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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Dos años más tarde de aquel encuentro nocturno con Jesús tendrá lugar un acontecimiento que obligará a Nicodemo a tomar una posición definida, y a darse a conocer abiertamente como discípulo del Señor. Instigado por los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, Pilato crucifica a Jesús de Nazaret. José de Arimatea consigue el permiso para retirar su cuerpo y sepultarlo. Y «Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, fue también» (Jn 19,39). La Cruz del Señor, el abandono de sus discípulos, y quizás el ejemplo de fidelidad de José de Arimatea, interpelan personalmente a Nicodemo y le obligan a tomar una decisión: «Otros hacen esto; yo ¿qué voy a hacer por Jesús?».
Un detonante es una pequeña cantidad de explosivo, más sensible y menos potente, que se inicia por medio de una mecha o una chispa eléctrica, y hace estallar así la masa principal de explosivo, menos sensible, pero más potente. En el proceso de búsqueda de la propia vocación es frecuente que exista un acontecimiento que, como un detonante, actúe sobre todas las inquietudes del corazón, y les haga cobrar un sentido preciso, señalando un camino e impulsando a seguirlo. Este acontecimiento puede ser de muy diverso tipo, y su carga emocional puede tener mayor o menor entidad. Lo importante, igual que sucede con la inquietud de corazón, es que sea leído e interpretado en la oración.
El detonante puede ser una moción divina en el alma, o el encuentro inesperado con lo sobrenatural, como lo que sucedió al Papa Francisco cuando rondaba los 17 años. Era un día de septiembre, y se preparaba para salir a festejar con sus compañeros. Pero decidió pasar antes un momento por su parroquia. Cuando llegó, se encontró con un sacerdote que no conocía; le impresionó su recogimiento, por lo que decidió confesarse con él. «En esa confesión me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja», recordaba en una entrevista. Y lo interpretaba así: «Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro; me di cuenta de que me estaban esperando. Desde ese momento, para mí Dios es el que te primerea. Uno lo está buscando, pero Él te busca primero»[1].
Otras veces, el detonante será el ejemplo de entrega de un amigo cercano: «Mi amigo se ha entregado a Dios, ¿y yo qué?»; o su invitación amable a acompañarle en un camino concreto, como aquel «ven y verás» (Jn 1,46) de Felipe a Natanael. Incluso podría ser un suceso aparentemente trivial pero cargado de significación para quien ya tiene la inquietud en el corazón. Dios sabe cómo servirse hasta de muy pequeñas cosas para removernos el alma. Así le sucedió a san Josemaría cuando, en medio de la nieve, le salió al encuentro el Amor de Dios.
Con frecuencia, sin embargo, más que de una detonación se trata de una decantación, que se produce sencillamente en la maduración paulatina de la fe y el amor, a través del diálogo con Dios. Poco a poco, casi sin darse uno cuenta, con la luz de Dios, se alcanza una certeza moral acerca de la vocación personal, y se toma esa decisión, con el impulso de la gracia. San John Henry Newman describía magistralmente este proceso, rememorando su conversión: «La certeza es instantánea, se da en un momento concreto; la duda, en cambio, es un proceso. Yo, todavía, no andaba cerca de la certeza. La certeza es una acción refleja: es saber que uno sabe. Y eso es algo que no tuve hasta poco antes de mi conversión. Pero (…) ¿quién puede decir el momento exacto en que la idea que uno tiene, como los platillos de la balanza, empieza a cambiar, y lo que era mayor probabilidad a favor de un lado empieza a ser duda?»[2]. Este proceso por decantación, en el que se llega a madurar una decisión de entrega poco a poco y sin sobresaltos, es en realidad de ordinario mucho más seguro que el provocado por el fulgurante relámpago de una señal externa, que fácilmente puede deslumbrarnos y confundirnos.
En cualquier caso, al darse ese punto de inflexión no solo se clarifica nuestra mirada: también nuestra voluntad se ve movida a abrazar ese camino. Por eso, San Josemaría escribe: «Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso»[3]. La llamada es luz e impulso. Luz en nuestra inteligencia, iluminada por la fe, para leer nuestra vida; impulso en nuestro corazón, encendido en amor de Dios, para desear seguir la invitación del Señor, aunque sea con aquella simpatía antipática propia de las cosas de Dios. Por eso, conviene que cada uno pida «no solo luz para ver su camino, sino también fuerza para querer unirse a la voluntad divina»[4].
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Meditación tomada del libro de Borja de León (ed), titulado: Algo grande y que sea amor. La vocación cristiana: encuentro, respuesta, fidelidad. Fundación Studium, 2020. Borja de León, es un Sacerdote, doctor en Filosofía, que desarrolla su labor pastoral con familias y es capellán de un colegio de Madrid.
[1] S. Rubin y F. Ambrogetti, El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio, Ediciones B, Barcelona, 2013, p. 48.
[2] San J.H. Newman, Apología pro vita sua, Ciudadela, Madrid 2010, p. 215
[3] San Josemaría, Carta 9-I-1932, citado en El Opus Dei en la Iglesia, Rialp, Madrid 1993, p. 148.
[4] F. Ocáriz, «Luz para ver, fuerza para querer», ABC, 18-IX-2018. Disponible en opusdei.org.
Gracias por este artículo. Está muy bueno, muy interesante🙏. Ahora voy a leer ese pasaje de Nicodemo.
Les comparto este video que grabé hace tiempo (dejo enlace en mi perfil), donde pueden ver el confesionario donde ocurrió esa experiencia de la vocación del Papa Francisco. Saludos y bendiciones.