DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo B

Ánimo, levántate, Él te llama

Diácono Freddy Obregón

Hoy el evangelio nos deja una enseñanza increíble, llena de nutrientes para nuestro espíritu. Se nos presenta la historia de un ciego que se encuentra a las orillas del camino. Este hombre vive en la oscuridad, ha perdido la vista y, aunque desconocemos los motivos, su condición lo limita. Se ha convertido en un mendigo, sentado a las puertas del templo y pidiendo limosna.

Para nosotros, los cristianos, esto es muy significativo, ya que Jesús es el camino. Sin embargo, este hombre no puede verlo. A pesar de su ceguera, reconoce a Jesús como su única opción para recuperar lo que ha perdido. Sabe que solo Él puede devolverle la vista y comienza a gritar para llamar su atención. Aquí encontramos otra enseñanza del evangelio: la oración del corazón, la oración de la insistencia. «Jesús, hijo de David, ten piedad de mí».

Vemos que Jesús continúa caminando sin hacerle caso, pero el ciego insiste y grita aún más fuerte. Es en ese momento que el Señor se detiene y manda a buscarlo. Los discípulos se acercan al ciego y le dicen: «Ánimo, el Señor te está llamando». Esto es importante, queridos hermanos, porque es Jesús quien nos llama, quien se acerca a nosotros y nos saca de nuestras situaciones difíciles.

Observamos a un hombre que clama al Señor, limitado en su condición, pero que encuentra cercanía en Jesús. El Señor le pregunta: «¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué quieres que haga?» Ante esta pregunta, el ciego le pide que pueda ver. Y aquí está el detalle: el Señor le responde: «Tu fe te ha curado».

Queridos hermanos, debemos reflexionar sobre nuestras propias cegueras. ¿De qué estamos ciegos? ¿Qué nos impide caminar por el camino que es Jesús? ¿Qué nos impide ver con claridad el amor de Dios? ¿Estamos ciegos por la indiferencia, por la mentira, por la avaricia o la codicia? ¿Qué es lo que nos mantiene alejados del camino de la vida que es Jesús?

Por eso, este evangelio nos invita a hacer la oración del corazón. Reconociendo a Jesús, pidámosle que venga y nos llame, que nos tome de la mano para caminar por este camino de vida. Que en este día, con insistencia, podamos clamar como el ciego Bartimeo: «Jesús, hijo de David, ten piedad de mí», hasta que Él se detenga y nos pregunte: «¿Qué quieres que haga por ti?»

Dios es bueno.

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