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Parroquia "San José de Chacao"
Página Web Oficial del Complejo Parroquial "San José de Chacao" – Arquidiócesis de Caracas
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Simón había acompañado a su hermano Andrés a escuchar al Bautista. Era un viaje largo, de Galilea a Judea, pero la ocasión lo merecía. Algo grande debía estar a punto de suceder, porque hacía ya varios siglos que Dios no enviaba a su pueblo ningún profeta… y Juan parecía realmente uno de ellos. Durante su estancia a orillas del Jordán, Andrés se encuentra con Jesús, y pasa con él toda una tarde, conversando. En cuanto vuelve con su hermano Simón, le dice: «Hemos encontrado al Mesías». Y, enseguida, «lo llevó a Jesús» (Jn 1,41-42). ¿Quién sabe lo que Simón iría pensando de camino? ¿Era posible que el Mesías, el enviado de Dios, hubiera llegado? ¿Era posible que el mundo en que vivían fuera a cambiar, como anunciaban las Escrituras? Al llegar junto al Maestro, «Jesús le miró y le dijo: —Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas — que significa: “Piedra”» (Jn 1,42). Antes de cambiar el mundo, debía cambiar su vida.
Tal como aparece en los Evangelios, la vida de Simón Pedro es un continuo descubrimiento de la verdadera identidad de Jesús, y de la misión que el Maestro le quiere encomendar. Poco después de volver a Galilea, tras aquellos días con el Bautista, Jesús aparece junto a su barca y le pide que la meta en el agua para predicar desde ella. Pedro asiente quizá un poco a regañadientes, porque acaban de pasar la noche bregando, y no han pescado nada. Al terminar de hablar a las gentes, Jesús le hace una nueva petición: «—Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca» (Lc 5,4). Parece una locura: han estado intentando pescar durante horas, sin éxito… y todo el mundo sabe que a plena luz del día los peces no entran en la red… Sin embargo, Pedro obedece y ve que sus redes ¡se llenan de peces! ¿Quién es ese hombre que ha subido a su barca? « Cuando lo vio Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: —Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). Pero el Maestro le responde: « —No temas; desde ahora serán hombres los que pescarás» (Lc 5,10).
¿Quién es Simón? ¿Un pescador de Galilea? Todos sus antepasados lo habían sido. Él llevaba años trabajando en ese oficio, y pensaba que ese era él: un pescador que conocía perfectamente su trabajo. Pero Jesús arroja sobre su vida una luz insospechada. La cercanía con el Señor le ha llevado a darse cuenta de quién es él realmente: un pecador. Pero un pecador en quien Dios se ha fijado, y con quien quiere contar. Ante esa llamada divina, Pedro y su hermano, «sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron» (Lc 5,11). Benedicto XVI consideraba cómo «Pedro no podía imaginar entonces que un día llegaría a
Roma y sería aquí “pescador de hombres” para el Señor. Acepta esa llamada sorprendente a dejarse implicar en esta gran aventura. Es generoso, reconoce sus limitaciones, pero cree en el que lo llama y sigue el sueño de su corazón. Dice sí, un sí valiente y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús»[1].
Más adelante, el Señor concretará un poco más la misión que va a dar forma a su vida: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18). El proyecto de Dios para nosotros, su llamada a compartir nuestra existencia con Él, tiene tanta fuerza como la creación. Si el hombre es creado a través de una llamada personal, también cada llamada personal de Dios tiene en cierto modo un poder creador, transformador de la realidad. Se trata de algo tan radical que significa para nosotros recibir un nombre nuevo, una vida nueva. ¿Quién se acuerda hoy de un pescador que haya vivido hace 2.000 años a las orillas de un lago en Medio oriente? Y en cambio, ¡cuántos veneramos a Pedro, apóstol y «fundamento visible de su Iglesia»[2]!
Meditación tomada del libro de Borja de León (ed), titulado: Algo grande y que sea amor. La vocación cristiana: encuentro, respuesta, fidelidad. Fundación Studium, 2020. Borja de León, es un Sacerdote, doctor en Filosofía, que desarrolla su labor pastoral con familias y es capellán de un colegio de Madrid.
[1] Benedicto XVI, Audiencia, 17-V-2006.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 936.
Gracias padre por estas enseñanzas que nos recuerdan porque fuimos llamados y que a pesar de nuestras limitaciones como seres humanos nuestro Señor se fija en nosotros para ser sus discípulos. Hoy quiero agradecer a Dios por su ministerio sacerdotal y por mantener a su feligresía unida a Dios. Dios y nuestra Madre la Santísima Virgen María lo bendigan grandemente