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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Bendito y Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Desde el siglo XIII, gracias al Papa Urbano IV, celebramos como Iglesia Universal la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo; esta fiesta nos recuerda la singular y particular importancia que Jesús daba al comer juntos en torno a una misma mesa. Las comidas de Jesús fueron gestos y acciones proféticas. Quien se acerca a la persona de Jesús no puede obviar que para el Señor el compartir el pan era un momento único de cercanía y fraternidad, también manifestado en su preocupación por alimentar a los que no tienen, multiplicar el pan no es un signo vago de poder sino un amoroso gesto de misericordia, de estas formas el Hijo de Dios manifiesta en numerosas oportunidades de su vida pública la misma preocupación del Dios de Israel por su pueblo. Aquel pueblo de Dios, que liberado de la esclavitud de Egipto, experimenta en tiempos de miseria y necesidad en el desierto, la fidelidad de su liberador, que no solo los rescata de la esclavitud opresora, sino que cada día como buen y misericordioso Padre continúa escuchando el clamor de sus hijos necesitados y hace llegar a ellos el maná, el pan que viene del cielo, alimento salvador que sin duda prefigura el maravilloso regalo que hoy celebramos. Así, el pueblo de Dios que caminaba en dificultad, recobra la esperanza y renueva las fuerzas para avanzar en el camino que los conducía a la tierra prometida.
Este gesto maravilloso que sin duda manifiesta la cercanía de Dios, es llevado a la plenitud máxima, cuando Jesús en el momento culminante de su vida “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los Amó hasta el extremo” y sentándose con sus discípulos en aquella ultima cena les entrega el maravilloso milagro que cada día se repite en cada altar; “tomad y comed…”, “tomad y bebed…”, estas palabras pronunciadas en cada eucaristía hacen presente para nosotros el misterio más sublime de nuestra Fe, la posibilidad de estar tan cerca, nos otorga sin merecerlo el inconmensurable regalo de poder comer su cuerpo que es verdadera comida, y beber su sangre que es verdadera bebida; este misterioso regalo confunde nuestros sentidos, porque Jesús escondido en las especies del pan y el vino, se hace presente por las manos consagradas del sacerdote, y así, cada uno puede tener la experiencia más íntima de comunión con Jesús. La posibilidad de estar con el Maestro, no quedo impedida por la lejanía histórica de hace más de 2000 años, de una manera misteriosa Él quiso y quiere continuar llegando a nosotros, para que le experimentemos, como en la alegría del vino que faltaba en aquella boda en Caná; o como el regalo del maestro que entra a comer con los pecadores y logra su conversión como Zaqueo; tal vez, como el consuelo que recibieron aquellos discípulos en el camino a Emaús, tristes y derrotados que pudieron reconocerle justamente al partir el Pan, cambiando su camino de derrota en un camino de anuncio, de esperanza y gozo.
Es verdad, es real, así lo entendieron las primeras comunidades, como lo atestigua el libro de los hechos de los apóstoles; se reunían para la fracción del Pan, obedeciendo aquel mandato: hagan esto en conmemoración mía, y numerosos frutos enriquecían la vida fraterna de la iglesia naciente. Así también lo atestiguan numerosos milagros eucarísticos en la historia, muchos ante las dudas de fe, se sorprendieron con poder comprobar la verdadera y milagrosa presencia de carne y sangre humanas en la celebración de la santa misa. Así lo podemos leer también en la vida de tantos santos del jardín de la iglesia cuya cercanía, oración y comunión diarias nos dejaron valiosos testimonios de fe y conversión que hasta hoy siguen animando a los creyentes. Así lo seguimos experimentando cada día en nuestros templos, pues son incontables los testimonios de tantas vidas que han sido tocadas profundamente por Jesús en la comunión eucarística, o en la oración contemplativa frente al sagrario.
Apreciados hermanos cuando tomamos parte en este sacramento admirable, con Fe, con disposición de corazón y con la debida preparación, podremos sentir que de la misma forma que las comidas diarias nos dan la energía que repone nuestra fuerza física y mental para las actividades cotidianas; alimentarnos del cuerpo y la sangre de Cristo nuestro Señor nutre nuestra alma con la gracia que necesitamos, esa energía llena Amor, de misericordia, de perdón, de alegría y de todos los bienes que necesitemos para caminar en las sendas de Dios. Este caminar por la senda de Dios no es un camino que se hace en soledad, por el contrario, el comulgar manifiesta no solo una unión íntima con Dios, sino, una comunión universal, una fraternidad que nos lleva a sabernos sentados en la misma mesa con Jesús y con todos sus discípulos, hacer parte del banquete eucarístico nos anima a comprendernos como hermanos invitados a una fiesta compartiendo el mismo alimento nutritivo que fluye como la sangre por el cuerpo y nos hace a todos los que comemos del mismo pan, miembros de cuerpo místico de Cristo, así de manera admirable permanecemos Unidos a Él y a todos los miembros de la Iglesia. Por estas y muchas razones más el sacramento que hoy celebramos solemnemente es “fuente y culmen de la vida cristiana”, porque no es “algo” que se nos da, es Dios mismo que sacramentalmente se nos regala, no por nuestros méritos, sino por su infinita bondad, y ese regalo tan grande quiere y puede hacer brotar en nosotros el ánimo de vivir cada día con profundo sentido cristiano, alimentados con cristo, en comunión con Él podemos ser capaces de iluminar las oscuridades con su luz, y transitando por ese camino iluminado llegar juntos a participar del definitivo banquete celestial, allá donde Él nos ha preparado un lugar.
Las circunstancias que hoy vive el mundo mantienen a muchos imposibilitados de acercarse físicamente a la mesa de la eucaristía, el cuidado de la salud a causa de la pandemia nos ha obligado a mantenernos en ayuno de la comunión sacramental, pero la iglesia de la que formamos parte no deja de ofrecer al Padre cada día en el altar por la gracia del Espíritu Santo, el Sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo, en el que todos estamos unidos. Animo, nuestra oración nos mantiene hermanados, reunidos y nos permite por la comunión espiritual hacernos partícipes del Augusto sacramento de nuestra Fe. Celebremos pues con gozo la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo, con la confianza de que, en cada altar, al levantarse la patena y el cáliz con los dones eucarísticos, se elevan también las intenciones de todos los compartimos la Fe en el Pan de Vida; y con la certeza de que cuando se abran las puertas de nuestros templos en cada sagrario Jesús nos espera paciente y juntos podremos cantar: Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Diác. Jose Angel Guevara