofrecen la posibilidad de reflexionar y descubrir la progresiva revelación de Dios. La Historia de la Salvación, es historia de amor de Dios con su pueblo, y como tal, ha requerido la apertura en el tiempo a esa comunicación y experiencia, hasta llegar a la máxima manifestación con la encarnación. Por ello, mis queridos hermanos y hermanas, no celebramos «algo extraño». ¡Celebramos a Alguien que conocemos!

Pidamos pues a Dios, que la elección de nuestros actos libres nos conduzcan a optar por abrir nuestros corazones a Dios, y a la sublime experiencia de su amor.

¡Feliz domingo de la Santísima Trinidad!

P. Reinaldo G.

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