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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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«Gloria a ti oh Cristo, predicado a las naciones, creído en el mundo» (2 Tm 3, 16).
1.— «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14); este versículo del cuarto Evangelio, repetido como estribillo en el salmo responsorial, sintetiza la liturgia del segundo domingo después de Navidad, que prolonga la reflexión sobre el misterio del Verbo encarnado.
La primera lectura (Ec 24, 1-4, 8-12) nos introduce el argumento. Es la descripción de la Sabiduría divina que desde el principio de la creación ha estado presente en el mundo ordenando todas las cosas y que, por voluntad del Altísimo, ha puesto su «tienda en Jacob», es decir, entre el pueblo de Israel: «tuve en Sión morada y estable… Eché raíces en el pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». En el Antiguo Testamento la sabiduría es considerada como atributo y como presencia de Dios entre los hombres.
Pero el Nuevo Testamento supera inmensamente esta posición. La sabiduría de Dios se presenta como Persona divina, y no de una manera alegórica, sino del modo más real y concreto: es Cristo Jesús, Hijo de Dios, que encarna toda la sabiduría del Padre y es la «sabiduría de Dios» (1 Cr 1, 24). En Cristo la Sabiduría de Dios toma carne humana y viene a morar entre los hombres para revelarles los misterios de Dios y guiarlos más directamente a él. No se trata de una revelación que se detiene en el plano del conocimiento, sino que tiende por el contrario a lanzar a los hombres en el mismo torrente de la vida divina para hacerlos hijos de Dios. Tema éste que S. Pablo desarrolla en la segunda lectura: Dios nos eligió y «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 4-5). La comprensión de este plan divino, que coincide con la historia de la salvación, debe estar a la base de la formación de todos los creyentes; por eso pide el Apóstol a Dios que les conceda «espíritu de sabiduría y de revelación» iluminando sus corazones para que entiendan cuál es la esperanza a les ha llamado (ib. 17-18). ¿Pero quién, fuera de Jesús, que es la Sabiduría y la Palabra del Padre, puede revelar plenamente a los hombres estas divinas realidades? Escuchando y contemplando a Jesús, el hombre descubre los maravillosos designios de Dios para su salvación y a cuál esperanza ha ido llamado.
2.—Mientras S. Pablo se complace en presentar a Cristo como «sabiduría de Dios» (1 Cr 1, 24), «irradiación de su gloria e impronta de su sustancia» (Hb 1, 3), el evangelista S. Juan nos lo presenta como el Verbo, significando con este término el pensamiento y la palabra de Dios. Se trata de la misma realidad divina presentada con matices diversos; el Hijo de Dios es Dios, igual en todo al Padre: en él está toda la sabiduría, todo el pensamiento, toda la palabra del Padre; él es el Verbo.
«Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1). Así nos presenta Juan la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que preside con el Padre y el Espíritu Santo la creación del universo; pero sobre todo la presenta como vida y luz de los hombres que viene al mundo para vivificarlos e iluminarlos. «Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre… Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dioles poder de poder ser hijos de Dios» (ib. 9. 11-12). Es el mismo pensamiento expresado por S. Pablo en la carta a los Efesios. El Verbo, Hijo de Dios, encarnándose viene al mundo, se llama Cristo Jesús y los que le reciben, o sea, los que «creen en su nombre» (ib. 12), en él y por él se hacen hijos de Dios.
El sublime prólogo de Juan culmina en la contemplación del Verbo encarnado: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria» (ib. 14). No es ya la sabiduría como atributo y signo de la presencia de Dios la que viene a poner su tienda entre los hombres, sino la Sabiduría como segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios «hecho carne», hecho verdadero hombre. El Evangelista habla de él como testimonio ocular: lo ha visto con sus propios ojos, lo ha tocado con sus manos y escuchado con sus oídos (1 Jn 1, 1-3); lo ha visto Hombre entre los hombres, conviviendo su misma vida; pero al mismo tiempo ha podido contemplar su gloria: en el Tabor, en las apariciones después de la Resurrección, en la Ascensión al cielo. Todo lo que el Evangelista ha visto y contemplado quiere transfundirlo en los que lean su testimonio, para que crean en Cristo, Verbo encarnado, para que todos le acojan y reciban de su plenitud «gracia sobre gracia» (Jn 1, 16) y en especial la gracia de conocer a Dios. «A Dios nadie le vio jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer» (ib. 18).
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba al Señor tu Dios, Sión… Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. (Leccionario, responsorial).
¡Oh Sabiduría eterna, llena de bondad e infinitamente benéfica!, tú has constituido tu placer y tus delicias en estar y conversar con los hombres. Y esto se realizó cuando tú, oh Verbo, te hiciste hombre y pusiste tu morada entre los hombres. Que yo me deleite contigo, oh Verbo, pensamiento y sabiduría de Dios. Que yo escuche la palabra que me habla en un profundo y admirable silencio. Que la escuche con los oídos del corazón, diciéndote con Samuel: «Habla, oh Señor, que tu siervo escucha». Haz que, imponiéndome silencio a mí mismo y a todo lo que no es Dios, deje correr dulcemente mi corazón hacia el Verbo, hacia la Sabiduría eterna… que se hizo hombre y estableció su morada en medio de nosotros. (Cfr. J. B. BOSSUET, Elevazioni a Dio sui misteri).
Jesucristo, Señor y Dios nuestro, por la voluntad del Padre en los tiempos eternos, naciste en los últimos tiempos de una Virgen que no conoció varón; te sometiste a la ley para rescatarnos de la ley, liberarnos de la servidumbre de la corrupción y concedernos la dignidad de hijos… Señor mío, líbrame ahora de toda vanidad, realiza tu promesa y líbranos de la vergüenza del pecado, para llenar nuestros corazones con el Espíritu Santo, que podamos decir: Abba, Padre. Haz de nosotros hijos de tu Padre, sálvanos de todos los males de este mundo. (Oraciones de los primeros cristianos).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D