¡Que ames a Cristo!

El día que el joven Juan encontró a Jesús fue el día en que su vida cambió. Por supuesto, tenía aún mucho camino por delante. Desde la pesca milagrosa hasta los viajes con Jesús por Palestina; desde sus milagros hasta su palabra que llenaba de alegría el corazón, o sus gestos de cariño con los enfermos, con los pobres, con los despreciados… Pero, sobre todo, aquellos momentos de conversación a solas con el Maestro. El diálogo que comenzó una tarde, junto al río Jordán, iba a durar toda una vida.

Todos tenemos experiencia de la medida en que una amistad nos cambia. Por eso es lógico que los padres estén pendientes de las amistades de sus hijos. Sin darnos cuenta, la relación con nuestros amigos nos va transformando, hasta que llegamos a querer lo mismo y rechazar lo mismo. Tanto nos une la amistad, que se puede decir que los amigos comparten «una misma alma que sustenta dos cuerpos»[i].

En este sentido, es muy llamativa la transformación del joven apóstol. A él y a su hermano Santiago los llamaban «los hijos del Trueno» (Mc 3,17), y algunos detalles de los Evangelios nos hacen comprender que no se trataba de un epíteto excesivo. Por ejemplo, aquella ocasión en que unos samaritanos se negaron a dar alojamiento a Jesús y a sus discípulos, y los hermanos se dirigieron al Maestro preguntando: «¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Lc 9,54). Sin embargo, poco a poco, precisamente a medida en que iba creciendo su amistad con Él, aprendieron a amar como Jesús, a comprender como Jesús, a perdonar como Jesús.

Lo mismo nos puede suceder a cada uno de nosotros: encontrar a Jesús y tratarle nos llevará a querer amar como Él ama. No debe sorprendernos que ese deseo vaya tomando nuestro corazón: dejemos que se llene de agradecimiento, porque el Señor quiere contar con nosotros para hacer presente su Amor en el mundo. Así sucedió a san Josemaría. Aquellas huellas en la nieve le dieron una profunda seguridad de que tenía una misión en esta tierra: «comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor»[ii]. Descubramos también nosotros, detrás de estas llamadas del corazón, un eco de la voz de Jesús que en muchas ocasiones leemos en el Evangelio: «¡Sígueme!».

[i] San Gregorio Nacianceno, Sermón 43.

[ii] “A. Vázquez de Prada, o.c., p. 97.

Meditación tomada del libro de Borja de León (ed), titulado: Algo grande y que sea amor. La vocación cristiana: encuentro, respuesta, fidelidad. Fundación Studium, 2020. Borja de León, es un Sacerdote, doctor en Filosofía, que desarrolla su labor pastoral con familias y es capellán de un colegio de Madrid.

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