NO SOLO DE PAN, 22 de Febrero

«Tus palabras, Señor, son espíritu y vida» (Jn 6, 63).

1.— Rechazando a Satanás, Jesús ha dicho: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Es éste un aviso particularmente oportuno para los días de Cuaresma en que el cristiano, al mismo tiempo que mortifica  su cuerpo con la abstinencia y el ayuno, debe preocuparse de alimentar su espíritu con la palabra de Dios. Quien vive de la Palabra y la lleva a la práctica haciendo que sus pensamientos, deseos y acciones broten  de  ella, no será vencido por los asaltos del Maligno.

La escucha atenta y profunda de la Palabra ilumina el camino de la salvación, de la santidad. «Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19, 1). No ha sido el hombre —ni los mismos santos— quien concibió el ideal de la santidad; ha sido Dios quien presentándoselo al hombre se lo ofreció como una invitación, incluso como un deber. Aunque el pecado deformase la creatura plasmada a imagen de Dios, Dios no renunció a restaurar su obra para que pudiese ser como él la había querido: un reflejo de  su  santidad. Con este fin, ya desde el Antiguo Testamento, los hombres han recibido la ley divina, en la que a los mandamientos relativos a los deberes para con Dios corresponden los que miran al prójimo; unos y otros se resumen en el mandamiento supremo del amor. Si está prohibido hacer mal al hermano —a su persona, a su reputación, a sus cosas— es con el único fin de tutelar el amor fraterno. Y es de verdad hermoso ver cómo la  ley antigua desciende muchas veces a detalles particulares cargados de humanidad.  «Cuando cosechéis la mies de vuestra tierra, no siegues hasta el borde de tu campo, ni espigues los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña, ni recogerás de tu huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el forastero… No retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente. No maldecirás a un sordo, ni pondrás tropiezo ante un ciego… Siendo  juez no hagas injusticias… No andes difamando entre los tuyos… No odies en tu corazón a tu hermano» (Lv 19, 10-16). Todo culmina    en    una    palabra    absolutamente  positiva: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (ib 18). Y los mandamientos se van cantando con el mismo estribillo: «Yo soy el Señor», que querría decir: yo, el Señor, vuestro Dios, os doy estos mandamientos, porque soy santo y os quiero santos; yo soy amor y quiero para vosotros amor.

2.— Siempre que Jesús habla de la perfección del Padre celestial, la describe bajo el aspecto del amor, de la misericordia infinita, invitando a todos los hombres a imitarla en sus relaciones mutuas: «Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre» (Lc 6, 36). ¿Por qué se insiste tanto en el amor del prójimo? Porque el hombre es la imagen de Dios, responde el Antiguo Testamento. Y el Nuevo añade: porque el Hijo de Dios ha tomado carne humana y ha llevado la fraternidad con los hombres hasta considerar como algo propio todo lo que se hiciere a uno de ellos: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Esta es la  razón profunda por qué Jesús ha  puesto las obras de caridad fraterna como criterio discriminativo entre los elegidos y los réprobos. La ley del Señor es inseparable: la observancia de los deberes para  con  Dios no es completa, si no se observan al mismo tiempo e integralmente los deberes para con el prójimo. Y al revés, no puede existir amor sobrenatural  y duradero para con el prójimo si no se valora el amor a Dios y el prójimo es amado simplemente por simpatía humana, pero no en cuanto es imagen de Dios y  hermano de Cristo. He aquí por qué la Iglesia durante  la Cuaresma no pide sólo ejercicios de oración y de penitencia, exige también obras de caridad. Las primeras expresan más directamente el amor a Dios, y las últimas el amor hacia el prójimo; más aún, según una antigua norma, los ahorros hechos con el ayuno, la abstinencia u otras privaciones deben ser empleados  en la ayuda de los «hermanos que sufren pobreza y hambre» (Pablo VI, Paen. 11). Dedicarse a la oración y desentenderse de las necesidades  del  prójimo, reafirmar nuestro amor a Dios y no tender la mano a quien está en la necesidad es deformar el cristianismo.  A Dios no puede agradarle semejante oración ni tales protestas de amor.  Un  día Jesús predicará: «Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber» (Mt 25, 42). Una vez más se ve cómo sólo la palabra de Dios, escuchada y practicada integralmente, es fuente de vida y de salvación. «No sólo de pan vive el hombre».


La Ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y enteramente estable, los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Son más estimables que el oro acrisolado… También tu siervo es iluminado por ellos, y en  guardarlos halla gran provecho…

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, Roca mía, Redentor mío. (Salmo 19, 8-12. 15).

¡Oh caridad, qué buena y rica eres, qué poderosa! Quien no te  posee  a ti, nada posee…

Tú, por vestir al que está desnudo, estás contenta de estar desnuda. Para ti el hambre es saciedad, si un pobre hambriento ha comido de tu  pan; tu riqueza consiste en emplear misericordiosamente todo lo que tienes. Tú eres la única que no sabe hacerse de rogar. Socorres sin tardanza a los oprimidos, sea cual fuere la necesidad en que se encuentran, aunque sea a costa tuya. Eres el ojo de los ciegos, el pie de los cojos, el fidelísimo escudo de las viudas. Con los huérfanos, cumples  el deber de los padres, y mucho mejor que ellos mismos. No tienes nunca los ojos secos, pues la misericordia y la alegría te lo impiden. Amas a tus enemigos con tan gran amor, tan grande, que nadie podría distinguir la diferencia que existe entre ellos y los que te son queridos. (SAN ZENON DE VERONA, De spe, fide et caritate, 9).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para la Cuaresma y Semana Santa, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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