DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

«Pondré mis palabras en su boca» Dt 18,18

Querida comunidad,

Habiendo celebrado el Domingo pasado «El Domingo de la Palabra», hoy nuevamente la Liturgia de la Palabra coloca en el tapete nuevas connotaciones y aptitudes que quieren hacer de nuestra vida, una vida en libertad.

El texto de la primera lectura del día de hoy, tomada del Libro del Deuteronomio (18,,15-20), inicia con la afirmación hecha a Moisés y al Pueblo que él acompaña y dirige, de suscitar entre los suyos y sus hermanos un profeta, un portavoz fiel de su palabra divina, la cual al ser proclamada realiza lo que anuncia. Con el transcurrir del tiempo el pueblo, fue comprendiendo progresivamente, a diferencia de lo que profesaban otros pueblos y culturas, que este profeta prometido, más que vaticinador de desastres y venturas, sería por sobre todo un amigo íntimo de Dios que le conoce en profundidad (Gén 20,7; Ex 4,15-16; 7,1) y que por tanto comunicaría cual transmisor fiel, sus anuncios y noticias. No obstante, no sólo proclamaría la palabra del mismo Dios, sino que además se situaría ante del pueblo -como algo connatural a su propio ministerio- un intercesor del mismo Dios (Amos 7,2-5; Joel 1,19.20). Por tanto, hablamos de representante-intermediario-transmisor de las comunicaciones divinas para el pueblo. Más interesante aún, es que éste portavoz no se situaría ante el pueblo como alguien lejano y aislado, sino que al igual que Dios estaría en medio de los hermanos.

Ante este esta promesa, al pueblo se experimenta interpelado a responder escuchando esta voz y estas palabras que ponen de manifiesto los pensamientos, propósitos y voluntades divinas, y que son proclamadas para la salvación y bienaventuranza del mismo pueblo. De aquí que el anhelo del salmista sea: «Ojalá escuchen hoy la voy del Señor» (Sal 94), exhortando de este modo a escuchar el mensaje proclamado con un corazón «abierto», dócil; dispuesto a acoger y comprometerse a los cambios y transformaciones que le conducirán a una vida en libertad plena.

Surge aquí un interrogante: ¿Por qué nos cuesta tanto escuchar y acoger su Palabra de libertad? Alguien dijo alguna vez que no hay un pueblo más oprimido que el que no quiere ser libre…

Esta promesa la encontramos cumplida en plenitud en la persona de Jesús. El Evangelio de hoy (Mc 1,21-28), narra cómo Jesús tras vencer las tentaciones en el desierto y llamar a sus primeros discípulos, inicia su ministerio proclamando la cercanía del Reino de Dios. Su palabra de vida pone de manifiesto una autoridad desconocida para sus oyentes… Sus palabras expresan la voluntad-autoridad del Padre de liberar definitivamente a la humanidad de todo tipo opresión, por tanto, ya nada podrá oprimir a los hijos de Dios. Esta cercanía de Reino de Dios (Dios reinando) se hace palpable a sus contemporáneos con la sanación de un hombre poseído o un espíritu impuro, lo que lleva a la exclamación de quienes admirados le contemplan, a afirmar que hasta los espíritus inmundos se le someten. Así como Satanás ha sido derrotado en el desierto, así lo será en la vida de los hijos de Dios. Si ciertamente este pasaje nos ha narrado a Jesús exorcizando con el poder del Espíritu Santo a un poseído por los espíritus malignos, también es cierto que hoy Él, por su Palabra y el poder del Espíritu Santo, lo sigue haciendo.

Hoy día Jesús sigue liberando a los hombres y mujeres oprimidos y esclavizados por Satanás y sus espíritus inmundos. El Maligno nos tienta porque busca oprimirnos, esclavizarnos. No obstante, hemos de tener siempre presente que la tentación y la opresión del mal no siempre se manifiesta de la misma forma, como nos plantea el Papa Francisco en su reciente Carta Encíclica: Fratelli tutti (Hermanos todos): «Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente» (FT 64).

Asimismo, el documento conclusivo de V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, Brasil, mayo 2007), al hablar de lugares del encuentro con Cristo, nos recuerda que a Cristo «lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt 25,37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia de Jesucristo» (DA 257). Con ello, nos invita en primer lugar a contemplar el rostro suficiente de Cristo en los marginados y excluidos, llegando a tal punto que quien se hace amigo de Cristo se hace amigo de ellos, invitándonos así a promover la amistad y solidaridad con y para con ellos.

Señor Jesús, abre mi corazón y mis sentidos para escuchar con oídos de verdadero discípulo tu Palabra de Vida. Que tu Palabra que sana y libera se haga vida en mi propia vida. Rompe la barrera del espejo que me impulsa a verme solamente a mí y mi pasado impidiéndome ver más allá. Libérame de las cadenas que Maligno me impuesto, cadenas de la soberbia, la idolatría, el egoísmo, la autocompación, etc., que impiden que me encuentre verdaderamente contigo. Renueva el aceite de tu Espíritu de Amor que anhele siempre este encuentro. Haz de mí un verdadero adorador, un adorador que no sólo te contempla en Sagrario del Templo, sino un adorador de vida eucarística que realiza en su vida actos verdaderamente eucarísticos, actos de verdadera y generosa entrega. Amén.

Feliz Domingo!!!

P. Reinaldo Gámez

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