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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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«¡Oh Rey de las gentes y piedra angular de la Iglesia, ven a salvar al hombre que formaste del fango! (Leccionario)
1.— Con intensidad creciente sigue expresando la liturgia la espera del Salvador, poniendo de relieve el deseo de todos los hombres que a través de los siglos suspiraron por ella: «¡Oh Rey de las gentes… ven! (Leccionario). Este deseo siempre actual en todo hombre que tiene conciencia de su necesidad de salvación, debe manifestarse también en el compromiso de profundizar cada vez más en el misterio del Salvador. Lo cual significa penetrar en el misterio del Amor infinito que es su única explicación.
«Dios es amor» (1 Jn 4, 16) todo lo que obra dentro y fuera de sí es obra de amor. Siendo el Bien infinito, nada puede amar fuera de sí movido por el deseo de aumentar su felicidad: él lo posee todo en sí. Por eso en Dios amar y querer a las criaturas no es más que derramar su bondad infinita y sus perfecciones y hacer partícipes a otros de su ser y de su felicidad. De este modo amó Dios al hombre con amor eterno y, porque lo amaba, lo llamó a la existencia dándole la vida natural y la sobrenatural. Amándonos Dios no solamente nos ha sacado de la nada, sino que nos ha elegido y elevado al estado de hijos suyos, destinados a participar de su vida íntima y de su eterna bienaventuranza. Este fue el plan primero de la infinita caridad de Dios para con el hombre; pero cuando el hombre cayó en el pecado, Dios, que lo había creado en un acto de amor, quiso redimirlo por otro acto de amor todavía más grande.
Y he aquí por qué el misterio de la Encarnación se nos presenta como la manifestación suprema del «gran amor con que nos amó» (Ef 2, 4). «En esto se manifestó la caridad de Dios hacia nosotros: en que Dios envió al mundo a Hijo unigénito, para que por él tengamos vida. En esto está la caridad… en que él nos amó y envió a su Hijo, propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). Después de haber dado al hombre la vida natural, después de haberlo destinado a la vida sobrenatural, ¿por ventura podría darle cosa más grande que el Verbo, hecho carne para salvarle?
2.— Dios es caridad: no tenemos qué maravillarnos de que la historia de su acción a favor del hombre constituya todo un poema de amor y de amor misericordioso. El primer canto de este poema era nuestro destino eterno a la visión y deleite de la íntima vida divina. El segundo canto expresa todavía de un modo más conmovedor la sublimidad de su misericordia: es el misterio de la Encarnación.
El pecado de Adán había destruido el plan primero de nuestra elevación al estado sobrenatural: todos habíamos caído de ese orden sin posibilidad de reparación por parte nuestra, tanto más que al pecado original hemos añadido nuestras culpas personales: «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios» (Rm 3, 23). Dios podía perdonarlo todo, pero su santidad infinita y su justicia exigían una satisfacción adecuada, que sobrepasaba en absoluto la humana capacidad. Entonces fue cuando se cumplió la obra más sublime de la misericordia de Dios: una de las Personas de la Santísima Trinidad, la segunda, vino a hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar. Y he aquí que el Verbo, el Unigénito de Dios, «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). De esta manera el amor misericordioso de Dios llega al colmo de su manifestación: pues si no hay ingratitud ni miseria más grande que el pecado tampoco puede existir amor más sublime que aquel que se inclina sobre tanta ingratitud y miseria para cubrirla de su primitivo esplendor. Y esto lo hace Dios no por medio de un profeta ni del ángel más excelso, sino personalmente: toda la Santísima Trinidad obra la Encarnación, cuyo término es la unión de una naturaleza humana con la Persona del Verbo. Aquí se manifiesta y brilla toda la inmensidad del amor y de la misericordia de Dios para con el hombre. El Hijo de Dios viene a salvar al hombre que él mismo formó del fango de la tierra. El Creador y el Rey de todas las gentes restaura personalmente la obra de sus manos y te pone como fundamento de la Iglesia en la cual quiere reunir a todos sus hijos dispersos.
¡Oh Dios mío!, hazme digna de conocer el misterio de la caridad ardentísima que se esconde en ti, esto es, la obra excelentísima de la Encarnación que has puesto como principio de nuestra salud. Este beneficio inefable nos produce dos efectos: el primero es que nos llena de amor; el segundo, que nos da la certeza de nuestra salud. ¡Oh inefable caridad, la más grande que puede darse: que Dios creador de todo se haga criatura, para hacer que yo sea semejante a Dios! ¡Oh amor entrañable!; te has anonadado a ti mismo, tomando la forma vilísima de siervo; para darme a mí un ser casi divino. Aunque al tomar mi naturaleza no disminuiste ni viniste a menos en tu sustancia ni perdiste la más mínima parte de tu divinidad, el abismo de tu humildísima Encarnación me inclina a prorrumpir en estas palabras: ¡Oh incomprensible, te has hecho por mí comprensible! ¡Oh increado, te has hecho creado! ¡Oh impalpable, te has hecho palpable!… Hazme digna de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado en tu santísima Encarnación. (B. ANGELA DE FOLIGNO, Il libro della B. Angela).
Señor, ¿cómo alabaré y agradeceré suficientemente tu amor? Tanto me has amado que por amor mío te has hecho en el tiempo, tú que hiciste los tiempos; y en el mundo eras menor en edad con respecto a muchos de tus siervos, tú que eres más antiguo del mundo; y te has humanado, tú que has hecho al hombre; has querido ser creatura de madre que tú creaste, y te llevaron manos que tú formaste, y mamaste del pecho que tu llenaste, y lloraste con tiernos gemidos en el pesebre, tú que eres el Verbo, sin el cual es muda toda humana elocuencia. (S. AGUSTIN, Homilía).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.