Principales Servicios y Actividades
Bienvenido a este espacio donde podrás encontrar los principales enlaces e información sobre nuestras actividades
Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
Bienvenido a este espacio donde podrás encontrar los principales enlaces e información sobre nuestras actividades
«Clamó este pobre, y Yahvé escuchó y le salvó de todas sus angustias» (Ps 34, 7).
1.— Un día Jesús dirigió este duro reproche a los fariseos y a los jefes del pueblo: «Vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que lo publicanos y las meretrices creyeron en él» (Mt 21, 32). En efecto, los publicanos se habían rendido a la predicación del Bautista, habían confesado sus pecados, habían pedido el bautismo de penitencia y preguntado: «¿qué hemos de hacer?» (Lc 3, 12). Pero los fariseos, no; «no se habían arrepentido creyendo en él» (Mt 21, 32). La soberbia los cegaba, y como les había impedido creer en el precursor, también ahora los tenía cerrados y hostiles a Cristo. Por eso Jesús les dirá: «Los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios» (ib. 31). Cierto que los pecados en cuánto tales no dan el derecho de entrada en al reino, sino el humilde arrepentimiento de ellos y la humilde confesión de la propia miseria moral y de la necesidad de la salvación. Fue la humildad la que abrió los corazones de los publicanos y de las pecadoras para acoger la salvación, dándoles en consecuencia la precedencia «en el reino de los cielos»: Pero la posición de los fariseos era diametralmente opuesta: no sólo no habían reconocido y confesado sus pecados y su orgullo, sino que se tenían por justos y creían no tener necesidad de perdón, la salvación pasó a su lado y ellos la rehusaron: «los fariseos y los doctores de la ley anularon el plan divino respecto a ellos» (Lc 7, 30). Una única salvación es ofrecida a todos los hombres, pero sólo los humildes, los pobres y los pequeños son aptos para acogerla.
La profecía de Isaías que Jesús leyó y aplicó a sí mismo en la sinagoga de Nazaret, sigue cumpliéndose: «El Espíritu del Señor… me envió para evangelizar a los pobres» (Lc 4, 18). No se trata solamente de los desheredados, de quien sufre hambre, sino sobre todo de quien reconoce su propia insuficiencia moral, su propia pobreza espiritual, de quien siente la profunda necesidad de ser salvado, redimido y purificado, y por eso invoca y espera de todo corazón al Salvador: «EI Señor está próximo a los contritos de corazón y salva a los de espíritu abatido» (Ps 34, 19).
2.— Para hallar a Dios hay que ir a él con alma de pobre. Dios ofrece al hombre la salvación y lo llama a la santidad y a la comunión con él; pero todos estos inmensos bienes deben ser acogidos con corazón humilde, convencidos de no poder nada sin la ayuda divina, pues sólo de Dios viene el poder y el querer. Santa Teresa del Niño Jesús decía: «La santidad no está en tal o cual práctica, sino que consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre» (Novissima Verba, 3 agosto: Obras, p. 1397). De las palabras de la Sagrada Escritura había sacado la Santa luz y fuerza en su «caminito» de sencillez evangélica: «Los niños de pecho serán llevados a la cadera y acariciados sobre las rodillas. Como cuando a uno le consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros» (Is 66, 12-13). Dios está dispuesto a todo en favor de una criatura que lo busca sin pretensiones y en verdadera pobreza de espíritu, convencida de que el buscarlo y el desearlo es ya un don, y convencida igualmente de que sus propias fuerzas son inadecuadas para salvarla, santificarla y conducirla a la intimidad con Dios. Cuanto más indigna e impotente se reconoce ella; tanto más estrechamente la atrae Dios a sí mismo.
Cuando vino al mundo el Hijo de Dios, quiso rodearse de los pobres y humildes: María y José, descendientes sí de la casa de David, pero tan pobres e ignorados que no hubo lugar para ellos en la posada; los pastores, despreciados como gente sin importancia y tenidos frecuentemente aparte con muestras de desconfianza y de recelo. Durante su ministerio Jesús fue en busca de los pobres, de los oprimidos, de los pecadores y de los pequeños, diciendo: «No he venido a llamar e los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 13). Quien se cree justo y satisfecho de su propia virtud y hasta quizá desprecia a los demás teniéndolos por inferiores a sí mismo, no sacará fruto alguno de la Navidad. Jesús Salvador viene para todos, pero en un corazón lleno de sí no hay lugar para recibirlo, o, por lo menos, existe sólo un lugar reducido y mezquino. Sólo quien se acerca a Cristo con corazón de pobre le ofrece espacio suficiente para la invasión de su gracia y de su amor, y es apto para acoger en beneficio propio y de toda la Iglesia la redención, «la consolación de Israel» (Lc 2, 25).
En ti se gloria mí alma, ¡oh Señor! óiganlo los humildes y alégrense… Yo te he buscado, Señor, y tú me has respondido… Clamó este pobre y tú le escuchaste y salvaste de todas sus angustias…
Gustad y ved cuán bueno es el Señor; bienaventurado el varón que a él se acoge… Empobrecen los ricos y pasan hambre, pero a los que buscan a Yahvé no les falta bien alguno…
El Señor está próximo a los contritos de corazón y salva a los de espíritu abatido. Muchas son las calamidades del justo, pero de todas ellas le libra el Señor… El Señor redime el alma de sus siervos, y no expirarán cuantos a él se acogen. (Salmo, 34; 3-11. 19-20. 23).
Aunque nuestras maldades clamen contra nosotros, obra, ¡oh Señor!, por la gloria de tu nombre. Sí, muchas son nuestras rebeldías, hemos pecado contra ti… Pero tú, Señor, habitas en medio de nosotros, y tu nombre es invocando sobre nosotros, no nos desampares…
Reconocemos, ¡oh Señor!, nuestra maldad… pues hemos pecado contra ti. Pero por tu nombre no nos rechaces, no dejes profanar el trono de tu gloria. Acuérdate, no rompas tu alianza con nosotros… ¿No eres tú, Señor Dios nuestro? En ti esperamos. (Jeremías 14, 7. 9. 20-21).
¡Oh Señor Jesús!, que has venido al mundo para buscar y salvar lo perdido. Si yo no me hubiera perdido, tú, Hijo del hombre, no habrías venido. Pero habiéndome perdido yo hombre, has venido tú Dios y hombre, y yo hombre he sido hallado. Habíame perdido yo hombre, por mi libre voluntad, y tú te has hecho hombre para librarme con tu gracia… El hombre primero se perdió por la soberbia, y ¿dónde estaría yo de no haber venido tú, Hombre segundo? (S. AGUSTIN, Sermón).
Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.