EL DESARROLLO DEL REINO, 8 de Enero

«Padre nuestro que estás en los cielos… venga a nosotros tu reino» (Mt 6, 10).

1.— El reino de Dios, dice el Concilio, «comienza a manifestarse como luz delante de los hombres, por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a la semilla depositada en el campo; quienes la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey de Cristo, recibieron el Reino (LG 5). De varias maneras se sirvió Cristo del ejemplo de la semilla para explicar el desarrollo y las vicisitudes del reino de Dios entre los hombres. La vitalidad y la fuerza expansiva del Reino es semejante a la de la semilla que «germina y crece sin que el hombre que la ha sembrado sepa cómo» (Mc 4, 27). El Reino crece secretamente, más allá de las previsiones y de las esperanzas de quienes lo han sembrado en el corazón de los hermanos. Aunque parezca que el terreno es completamente árido e infe­cundo y que el esfuerzo apostólico cae en él vacío, la semilla de la divina gracia trabaja en silencio, en la oscuridad, y de repente, por medio de la intervención secreta de Dios, suscitar energías nuevas y un despertar impensado. Las largas esperas, los fracasos, la insolencia del mal no nos deben desanimar ni hacer­nos abandonar el campo ni lanzarnos a celos indiscretos. Cristo ha vencido al Maligno y ha presentado esta victoria cómo una señal de la llegada del Reino: «Si yo expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios, ha llegado a vosotros» (Lc 11, 20). Pero para que el hombre pueda hacer suya la victoria de Cristo y pertenecer a su Reino, debe continuar luchando. Dios permite que el Maligno siga derramando la cizaña y no quiere que ésta sea arrancada antes de tiempo, «no sea que, al querer arrancar la cizaña, arran­quéis con ella el trigo» (Mt 13, 29). Hay que perseverar, pues, haciendo el bien, para que el grano no sea sofo­cado por la cizaña y a ésta misma se le ofrezca la posi­bilidad de convertirse en grano. La gracia puede realizar estos milagros en el corazón del hombre. De esta mane­ra, a través de luchas, contrastes y aparentes derrotas, va creciendo, el Reino y, en virtud de la redención de Cristo, se va convirtiendo de minúsculo grano de simien­te en árbol tan gigantesco «que a su sombra pueden abrigarse las aves del cielo» (Mc 4, 32).

2.— Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y lo pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta» (Mt 13, 33). Esta es quizá la parábola que mejor ilustra con mayor eficacia, y  declara el dinamismo interior del Reino, es decir de la gracia, de la caridad, de la fe. El minúsculo grano de mostaza que se desarrolla hasta convertirse en la más grande de las hortalizas, indica más bien la extensión exterior del Reino y su difusión en el mundo hasta llegar a todos los hom­bres. La levadura, por el contrario, que escondida en la masa de harina la hace fermentar, parece más bien indicar la transformación interior de los individuos y de la sociedad producida por la aceptación del Reino y de la fe en Cristo. Es una transformación radical que tiende a cambiar la mentalidad, la conciencia, el modo de juzgar las cosas para redundar después en un cambio profundo de la conducta. Es todo un trastrueque completo de valore­s. Para quien entra en el Reino el verdadero bien ya no está en las riquezas, en los honores, en los éxitos, en las alegrías terrenas, como tampoco en la fuerza, en el poder y en el predominio sobre los demás, sino más bien en la pobreza, en el llanto, en la mansedumbre, en la misericordia, en la pureza, en la paz y hasta en la persecución. Este es el código del Reino que Jesús proclamó en las bienaventuranzas; cuanto más fermente en el cristiano la levadura del Evangelio, tanto más se echará de ver en él este nuevo modo de sentir, de juzgar y por lo tanto de obrar. Y no sólo eso, sino que él mismo se convertirá en fermento para la sociedad en que vive: familia, escuela, ambiente de trabajo. Y no sólo con la palabra prudente y oportuna, sino hasta con su sola presencia, que da testimonio de un cristianismo integral. El Concilio enseña que los mismos seglares pueden ser «valiosos pregoneros» del Reino «si asocian, sin desmayo, la profesión de fe con la vida de fe. Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo» (LG 35).

¡Oh dulcísimo Jesús!, sembrador de toda buena semilla, que velas siempre y nunca duermes y ves la cizaña que tu enemigo pretende sembrar en tu campo, no permitas que siembre en mí cosa alguna que sea extraña a ti; y si yo me durmiere por negligencia, vele tu misericordia en despertarme, para resistir al enemigo antes de que pueda apoderarse de mí. (L. DE LA PUENTE, Meditaciones).

¡Oh mi Señor, mi único Dios, mi Dios y mi Todo!, no per­mitas que yo me pierda en las cosas vanas del mundo. «Vani­dad de vanidades, y todo es vanidad» (E 1, 2). Aquí abajo, todo es vanidad y sombra que huye. No permitas que yo dé mi cora­zón a las cosas de la tierra y que ninguna cosa me aleje de ti. Toma entera posesión de mí y une a ti con tu abrazo divino este corazón mío tan frágil y este mi espíritu tan débil. Atráeme a ti en las primeras horas de la mañana, al mediodía y al atar­decer, y dame tus consuelos. Sé tú el faro potente a quien yo mire para obtener dirección y paz.

Señor Jesús, haz que yo te ame con amor puro y fervoroso. Haz que yo te ame con mayor intensidad que los hombres del mundo aman sus cosas. Que yo te ame con aquella ternura y constancia que tan admirada es en el amor terreno. Que yo sienta que tú eres mi sola alegría, mi solo refugio, mi sola fuerza, mi sola esperanza y mi único amor. (J. H. NEWMAN, Madurez cristiana).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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