VENID A MI, Miércoles II Semana de Adviento

«Cuan benigno es un padre para sus hijos, tan compasivo es Dios tiara con los que le temen» (Ps 103, 13).

1.— Venid a mi todos los que estáis fatigados y car­gados, que yo os aliviaré… y hallaréis descanso para vues­tras almas» (Mt 11, 28-29). Jesús que ha venido a evangelizar a los pobres, a predicara a los cautivos la liber­tad…, a poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18), llama a sí a todos los hombres, especialmente a los que sufren en el cuerpo o en el espíritu y, a los que se sien­ten oprimidos por las dificultades de la vida: él los conso­lará, restaurará sus fuerzas, y les dará alivio y descanso.

Los hombres de hoy, arrastrados, por una actividad de­senfrenada, parecen incapaces de detenerse, pero su es­píritu tiene una inmensa necesidad de «pausas restauradoras». No se trata de la inactividad del perezoso, sino de un descanso hecho de soledad, de silencio y de ora­ción, condiciones indispensables para hallarse a sí mismos y encontrar a Dios. Jesús nos invita y llama a esta quietud de intimidad con él: «Venid, retirémonos a un lugar de­sierto para que descanséis un poco» (Mc 6, 31). Sin estos «compases de espera», sería ilusorio querer vivir no ya una seria, pero ni siquiera la más elemental vida interior. Por lo tanto, se debe suspender en el tiempo prescrito cualquier actividad, por importante y urgente que sea, para concentrar todas las fuerzas en la actividad suprema de la oración. Son horas sagradas; y no deben ser sacri­ficadas so pena de ver languidecer la propia vida espiri­tual. Aquí se puede aplicar la sublime frase de Jesús: «Buscad primero el reino de Dios» (Mt 6, 33). Sabemos muy bien que este reino está ya en cierta manera en el corazón del cristiano, hecho morada de la Santísima Tri­nidad; pero para descubrirlo son necesarios estos momentos de retiro, de soledad, de total evasión de las criaturas y de las ocupaciones, para concentrarse en la oración, diálogo íntimo y personal con Dios.

2.—«Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto» (Mt 6, 6). El Concilio Vaticano II, refiriéndose a estas palabras de Jesús, afirma: «El cristiano, aunque llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto (SC 12). Una cierta forma de soledad, de retiro efectivo del tumulto y de las preo­cupaciones de la vida, es indispensable para la oración, en la cual hay que tener oído sólo para escuchar a Dios, y; voz sólo para hablarle. Pero si bien el retiro y la sole­dad material tienen gran importancia para la oración, no son suficientes si no van acompañados del recogimiento interior. San Juan de la Cruz dice: «…cerrando la puerta sobre ti, es a saber, tu voluntad a todas las cosas, ores a tu Padre en escondido» (Cántico 1, 9). No es sólo cues­tión de cerrar la puerta material de la propia habitación, sino que se debe cerrar la voluntad a todas las cosas: negocios, preocupaciones, cuidados, deseos, afectos, dan­do de mano a todo para concentrar en Dios solo las po­tencias de] alma.

Oigamos la exhortación de Santa Teresa: «Ya que aquel rato le queremos dar [a Dios en la oración], démosle libre el pensamiento y desocupado de otras cosas y con toda determinación de nunca jamás tornársele a tomar, por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradic­ciones ni por sequedades. (Camino 23, 2). Entonces el hombre podrá encontrarse efectivamente con Dios y hallar en él recreo para su espíritu fatigado, amargado con fre­cuencia por los afanes de la vida; podrá sacar cada día de este contacto íntimo con Dios luz y fuerza para proseguir el camino en perfecta  coherencia con el Evan­gelio. «Dios da vigor el fatigado y multiplica las fuerzas del débil. Y se cansan los jóvenes y se fatigan, y los jóvenes llegan a flaquear; pero los que confían en Yahvé renuevan las fuerzas…, corren, sin cansarse y caminan sin fatigarse» (Is 40, 29-31).

¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme inmutable y plácidamente en ti como si mi alma viviera ya en la eternidad. Que nada pueda alterar mi paz, ni apartarme de ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más profun­damente en tu divino misterio. Pacífica mi alma. Estableced en ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, vuestro lugar de descanso. Que nunca os deje solo, sino que, vivificada por la fe, permanezca con todo mi ser en tu compañía, en completa adoración y entregado sin reservas a vuestra acción creadora. (ISABEL DE LA TRINDDA, Elevación a la Santísima Trinidad: Obras)

«Tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos tenemos tal huésped dentro de nosotros, nos diésemos tanto a las cosas del mundo, porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos… Dirán que bien claro se está esto, y tendrán razón; porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenía alma; mas lo que merecía esta alma y quién estaba dentro de ella, si yo no me tapara los ojos con las vanidades de la vida para verlo, no lo entendía. Que, a mí parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey; que no le dejara tantas veces solo, alguna me estuviera con él, y más procurara que no estuviera tan sucia. Mas, ¡qué cosa de tanta admiración, quien hiciera mil mundos y muy muchos más con su grandeza, en­cerrarse en una cosa tan pequeña! A la verdad, como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida. Cuando un alma comienza, por no la alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que es menester para lo que ha de poner en ella. Por esto digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio. Todo el punto está en que se le demos suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia» (STA. TERESA DE JESUS; Camino).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para el Adviento y la Navidad, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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