Viernes Santo. ¿A quien buscan?

Llegó el Viernes Santo y la liturgia de hoy nos presenta las horas más amargas en la vida del Señor, las horas de más angustia y de tensión que pudo haber pasado el maestro.

Jesús después de cenar y de vivir la última cena cargada de una fraternidad indescriptible, sale al huerto de los olivos, se aparta para hablar con Dios y como es costumbre se lleva a Pedro a Santiago y a Juan. La angustia lo invade clama y a Dios pidiendo que aparte de él ese momento tan duro que va a experimentar. Algunos padres del desierto dicen que es allí donde se le muestra cómo iba a ser tratado y torturado. Sin embargo, entra en la voluntad de Dios confiado en que no quedaría defraudado, se deja caer en los brazos de Dios, como aquel niño que busca la protección de su padre.

Quizás muchos nos quedamos con el viernes como la oportunidad de visitar los 7 templos y ver los hermosos monumentos, tal como les pasa a los discípulos que se quedan dormidos, luego de ese festín de esa comida sin percatarse de lo que el Señor les había anunciado. Y así nos sucede a nosotros que no entendemos la necesidad de orar y de estar en vela con el Señor, quedándonos dormidos y embelesados sin profundizar lo que realmente el Señor está diciendo.

La llegada del «traidor y el beso» es la señal de que el momento está cerca. La pregunta del Señor y la afirmación son el complemento de la promesa que nos hizo Dios de salvarnos de nuestros pecados. ¿A quién buscan? ¡SOY YO! nos trasladan al momento que Dios habla a Moisés y le revela su nombre «YO SOY», esto nos hace entender de mejor manera la naturaleza divina de Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre.

Un juicio sin pruebas que lo declaren culpable, una confabulación de personas que nunca comprendieron el significado de sus palabras y sus acciones. Los mismos que lo recibieron con cantos de victoria el domingo, hoy lo acusan y lo juzgan, pidiendo su muerte; los milagros y signos ya no significan nada. Jesús experimenta el fracaso y el abandono por parte de sus amigos y cercanos, sólo su madre y su discípulo amado lo acompañan.

«No me quitan la vida, Yo la entrego» es sin lugar a dudas un gesto de amor profundo, nos llama la reflexión del compromiso que como cristianos debemos tener. Ante todos estos acontecimientos debemos preguntarnos, ¿Soy consciente del amor de Dios? ¿Soy capaz de comprender el llamado que me está haciendo el Señor? ¿A qué debo morir para que el otro viva?

Que este viernes santo en el que la iglesia venera la cruz gloriosa, podamos entender que esta Cruz es el árbol de la salvación y que en sus brazos abiertos brilla el amor de Dios.

Dios es bueno.

Diácono Freddy Obregón

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