CON CRISTO OBEDIENTE, 11 de Marzo

«¡Oh Señor!, que pueda seguirte hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8).

1.— «Esta fue la orden que di a mi pueblo: escuchad mi voz.. Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado» (Jer 7, 23-24). Así se quejaba Dios con Jeremías de la desobediencia del antiguo Israel. Tampoco el nuevo, al que Dios ha hablado no por medio de los profetas sino de su Hijo divino, está inmune del mismo pecado. De  muchos, desgraciadamente, aun entre los que se dicen cristianos, se puede repetir: «La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca» (ibid 28).

En esta vista panorámica, el voto de obediencia aparece como reparación a la resistencia que el mundo moderno opone a la palabra de Dios, a su ley, a su voluntad. El Hijo de Dios ha sido enviado,  precisamente, para expiar este pecado capital, y los religiosos, mediante el voto de obediencia, se asocian a su expiación redentora, salvadora. «Cristo  —dice el Concilio—, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos… y con su obediencia realizó la redención» (LG 3). La vida de Cristo es, toda ella, un misterio de obediencia al  Padre, de entrega incondicional a su voluntad. Y no se trata de una obediencia gozosa, sino dolorosa, de una obediencia que conoce la amargura del sufrimiento. Cristo quiso hacerse semejante al hombre hasta el punto de experimentar el trabajo que cuesta  una obediencia practicada  en las circunstancias más difíciles y humillantes; «aunque era Elijo, aprendió por sus ‘padecimientos la obediencia» (Heb 5 8),  afirma san Pablo. La obediencia le hizo aceptar la traición de Judas, la agonía de Getsemaní, el abandono de sus amigos más íntimos; la obediencia le entregó en manos de los soldados, le condujo a los tribunales, le cargó con la cruz, le arrastró al Calvario, y, en fin, le hizo extender sus brazos en la cruz para morir como un malhechor. Cristo vino al mundo por obediencia, y  quiso vivir y morir en obediencia, y de ese modo «vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna» (ibid 9).

La obediencia religiosa, que es comunión con la voluntad salvífica del Padre, es también comunión con la obediencia de Cristo, en quien se realiza  dicha voluntad. El consejo evangélico de la obediencia es el don que Jesús ofrece a todos los  que  quiere asociar, de un  modo más íntimo  y eficaz,  a su misión redentora.

2.— El voto de obediencia es una participación de la total sumisión de Cristo al Padre por la salvación de los hermanos. Semejante obediencia no puede ser inspirada por la naturaleza. Dios ha creado al hombre libre; y el hombre, aun moviéndose en el ámbito de los mandamientos divinos, tiene el derecho a  gobernarse a sí mismo según sus propias opiniones. La libertad es un don tan grande, que nadie puede sacrificarla para sujetarse a una vida de obediencia incondicional, como fue la de Cristo, sino por una íntima inspiración y moción de la gracia. El Concilio afirma, precisamente, que los religiosos, «a la manera que Cristo mismo», abrazan la obediencia «por moción del Espíritu Santo» (PC 14). La expresión recuerda la frase evangélica que presenta a Jesús «llevado por el Espíritu» (Lc 4, 1). La obediencia de Cristo al Padre no es nunca forzada; si como Verbo su voluntad es una misma cosa con la del Padre, como hombre acepta los deseos divinos con plenitud de adhesión y de amor, bajo el impulso del Espíritu Santo. Los religiosos, «movidos» por el mismo Espíritu divino, son incorporados al misterio de la obediencia de Cristo, obediencia amorosa, espontánea, total. Mediante esta actitud interior, «se someten con fe a sus superiores, que hacen las veces de Dios, y por ellos son dirigidos al ministerio de todos los hermanos en Cristo, a la manera que Cristo mismo, por su sumisión al Padre, sirvió a sus hermanos» (PC 14). La sumisión de Jesús al Padre es el tipo de  la sumisión del religioso a los superiores. El  religioso acepta, respeta al superior por un motivo sobrenatural, porque «hace las veces de Dios» y es, por lo tanto, el mediador de la voluntad divina. Dios se sirve de los superiores para manifestar sus deseos; y el religioso obedeciendo a los superiores obedece a Dios. Como Jesús cumplió su misión terrena con plena dependencia de la voluntad del Padre, así el religioso desarrolla su actividad «dirigido» por los superiores. Y, al  someterse a los superiores, cuanto más el religioso se deja llevar por el Espíritu Santo, tanto más su obediencia adquiere la suavidad del amor.


Me gusta contemplar, ¡oh Cristo!, tu caridad obediente, el purísimo acto interior, absolutamente libre, perfectamente espontáneo, con que te ofreciste a obedecer, a dar tu vida y a  tomarla de nuevo, porque ése era  el mandato del Padre…

Tu caridad y tu obediencia me alcanzan a  mí, para hacerme partícipe de tu muerte y de tu resurrección, y mi alma desaparece sumergida en ese océano de caridad, consumada en tu obediencia, esa obediencia que siento hacerse mía dentro de mí, que siento hacerse mi propia obediencia prendida, arrebatada en tu ofrecimiento, ¡oh  Maestro!, y  me pierdo en ti. ¡Oh Cristo mío, oh caridad obediencia, y obediencia viva!…, ¿y qué diré? Arrebátame, ¡oh Cristo!, en tu obediencia como una hoja en el torbellino…, que desaparezca en ti. Te doy mi vida para que sea ofrecida en tu obediencia y vuelva a  encontrarse  contigo en  el altar eterno adonde el Angel santo lleva tu Sacrificio. (G. CANOVA!, Suscipe, Domine).

¡Oh Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras  torpes imaginaciones! ¡Y cómo de un alma que está ya determinada a amaros y dejada en vuestras manos, no queréis otra cosa sino que obedezca y se informe bien de lo que es más servicio vuestro, y eso desee! No ha menester ella buscar los caminos ni escogerlos, que ya su voluntad es vuestra. Vos, Señor mío, tomáis ese cuidado de guiarla por donde más se aproveche. Y aunque el  prelado no ande con este cuidado de aprovecharnos el alma, sino de que se hagan los negocios, que le parece conviene a la comunidad, Vos, Dios mío, le tenéis y vais disponiendo el alma y las cosas que se tratan de manera que, sin entender cómo, nos hallamos con espíritu y gran aprovechamiento, que nos deja después  espantadas. (SANTA TERESA DE JESUS, Fundaciones, 5, 6).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior
para la Cuaresma y Semana Santa, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.

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