PAZ A LOS HOMBRES, 29 de Diciembre

«¡Oh Jesús, príncipe de la paz, dame tu paz!­ (Is 9, 5)

1.— En Belén anuncian los ángeles dos cosas: Gloria a Dios y paz a los hombres. Nadie da tanta gloria a Dios como ese pequeño niño que yace sobre la paja. Sólo él, porque es el Verbo eterno, puede tributarle una alabanza perfecta, infinita, digna. Y nadie puede traer al hombre la paz más que Jesús Salvador, pues, borrando la ofensa del pecado, reconcilia al hombre con su Crea­dor y establece entre ellos un nuevo pacto: el Creador será Padre, y el hombre su hijo.

«Dios, para establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres pecadores, dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás y en él reconciliar consigo al mundo» (AG 3). La primera y grande paz de que tiene necesidad el hom­bre es precisamente ésta: las buenas relaciones con Dios, relaciones filiales de amor, de amistad. Cuando los ánge­les cantan: «paz a los hombres de buena voluntad», anun­cian que el Padre celestial no sólo perdona el pecado, sino que acoge a los hombres como hijos suyos y los admite de nuevo a la comunión consigo. Es la «buena voluntad», es decir, la benevolencia divina que sale al encuentro de la humanidad para ofrecerle su paz, en la cual se contiene todo bien y toda salvación. Y esta paz es dada a los hombres por medio de Cristo Salvador que ya había sido anunciado por los profetas como «Príncipe de la paz» (Is 9, 5). De la paz con Dios, del hecho de sentirse hijos suyos, objeto de su amor, se deriva la paz con los hombres. Y también ésta es fruto de la mediación de Cristo: «El es nuestra paz», exclama San Pablo. «Y viviendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca, pues por él tenemos los unos y los otros el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2, 14.17-18).

2.— «Paz a los hombres de buena voluntad». Si la «buena voluntad» indica sobre todo la benevolencia de Dios hacia los hombres, significa también la buena vo­luntad de los hombres, con la cual deben acoger la paz traída por el Mesías a la tierra.

La voluntad es «buena» cuando es recta, dócil, deci­dida. Recta, es decir, orientada total y sinceramente hacia el bien. Dócil, dispuesta siempre a seguir cualquier indi­cación de la voluntad divina. Decidida, pronta a realizar el divino querer, aun cuando se interpongan obstáculos y dificultades y se necesiten sacrificios. A través de las circunstancias de la vida, aun de las más insignificantes, nos invita continuamente el Señor a la generosidad, a la abnegación: tenemos que entregarnos sin titubeos, confiando en que si Dios nos lo pide, nos dará igual­mente la fuerza para cumplirlo. Tal fue la conducta de los pastores: apenas oyeron el anuncio del Ángel lo dejaron todo, rebaño y descanso, «fueron con presteza y encontraron… al Niño acostado en un pesebre» (Lc 2, 16). Fueron los primeros en hallar a Jesús y en gustar de su paz.

Escribe Santa Teresa: «La santa paz es juntarse con la voluntad de Dios, de manera que no haya división entre él y ella, sino que sea una misma voluntad; no por palabras, no por solo deseos, sino puesto por obra de manera que, en entendiendo que sirve más a su Espo­so en una cosa, haya tanto amor y deseo de contentarle, que no escuche las razones que le dará el entendimiento, ni los temores que le pondrá, sino que deje obrar la fe de manera que no mire provecho ni descanso, sino acabe ya de entender que en esto está todo su provecho» (Con­ceptos, 3, 1). Esta es la perfecta «buena voluntad». María y José son modelos insuperables de ella, pues no obs­tante la oscuridad del misterio y los enormes sacrificios, se abandonaron totalmente al plan divino y tuvieron la alegría inmensa de acoger al rey del cielo entre sus brazos. Cuanto más dispuesta está la voluntad, más ín­tima es la unión con Dios y más profunda la paz y la alegría.

¡Oh Deidad eterna!, en ti veo el amor inestimable; y ya que por nuestra miseria y fragilidad caímos en la fealdad del pecado en la desobediencia de nuestro primer padre, veo que el amor te obligó a abrir sobre nosotros miserables, tú alto y eterno Padre, el ojo de tu misericordia, mandando el Verbo de tu Unigénito Hijo, Verbo, Palabra encarnada, cubierto con nuestra carne y vestido de nuestra humanidad.

Y tú, Cristo Jesús, reconciliador, reformador y redentor nues­tro, eres hecho mediador, Verbo, amor: y de la grande guerra que el hombre tenía con Dios has hecho una grande paz…

¡Oh Deidad eterna! Yo confieso que tú eres un mar pacífico, donde pace y se nutre el alma que descansa en ti con el afecto, el amor y la unión de amor, conformando su voluntad con tu alta y eterna voluntad, que no desea más que nuestra santificación. Por eso el que considera esto, se despoja de su voluntad y se viste de la tuya. (STA. CATALINA DE SENA, Preghiere ed Elevazioni).

¡Oh Jesús, tú has venido para enderezar nuestros pasos en el camino de la paz! ¡Oh paz, prenda querida de mi corazón! ¡Oh Jesús, que «eres» mi «paz» y que me pones en paz con Dios, conmigo mismo y con los demás! ¿Cuándo podrá yo, por la fe en la remisión de los pecados, por la tranquilidad de mi conciencia y por la dulce confianza en tus favores… poseer en todas las circunstancias de mi vida esta paz que mora en ti, que viene de ti y que eres tú mismo? (J. B. BOSSUET, Elevazione a Dio Sui misteri).

¡Oh Verbo eterno del Padre, Hijo de Dios y de María!, re­nueva una vez más en el arcano secreto de las almas el pro­digio admirable de tu nacimiento. Reviste de inmortalidad a los hijos de tu redención; inflámales con tu caridad, únelos con los vínculos de tu Cuerpo místico para que tu venida traiga a to­dos, individuos y pueblos, la alegría verdadera, la paz segura la sincera fraternidad. (JUAN XXIII, Breviario).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *