LA ANUNCIACION DEL SEÑOR, 25 de Marzo

25 DE MARZO

«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Salm. respon.).

1. — El motivo dominante de la liturgia de esta solemnidad es el del ofrecimiento y entrega total a Dios. Se canta en la antífona de entrada, se repite en el estribillo del salmo responsorial y se proclama en la segunda lectura: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Hb 10, 5-7). Expresa las disposiciones de Cristo y de su Madre íntimamente unidos en una actitud idéntica de ofrecimiento y de aceptación.

San Pablo sacó esas palabras del salterio (SI 39, 8.9) y las recibió como pronunciadas por el Hijo de Dios en el momento de su encarnación: «Cuando Cristo entró en el mundo, dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias». Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad»» (Hb 10, 5-7). Antes que el Hijo de Dios pronunciase en el tiempo su ofrecimiento, antes que tomase el cuerpo que el Padre había determinado prepararle en el seno de una humilde doncella, era necesario que ese mismo ofrecimiento fuese hecho por la que debía ser su Madre. Dios, en efecto, infinitamente respetuoso de la libertad de su criatura, «quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada» (LO 56). Y María al anuncio del ángel, hizo su ofrecimiento: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). La diferencia de términos no anula la Identidad de significado y de disposiciones. El Ecce ancilla Domini de María es el eco perfecto en el tiempo del Ecce eterno del Verbo y hace posible su actuación. Su ofrecimiento se funde con el de Cristo formando una única oblación que Madre e Hijo vivirán inseparablemente unidos hasta consumarla en el Calvario para gloria del Padre y redención de los hombres.

Así hoy, guiados por la Liturgia, los fieles celebran la ofrenda más excelsa que jamás haya sido presentada a Dios y de la que salió nuestra salvación. Mientras dan gracias a Cristo y a su Madre por este don inmenso, le suplican los haga capaces de ofrecerse a Dios sin reservas para que se cumpla en ellos toda su voluntad. «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

2. —En la solemnidad de la Anunciación, aparece Jesús más unido que nunca a María no sólo en el relato evangélico, sino también en la profecía de Isaías que hoy se lee en la primera lectura (7, 10-14). En un momento crítico de la historia de Israel, el profeta anuncia al rey Acaz un salvador extraordinario enviado por Dios, cuyo nacimiento será de una virgen: «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel» (ib 14). El vaticinio, aunque pronunciado en un contexto de detalles que se refieren a la historia de aquellos tiempos, es demasiado explícito para no reconocer en él el primer anuncio misterioso de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen de Nazaret. Así lo interpreta Mateo, que lo reproduce textualmente como conclusión de su narración del nacimiento de Jesús: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros»» (1, 22-23).

En el Evangelio del día, Lucas refiere el hecho histórico del anuncio del nacimiento de Jesús (1, 26-38). La narración es abiertamente mariana, sea porque sólo María puede haberla referido, sea porque fue ella la protagonista. Pero todo está en función del que había de venir: Jesús. Este es designado como «Hijo del Altísimo», a quien se le dará «el trono de David…, y su reino no tendrá fin» (ib 32-33). Su concepción en el seno de María no será por obra de varón, sino por intervención divina especial: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Ib 35). Ante la grandeza inaudita de este anuncio, María se abisma en un acto de fe y de humildad sin precedentes. Justamente porque es humilde, cree cosas humanamente imposibles; primera entre todas las criaturas cree la Virgen en Cristo Hijo de Dios, que, por un misterio inexplicable, está para hacerse en ella hombre verdadero. Creyendo acepta, pero su humildad no le permite ofrecerse a Dios sino en cualidad de esclava; y Dios responde al punto haciendo de ella la madre intacta de su Unigénito. Misterio de misericordia infinita por parte del Altísimo; acto de humildad y de fe por parte de María. «La Virgen escucha, cree y concibe», dice San Agustín (Sr 196, 1, 1). Humildad y fe son la tierra fértil en la que Dios realiza los milagros de su amor todopoderoso.


¡Oh Verbo! , tú te lanzas hacia la [criatura] imagen tuya y por amor a la carne te revestiste de carne; por amor a mi alma, te dignas fundir tu persona divina con un alma inteligente… ¡Oh fusión inaudita, oh compenetración paradójica! Tú, que eres el que es, vienes al tiempo, increado, te haces objeto de creación. Tú que no puedes ser contenido en ningún lugar, entras en el tiempo y en el espacio y un alma espiritual se convierte en mediadora entre la divinidad y la pesadez de la carne. Tú que lo enriqueces todo, te haces pobre y sufres la pobreza de mi carne, para que sea yo enriquecido con tu divinidad. Tú que eres la plenitud, te vacías; te despojas por un tiempo de tu gloria, para que pueda yo participar de tu plenitud.

¡Qué riqueza de bondad! ¡Qué inmenso misterio te envuelve! He sido hecho partícipe de tu imagen, Dios mío, pero no he sabido guardarla; ahora tú te haces partícipe de mi carne para salvar la imagen que me diste y para hacer inmortal mi carne. (S. GREGORIO NACIANCENO, Oratio, 45, 9).

¡Oh María!, vaso de humildad, en el que está y arde la llama del verdadero conocimiento, por el que te levantaste por encima de ti y por eso agradaste al Padre eterno, por lo cual él te arrebató y te atrajo a sí, amándote con singular amor. Con esta luz y fuego de tu caridad y con el aceite de tu humildad atrajiste e inclinaste a su divinidad a venir a ti; aunque antes fue atraído para venir a nosotros por el ardentísimo fuego de su inestimable caridad…

¡Oh María, dulcísimo amor mío!, en ti está escrito el Verbo, del que hemos recibido la doctrina de la vida… Yo veo que este Verbo, apenas escrito en ti, no estuvo sin la cruz del santo deseo; apenas concebido en ti, le fue infundido y unido el deseo de morir por la salvación del hombre, para lo que se encarnó…

¡Oh María!, hoy tu tierra nos ha germinado al Salvador… ¡Oh María! Bendita seas entre todas las mujeres por todos los siglos, que hoy nos has dado parte de tu harina. Hoy le Deidad se ha unido y amasado con nuestra humanidad tan fuertemente, que jamás se pudo separar ya esta unión ni por la muerte ni por nuestra ingratitud. (STA. CATALINA DE SIENA, Elevaciones, 15).

Tomado del Libro INTIMIDAD DIVINA, Meditaciones sobre la vida interior, del P Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D

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